Vengo sosteniendo en este diario y en mi blog que entre este absurdo mecanismo de elecciones, las PASO, la boleta sábana, los partidos, las cuasicolectoras, los reglamentos internos de cada Cámara y el monopolio corruptor de los partidos, solamente un ultraoptimista puede llamar a nuestro sistema “democracia” y menos defenderlo como si fuera el Evangelio.
No soy original. Está ocurriendo lo que predijera Tocqueville sobre la democracia hace 180 años. No tema, no lo mandaré a leerlo.
Las quejas populares por las escandalosas elecciones en Tucumán parecen habernos despertado a los ciudadanos y a la oposición, que ahora amaga con proponer reformar el sistema antes de que el kirchnerismo haga valer la ley del almacenero: “El que suma la libreta gana”.
Pese a lo que opina Sergio Massa, la idea de saltar de la precariedad colonial de hoy a un voto nacional electrónico en 40 días es técnica y prácticamente inviable. Cualquiera que haya intentado implantar un sistema modesto de facturación en su empresita lo sabe.
Ni que hablar de las abuelas antidigitales, que temen, aún desde un conocimiento algo supersticioso, el hackeo, la pérdida de anonimato (se ve que no usan Internet) y otros terribles males que acarrearía tal modernización. Esa discusión llevaría a un debate de muchos meses. Continuar leyendo