Migrantes: entre la sensibilidad y la geopolítica

Poco antes del ataque a la Amia almorcé con el embajador iraní en Argentina, como parte de una rutina semanal de mi diario.

En esa charla, le pregunté a Hadi Soleimanpour si creía que la política de enfrentamiento con Occidente era lo mejor para su pueblo. Su respuesta fue frontal y brutal: “Si no nos opusiéramos a Estados Unidos, ni siquiera nos tendría en cuenta. De este modo, somos una amenaza latente que tiene que respetar y considerar”.

Si bien la charla era off the record, me pareció una respuesta demasiado descarnada y sincera para un diplomático. Pero luego comprendí que Irán quería que se supiese universalmente que esa era su línea inamovible de política exterior. Desaparecida la URSS, transformarse en el nuevo demonio era una alternativa no solo interesante, sino imprescindible en la concepción persa.

Irán ha seguido esa línea al pie de la letra en la región. Con la diplomacia, con el financiamiento del terror, usando su disfraz de nación cuando le conviene y su ropaje de islam cuando quiere atravesar y romper todas las convenciones.

No hay que confundir la fe individual con el concepto liminar político del ayatollah Ali Khamenei: la creación de un califato islámico. Lo que originalmente fuera un desvarío de un sector de descarriados, los chiitas, tanto en las formas como en el fondo, hoy es credo en casi todas las ramas y las sectas musulmanas: La yihad, que originalmente era una obligación religiosa, hoy se interpreta casi unánimemente como la obligación de todo musulmán de morir para imponer el islam. La yihad ya no es religión. Es política. Continuar leyendo

Un burócrata amenazante es un impotente con un sello de goma

En 1985 visité la URSS comunista. No me impresionaron ni la opresión, ni la dictadura, ni las restricciones policiales a la libertad.  Me impresionó el peso tremendo y el accionar de la burocracia.  Colegí que era lo peor del comunismo, la mayor restricción a la libertad y la peor dictadura que se podía imponer a una sociedad.

A mi regreso escribí varias notas sobre ese tema y lo comenté en algunas de mis columnas en radio y TV.  Treinta años después encuentro en mi país lo mismo que en la URSS.

Cuando despotricamos contra el gasto público lo hacemos en general por el sobrepeso económico que pone sobre el sector productivo y el efecto redistributivo injusto que tiene en la sociedad. Pero gasto público es también sinónimo de burocracia, ya que inexorablemente se traduce en aumento de personal en las administraciones públicas. Continuar leyendo