Por: Dardo Gasparre
Dejando por un instante la épica de lado, querría discurrir sobre el tema Malvinas como si todos los argentinos anheláramos realmente reintegrarlas al territorio nacional y, sobre todo, como si todos supiéramos qué hacer con ellas.
Esto implica un importante esfuerzo de imaginación, en un país donde no sabemos qué hacer con áreas ricas en agricultura, en ganadería, en pesca, en minería y en toda clase de recursos, ni tampoco parecemos cuidar demasiado a nuestros habitantes ni preocuparnos en serio por su bienestar.
Pero demos por supuesto lo antedicho en el primer párrafo para que yo pueda continuar esta nota y usted pueda seguir leyendo.
La primera reflexión que surge es una pregunta: ¿por qué querrían los isleños ser parte de la Argentina si los propios argentinos tenemos ganas a esta altura de irnos, de provocar una secesión, de iniciar una rebelión fiscal, de llenar las calles en protesta contra los políticos y que se vayan todos?
El enunciado de la pregunta marca el primer punto estatégico a tener en cuenta: nadie puede ser obligado a elegir la decadencia, la mediocridad y el fracaso. La condición sine qua non para la gesta que supuestamente soñamos es tener primero un pais con el que nosotros mismos estemos razonablemente conformes.
Debemos poner en un anaquel bien alto e inalcanzable nuestro ataque de patriotismo hasta cumplir con esa condición de base. De lo contrario, ¿de qué estaríamos hablando? De nada.
Mientras tanto, lo que hagamos para hacer de este un país digno de ser vivido, servirá también como escenario de fondo para cualquier estrategia de recuperación, si no como la estrategia misma. Me refiero concretamente a los siguientes pasos.
a. Recomponer nuestra relación política con el mundo occidental. Las insensateces e irresponsabilidades de hoy se enlazan en la memoria perenne de la diplomacia con las payasadas musolinianas de los 30 y los 40 del siglo pasado . Con las diatribas y desplantes de los 50, con los gobiernos operísticos de los 70, y aún con nuestra pobre democracia de los 80 y los 90 culminadas con la decadencia y manoseo institucional desde entonces hasta ahora.
Mientras no seamos confiables, mientras actuemos como traidores de teleteatro, mientras la corrupción nos descalifique para negociar, mientras hagamos pactos con cualquier potencia extraña que ponga en riesgo el Atlántico sur, y sobre todo mientras se sospeche que nuestro territorio continental y costero pueda ser rifado como base para cualquier impensada cabeza de puente, no sólo las Malvinas serán Falklands, sino que corremos peligro de perder otras posiciones y posesiones estratégicas, como la Antártida, y hasta parte de la Patagonia.
Y no sólo cederemos esas posiciones a las grandes potencias, sino que las resignaremos en manos de algunos de nuestros vecinos, otrora mucho menos fuertes, ricos y pertrechados que nosotros.
b. Volver a asignarle un rol importante a nuestras Fuerzas Armadas, lo que incluye dotarlas nuevamente de su capacidad operativa y otorgar un papel relevante a las relaciones con sus pares de los países occidentales y a su presencia y despliegue en nuestro territorio.
No se trata de armar una maquinaria de guerra para imponer respeto, ni de intentar aventura bélica alguna, y menos de intervenir en la política interna . Se trata de integrarnos con las fuerzas armadas de los aliados correctos para ser también confiables y dignos de que se nos asigne la defensa de nuestra porción del Atlántico sur y al mismo tiempo permitir que seamos valorados desde el conocimiento e intercambio profesional. La política del alicate de Héctor Timerman ha hecho más daño que una declaración de guerra.
Si se entra en la intimidad de las fuerzas armadas, se tiene una sensación de pena, de indefensión, de pérdida irremplazable, hasta de peligro de la integridad misma como nación. Casi se siente que se ha rifado el país. No es raro que los demás piensen lo mismo.
c. Recomponer nuestras relaciones económicas con la comunidad internacional. Esto incluye respetar todos los compromisos que hemos contraído con el Banco Mundial, el FMI, el G20, y sus colaterales el CIADI y el GAFI, lo que es evidente que no estamos haciendo.
Nadie puede pretender ser confiable en nada si no cumple lo que acuerda. Ese ha sido el caso de Argentina en estos últimos 10 años, con otros antecedentes en el pasado. Si nuestra palabra y nuestros compromisos no son creibles, nada podremos negociar, y nadie nos creerá.
d. Cumplir nuestros compromisos y obligaciones financieras internas y externas y no amañar datos ni manosear cifras, mucho menos si ellas sirven de base para calcular el valor de los intereses que debemos satisfacer. Esto implica la inmediata regularización de todas las situaciones litigiosas o no en la que exhibamos un estado o grado de incumplimiento de cualquier tipo.
A los defaults e irregularidades del pasado, incluyendo los rarísimos experimentos con la moneda local y con el mercado cambiario, en esta década hemos agregado la trampa alevosa y la dialéctica económica.
Mentiras elementales en los datos estadísticos, engaños en el cáculo de los indices de algunos créditos, incumplimiento y escarnio de fallos judiciales de las jurisdicciones elegidas por nosotros mismos, y la trampa gigantesca de estafar a las empresas que confiaron en el país al atraparlas con un cepo cambiario, impedirle girar dividendos,y acusarlas de ladrones por aumentar precios que inexorablemente debían ser aumentados.
Renglón especial para la enorme estafa al pueblo que es la inflación. Imaginemos a alguien no acostumbrado al circo telúrico tratando de digerir el concepto.
No es menor el cambio en la Comisión Nacional de Valores, transformada en un comisario político digno de Stalin.
Y no puede omitirse el caso de Repsol, que va desde una presión para que la empresa cediese su conducción a un amigo presidencial, hasta su confiscacion.
Tanto los casos que hacen al mercado internacional como los del mercado interno, son graves incumplimientos de nuestros pactos como pais.
¿Por qué alguien confiaria en nosotros como aliados? ¿Por qué alguien nos confiaría una posición de defensa estratégica? ¿Por qué alguien querría dejar de ser inglés para ser argentino con esta actitud de narcos financieros?
Tampoco escapa a la mirada internacional que muchos partidos políticos piensan igual que el actual Poder Ejecutivo, y han acompañado sus decisiones estrambóticas con sus votos en el Congreso, en los temas mencionados y en casos como el de las AFJP.
Como se ve, lo que es bueno para un argentino es bueno para un isleño, y viceversa. Lo que he enunciado es lo que debemos corregir para ser un pais en serio. Con o sin Malvinas en la mira.
Debería agregar un concepto específico. No haría ni un solo acto de hostilidad de ninguna clase hacia los isleños. Pero tampoco transformaría a la Argentina ni en su hospital, ni en su supermercado, ni en su taller mecánico, y mucho menos en su puerto de ultramar. Tampoco en su base de operaciones o soporte para ninguna actividad, ni para ser su factoría o su socio en ningún emprendimiento.
Los isleños han elegido ser ingleses, por ahora. También beneficiarse con el enorme subsidio que costea el Reino Unido. Deben seguir dependiendo de ese subsidio. Argentina, con toda firmeza, pero desde la seriedad de país, debe continuar defendiendo el concepto regional de que ayudar a las Falklands es atacar a Malvinas. El límite de 200 millas establecido por el Reino Unido para refirmar su posesión, debe ser también la valla de su aislamiento.
Es evidente, además, y por diversas razones, que el obsequio de pingüinitos y ositos para Navidad debe ser borrado de nuestra diplomacia.
Tarde o temprano el Reino Unido que reducir gastos.
La combinación de ser un país confiable, serio y pujante, los altos costos que implica subsidiar a los isleños en su actual status y la cercanía geográfica a ese nuevo país tentador que podemos ser, serán la más eficaz combinación para que la epopeya se haga realidad.
Recién cuando se den todos esos supuestos, habrá que preguntarle a los isleños si quieren ser argentinos. Pero para ser justos, también habrá entonces que preguntarnos a los argentinos si los queremos como compatriotas.
Cuando seamos un país con todas las de la ley, las islas habrán dejado de ser para siempre las proféticas Decepción y Soledad, no sólo desde el voluntarismo cartográfico sino desde la fuerza de gravedad de la grandeza.
Y aunque no regresaran, el cambio habrá valido la pena.