La furiosa reacción que ha desencadenado la escogencia de Álvaro Uribe como El Gran Colombiano entre columnistas y profesores universitarios, es, de veras, muy preocupante desde el punto de vista de la salud mental de quienes se han dejado llevar por sentimientos primarios. Bastaba ver el rostro desencajado de los integrantes de ese panel de comentaristas que en vez de ofrecer una reflexión seria para el debate, se prodigaron en insultos contra los votantes del concurso.
Como historiador de formación no me atrae ese tipo de programas y concursos. No porque me parezca que la gente que vota en ellos sea bruta o esquizofrénica como afirmó sin pudor María Jimena Duzán, o porque sean nominados líderes negativos como se refirió al ganador el profesor de la Universidad Nacional, o porque el vulgo proceda dejándose llevar por pasiones del momento como acotó el cineasta Lisandro Duque ni porque yo piense que History Channel y El Espectador carezcan de idoneidad para evitar que manos oscuras manipulen la votación como insinuó el comentarista de fútbol metido a analista político Javier Hernández.