Por: Dardo Gasparre
El mismo gobierno fanatizado que no puede juntar mas de 2.000 militantes en un patio de la Casa Rosada, o tal vez 20.000 en un acto con conjuntos músicales, choripaneros y planeros, cree que 500.000 personas en silencio, la mayoría bajo la lluvia, no son representativas de nada, ni siquiera existen.
El kirchnerismo, una exaltación de los desvalores de la concepción maquiavélica de conseguir y conservar el poder por el poder mismo, cree que los únicos que pueden expresarse son los políticos. El pueblo, los vasallos, tiene por eso necesariamente que declarar un objetivo político en cualquier protesta o reclamo, para poder ser catalogado entre los amigos o los enemigos.
De lo contrario, no juega el papel que le corresponde en la farsa democrática y antirepublicana en la que la ciudadanía está atrapada. Su opinión sólo vale en la forma anónima y masiva del voto y sólo para nombrar a un rey, o reina. Una vez que cumple esa función casi zoológica, debe silenciarse y obedecer. Jamás protestar. Lo contrario es golpismo.
Estos 500.000 manifestantes, los de la ciudad de Buenos Aires empapados y estoicos, que el gobierno considera golpistas, son más de lo que hace falta legalmente para fundar un partido político. El doble que la población de Santa Cruz.
Medio millón de personas que no son opositores al gobierno. Sólo se oponen a ser violados, violentados, estafados económicamente, entregados a la inseguridad y ofrendados a potencias extranjeras extrañas y tenebrosas con tratados inconfesables.
Se agravian porque el castigo por el ataque a la AMIA fue licuado por un tratado ominoso y humillante negociado por el peor lumpenaje nazi-rentado, ni siquiera por profesionales de la diplomacia que no lo habrían permitido.
Se oponen a ser insultados, maltratados por la Presidente y su Jefe de Gabinete, a ser ninguneados y verdugueados. A que sus diarios, radios y periodistas preferidos sean descalificados y execrados.
A que la Justicia sea considerada golpista cuando controla al Ejecutivo, y los legisladores acusados de obstruccionistas si no votan de acuerdo al capricho presidencial.
Se oponen a que sus hijos sean entregados al narco, al delito, a la deseducación, a la limosna.
A que se les mienta descaradamente. A que su trabajo tenga menos valor que un plan, un subsidio o un puesto público privilegiado.
A que la muerte sea un instrumento político aceptado y rutinario.
Y representan a muchos más. Estas personas ofendidas y entristecidas no son todas las que hay. Son voceros y símbolo de un sector ciudadano imposible de menospreciar. ¿Cuán grande es esa masa? Muchos preferirán no saberlo. Hasta octubre.
Se oponen a la chabacanería, a la matoneada, al lenguaje barato, sobrador y ofensivo de las canchereadas presidenciales. A soportar que las oportunidades se alejen de sus vidas.
Se oponen a la falta de empatía y compasión presidencial por la gente que sufre, por la que padece una tragedia, por la que muere de hambre. Se siente ofendida en cada ausencia, en cada contradicción deliberada como los viajes en momentos de tragedia, o las manos alhajadas en medio de la recesión, la marginalidad y el desempleo.
Se rebelan por no sentirse tratados como ciudadanos, como seres humanos a veces, como compatriotas.
Se resienten porque se les ha rifado el país que heredaron y del que estaban orgullosos y esperanzados. No porque no se ha devaluado el peso. Sino porque se les ha devaluado la Patria.
No se oponen al gobierno. Quieren que haya un gobierno. Se oponen a ser humillados y pauperizados.
Se oponen a que quienes deben cuidarlos tapen las huellas de los crímenes.
Se oponen a que la justicia y el Congreso sean anulados con una bala del 22.
Y comprenden que la justicia es el último baluarte de su libertad y sus derechos.
Y sí, ciertamente muchos, muchísimos, están ofendidos con usted, Señora Presidente.
Por eso decidieron marchar, y terminaron siendo víctimas de su nuevo desprecio, de su nuevo ninguneo, de su nueva subestimación.
Ellos no eran fiscales. Pero ahora lo son. Ahora son 500.000 fiscales que la acusan en silencio. Y que representan a muchos más.
Puede usted creer que se trata de la marcha de los disconformes de siempre, o de golpistas. Y hasta hacer una de sus tristes y siempre desacertadas bromas.
Los dioses, decían los griegos, primero ciegan con la soberbia a quienes quieren destruir.
En la dura lluvia, bajo un techo patriótico de paragüas, Nisman renació en miles de fiscales.