La gloria de Santos por sobre todas las cosas

Hay líderes que buscan la gloria defendiendo un ideal de importancia esencial para una sociedad, pero también los hay que por lograrla son capaces de negarse a sí mismos o de cometer graves errores sin guardar miramientos con los perjuicios que pueden ocasionar corriendo riesgos incalculables. Este último es el caso del presidente Juan Manuel Santos.

En nombre de una paz que en 1997 estaba “de un cacho”, según el primer mandatario, y que ahora está “a la mano” porque “nunca antes habíamos avanzado tanto en acuerdos con las FARC”, el presidente estigmatizó a la mitad de la población calificándola de “extremo derechista” y “amiga de la guerra sin fin”, se mostró receptivo con el apoyo electoral de los grupos guerrilleros y los puso del lado de la paz sin que hayan dejado de atacar los bienes y las tropas de la nación.

Demasiada osadía del presidente y sus asesores. Uno no sabe si las ansias de gloria les ha hecho perder de vista el peligro de abrir las puertas de la acción política a quienes se empecinan en la acción violenta, a quienes son defensores de un proyecto continental antidemocrático que en otras latitudes se ha impuesto por vía electoral, sin exigir el abandono de las armas.

El camino que se sigue conlleva el peligro de regalarle espacios al proyecto de la “patria grande” que comparten las guerrillas de las FARC, el ELN, los gobiernos del ALBA y la dictadura castrista. Y no es que se les vaya a hacer la concesión a través de un texto, decreto o capitulación, no. En los hechos y hace años, Colombia está en la mira. Cuba y Venezuela, centros del proyecto rodean y vigilan la negociación. No acompañan por hacernos un favor o prestarnos un servicio, tienen sus intereses. No es un invento de mentes enfermizas decir que en el discurso de las guerrillas colombianas y de los gobernantes de esas dictaduras existe una identidad de palabras mayores. Hablan, por ejemplo, del ideal “bolivariano” del “socialismo del siglo XXI”. No son palabras carentes de sentido. Líderes que piensan igual gobiernan a sus anchas, con reelección indefinida, en Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

No todos tienen el mismo margen de maniobra, lo que explica las diferencias de ritmo en la aplicación de su plan anticapitalista, estatizador, con recorte o supresión de libertades individuales, asfixia a la iniciativa privada, condena al ánimo de lucro, control de los poderes públicos por el Ejecutivo, silenciamiento de la prensa, atropellos a las fuerzas opositoras a las que tratan de enemigas.

En nuestro país existen grupos, movimientos, partidos, tendencias y personalidades partidarios o simpatizantes de ese proyecto. No están “a un cacho” del poder, pero, merodean, hacen bulla, estimulan y azuzan las “luchas populares” y de “clases”, se apropian de banderas que después tiran al pote de la basura.

Los viejos, ortodoxos y dogmáticos comunistas estalinistas poseen la capacidad de seducir con su discurso justiciero a un vasto conglomerado de sectores sociales, intelectuales, académicos y líderes sociales. Por supuesto, esa favorabilidad no se traduce siempre en militancia, en cambio sí en una actitud de desprecio por las instituciones que nos rigen que les da para pensar que es mejor cualquier otra cosa.

Es un sector que no ve ningún problema en que los comandantes responsables de crímenes de lesa humanidad no paguen cárcel por delitos de lesa humanidad, en que no dejen ni entreguen las armas, en que ocupen puestos en el Congreso o en una eventual asamblea constituyente. No creen que haya motivo de preocupación. Peor aún, consideran paranoicos a quienes alertan para que no nos suceda lo de Venezuela.

No es que el “cuco” vaya a venir, es que ya está aquí y bien representado. Son débiles aún, pero hábiles para sortear esa circunstancia. Como buenos discípulos de Stalin, uno de los grandes criminales de la historia, se camuflan, se parapetan, se infiltran, cambian el nombre de su partido, crean organismos con títulos pomposos que defienden principios en los que no creen. Hay comunistas clandestinos y legales, seguidores disciplinados del Movimiento Continental Bolivariano que asisten a sus congresos lo mismo que al Foro de Sao Paulo, eso no es un invento. Hay personas, como el profesor de una universidad pública que, siendo activo guerrillero de las Farc, hizo parte de la junta directiva de Empresas Públicas de Medellín. Un reconocido y otrora dirigente sindical es hoy uno de los cuatro jefes del ELN, hay congresistas de izquierda que han logrado que ideólogos de la combinación de todas las formas de lucha sean consagrados como mártires de la democracia en la que nunca creyeron.

Por el flanco civil, que es hoy día el principal teatro de batalla, uno se pregunta ¿qué hacía el líder comunista Carlos Lozano, director del semanario “Voz” en las listas al Congreso del partido Verde? Y también hay políticos del llamado “establecimiento” que no es que se hayan cambiado de bando sino que carecen de visión, de principios o de escrúpulos, que desconocen la naturaleza de ese peligro, que lo minimizan, que piensan que el problema se resuelve facilitando acceso gratuito a la política a los grupos que abrazan el proyecto de la “patria grande”. Y también hay dirigentes de Estado que, como anotábamos al comienzo, solo piensan en su gloria personal.

¿Alcanzará la torta?

Concluyó una de las más reñidas, intensas, debatidas y mañosas campañas presidenciales de la vida reciente de Colombia con triunfo de Juan Manuel Santos.

Para la situación tiene validez el dicho de que la victoria tiene muchas madres y en cambio la derrota es huérfana. Sin embargo, me atrevo a darle créditos superlativos a la izquierda de todos los matices en el resultado, por lo que cabe esperar que le den una porción grande de la torta.

Intentemos explicarnos las razones que influyeron en la victoria del presidente-candidato más que enredarnos en especulaciones sobre las cifras. En mi parecer fueron muchas, unas muy propias de la dinámica y la publicidad electoral y otras no tan santas que permiten apreciar que a pesar del discurso contra “el todo vale” se hicieron cosas en esa dirección.

He aquí las que considero razones más importantes. Sin duda, la campaña santista fue exitosa con la retórica del miedo para dividir el país, astutamente, en amigos de la paz y partidarios de la guerra o extrema derecha. Una apuesta que graduó de pacifistas a las FARC. A la lista de partidos de la Unidad Nacional –Liberal, de la U y Cambio Radical, se sumó el comunismo ortodoxo de la Unión y la Marcha Patrióticas, la dirigencia más dogmática del Polo Democrático, los Verdes, los Progresistas y un importante sector de los conservadores liderados por el muy “progresista” Roberto Gerlein. Un abanico de extrema a extrema.

Entre los allegados a la gran alianza por la paz llegaron las FARC con su nueva tregua y el documento de “reconocimento” de las víctimas, y el ELN que aceptó jugar a favor de Santos al aceptar “conversaciones exploratorias”.

Con tirios y troyanos Santos adquirió una deuda enorme. Como ya agotó hasta el pegado de la mermelada, ahora le corresponde repartir la torta de la gobernabilidad. Hay demasiados mendigos con ponchera pidiendo algo a cambio. Todos reclamarán ser parte del festín para que la gratitud del reelecto presidente, que le dedicó más de la mitad de su flaca intervención de la victoria a darles gracias, se traduzca en porciones reales de poder.

En el triunfo jugaron un rol fundamental los grandes empresarios del país, desde Sarmiento Angulo hasta el Sindicato Paisa. La gran prensa hablada, escrita y vista fue clara y vergonzosamente, como señaló Juan Gosaín, inclinada a favor de Santos. Eso, al menos, indica que no habrá nuevos canales privados de televisión. Como vemos el “todo se vale” tiene espacio en las toldas oficiales aunque no siempre podamos decir que eso es “ilegal”.

El factor más descarado y delictuoso en la estrategia de la campaña reeleccionista se dio en el abuso de poder y de autoridad del presidente, concretado en las cuñas y pautas publicitarias costosísimas de institutos y organismos del Estado y del Gobierno que salieron a dar cuenta de su gestión, precisamente en época electoral. Esa publicidad coincidía con la de la campaña en el tema de paz como valor central de tal forma que el presidente gozó espuriamente  de la coincidencia adrede de las dos publicidades. Alcaldes y gobernadores fueron conminados a apoyar a Santos a cambio de partidas y obras en sus territorios y comunidades. Si hubiese independencia plena de poderes en Colombia, algún organismo debería estar investigando este hecho que no indica solo una falla ética sino una conducta delictiva por la utilización de recursos públicos para fines particulares. En el colmo del cinismo, hasta Humberto de la Calle se prestó para actuar en esas cuñas sobre la paz y las negociaciones en La Habana.

El Centro Democrático denunció la irrigación de miles de millones de pesos, en varias partes del país destinados a la compra de votos. Obsérvese el aumento de más del cien por cien de la votación a favor de Santos en varios departamentos y capitales. Con seguridad no fue a causa de una intensa labor programática de los ñoños, los musas, los Benedetti, los Cristo y los Barrera.

Toda o casi toda la intelectualidad de izquierda, semiizquierda, de los “progres”, de los liberales cultos, modernos y decentes, los independientes, los anarquistas tipo Caballero, francotiradores como Bejarano y linchadores de todo pelambre se lucieron con el insulto, el macartismo, el simplismo y el sectarismo, contra el candidato Zuluaga y contra izquierdistas como William Ospina y Robledo a quienes les hicieron matoneo de corte estalinista. Hasta Carlos Gaviria, desde su otoñal retiro, perdió la memoria de cuando afirmó que “a Juan Manuel Santos nunca lo han pillado diciendo una verdad”. Quedan muchas anomalías por relatar.

Pero, en momentos de efervescencia bien vale la pena hacer un llamado a los vencedores para que no se dejen obnubilar, a que cesen en su miserable cacería contra el expresidente Uribe y sus seguidores si es que de verdad están comprometidos con la paz. Esa paz no es sensata si conlleva a borrar del mapa o burlarse, atropellar o pisotear a quienes forman parte de ese honroso 45% que votó por Zuluaga. Esos siete millones de votos son el respaldo legítimo a la que será la nueva Oposición política, para la que, no por generosidad ni gracia del gobierno, tiene que haber plenas garantías como corresponde en democracia. La tristeza que sentimos es momentánea pues será reemplazada por el sentimiento de preocupación con la suerte de la Nación. El gobierno ecuatoriano, que había declarado muy peligroso un traspié de Santos y la paz para la seguridad de su país, puede dormir tranquilo. Maduro seguirá con la solidaridad de su mejor “amiguis”, Ortega ejercerá soberanía sobre nuestro archipiélago, y la dictadura castrista contará con el voto de Colombia para tapar sus violaciones a los derechos humanos.

Mi voto por Zuluaga

Óscar Iván Zuluaga ha demostrado, con creces, que brilla con luz propia. Ha demostrado una gran solvencia al deshilvanar y explicar uno por uno los contenidos de su propuesta programática.

Para sorpresa de los incrédulos y malestar de sus críticos y opositores que lo han pintado como un títere a través del cual quien habla de verdad es el expresidente Alvaro Uribe, Zuluaga tiene criterio y estilo propio y ha mostrado ser un gran conocedor de los problemas de la sociedad y del Estado colombiano.

En los debates televisivos ha sorteado con éxito las difíciles y en veces capciosas preguntas de los periodistas y las cáscaras que afanosamente le tira el presidente-candidato. Habla con claridad, es calmado ante las provocaciones, firme y contundente cuando corresponde. No se deja provocar y soporta estoicamente las burlas y las ironías que le arrojan desde todos los ángulos.

No es un líder político de esos que enfrentan una campaña pensando en triquiñuelas, en la trampa que hay que ponerle al oponente que es en lo que se distingue el presidente-candidato quien confunde la praxis política con apuestas de juegos de azar. No es hombre de rodeos ni de promesas demagógicas de última hora.

De su relación con Uribe no reniega ni se apena como Juan Manuel Santos, que no se sonroja al apropiarse de sus éxitos y lavarse las manos de sus supuestos fracasos de los que fue copartícipe en su calidad de ministro de Defensa.

Zuluaga ha forjado con Uribe una amistad alrededor de identidades profundas sobre la manera de pensar y enfrentar los problemas del país. Reconoce que su programa fue estructurado en numerosos talleres democráticos realizados a lo largo y ancho de Colombia, fruto del esfuerzo colectivo de especialistas, líderes populares, gremiales, de activistas, intelectuales y voluntarios que lo estructuraron a la par que daban vida al partido del Centro Democrático.

De llegar a la presidencia, Zuluaga obrará como presidente de todos los colombianos, hará gala de su autonomía y exhibirá su jerarquía, pero será leal al partido, al programa y escuchará la voz del líder natural de ese movimiento, y, por supuesto, trabajará con los demás poderes del Estado, que es lo que debe darse en cualquier democracia que se precie de tal.

Zuluaga inspira seguridad, tiene talante para asumir retos y situaciones complejas y se ha ganado una imagen de hombre serio. No cambia de opinión según el interlocutor ni el escenario, por eso ha crecido de manera espectacular en la intención de voto hasta el punto de que hoy en día, a diferencia de hace dos meses, derrotar a Juan Manuel Santos es posible.

Ya todo está dicho de su parte, la opinión sabe a qué atenerse, sabe que es un líder coherente, franco y predecible.

En cambio, del lado contrario, observamos un líder presa del miedo a la derrota, desesperado, acompañado por un equipo en el que abundan los caciques que hacen declaraciones disonantes, ofensivas y disparatadas. Por ejemplo, Vargas Lleras en actitud cínica les exigió a beneficiarios de casas gratuitas del Estado lealtad con el presidente y los regañó por exhibir en sus ventanas afiches de Zuluaga. Como quien dice, el gobierno les reclama a los ciudadanos su voto como gratitud por los programas sociales que son deber del Estado. Si las gentes aceptaran el chantaje, estaríamos en presencia del voto más costoso de la historia.

La campaña de Santos atropella el sentido de todo pudor con su marejada de cuñas institucionales oficiales en las que se aprecia una indiscutible y no disimulada semejanza con el lenguaje del presidente-candidato. De esa forma, la publicidad oficial, financiada con recursos de la nación, ha sido puesta a su servicio. En el colmo de los colmos, pusieron a Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador en La Habana, a actuar en cuñas claramente al servicio de Santos. En dos años de negociaciones no había hablado tanto como en estas semanas.

Eso nos indica varias cosas preocupantes: el abuso de posición del presidente, la desviación de recursos públicos para fines electorales de carácter privado, la manipulación del proceso de paz. Nos reafirma en la idea de que el presidente Santos es un hombre que actúa guiado por su interés personal, capaz de arrasar con los límites que impone la democracia a las campañas electorales.

Para coronar, Santos exhibe una gaseosa declaración de principios sobre las víctimas, que las FARC, muy acuciosas, se prestaron a firmar ante la inminencia de una posible derrota. Se repite la maniobra previa a la primera vuelta cuando suscribieron un documento sobre narcotráfico y luego anunciaron cese al fuego, ahora, en documento de corte metodológico del que no se desprende ningún compromiso y cuya concreción podría tomar varios años, las FARC le dan una manito a Santos. Típica jugada de oportunismo electoral. Por eso no es raro el anuncio de una tregua con motivo de la segunda vuelta. No se descartan nuevas picardías de última hora.

 

Zuluaga toma la delantera

Varias cosas deja en claro el certamen electoral de la primera vuelta presidencial. Lo más destacable es que Óscar Iván Zuluaga no fue afectado por el ataque realizado por el santismo y el Fiscal General con el caso del hacker. Aunque no es descartable que intenten nuevas argucias para la segunda vuelta, es improbable que tengan un impacto negativo en el rival. Lo que a su vez podrá llevar los debates a un plano más serio y programático.

El santismo, no obstante el apoyo de la gran prensa, de la inmensa mayoría de columnistas, de tres partidos, de los principales gremios, del Fiscal, del Consejo Electoral, de los verdes Mockus y Lucho Garzón, de Petro y otros sectores de izquierda, no logró traducir ese respaldo en votos. Eso indica un profundo desgaste de la confianza en el presidente-candidato. Las encuestas previas revelan una caída permanente en la intención de voto por él y, por tanto, por todo lo que ha dicho.

Fracaso monumental de la estrategia santista de dividir el país entre los amigos y enemigos de la paz. La población se resistió a un encasillamiento maniqueo y optó por apoyar al candidato que planteó, no la opción de la guerra, sino la de una negociación sin impunidad y con la exigencia perentoria a las FARC de que deben cesar unilateralmente sus hostilidades.

Óscar Iván Zuluaga se confirma como el candidato que viene en ascenso desde el mes de febrero cuando se inició de veras la campaña. A mayor conocimiento de sus tesis, de su talante, de su claridad y de su trayectoria, ha generado mayor respaldo. Pasó de un 14% a un 29% mientras su rival bajó de cerca del 40% a un 25%.

Para las guerrillas que jugaron a favor de la candidatura Santos, el resultado es bastante desalentador puesto que confirma lo señalado en varias encuestas, en el sentido de que hay una gran desconfianza con los resultados de las conversaciones de La Habana y, un porcentaje del 80% que exige cárcel y no representación política para responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad. El cese al fuego por 10 días y la firma de un texto sobre narcotráfico a una semana de la primera vuelta parecen haber sido leídos como maniobra electoral de corte oportunista.

El Partido Liberal sale del panorama electoral no solo por no haber presentado candidato propio, sino porque su contribución a la votación de Santos se puede considerar un fiasco. Es la situación de precariedad por la que deben responder dirigentes mediocres y pusilánimes, que piensan más en los puestos y en la mermelada que en ideas y programas. La presencia de los ex presidentes César Gaviria y Ernesto Samper produjo el efecto contrario al esperado. Pardo Rueda, Cristo y otros gamonales semifeudales tendrán que ser relevados si es que el liberalismo quiere salir del hoyo profundo al que fue llevado.

El mapa político del país es un claro mentís a la tesis caprichosa, por no decir, estúpida, de algunos intelectuales capitalinos y centralistas que intentaron colocar las cosas en términos (Santos igual modernidad y futuro; Zuluaga igual atraso y pasado) ya que el país más moderno y desarrollado votó con Zuluaga mientras las regiones más atrasadas, en todo sentido, en manos de politiqueros corruptos y enmermelados, auténticos terratenientes, votaron por Santos.

Para la segunda vuelta tendremos una intensa disputa en dos frentes. En el primero, cada uno de los finalistas tratará de ganar el respaldo de las otras tendencias. Muy probablemente el Polo Democrático, que obtuvo una votación sorprendente, se incline por Santos mientras el conservatismo lo haga por Zuluaga. Pero, el segundo frente, el de los abtencionistas, habrá de ser el más disputado. Es factible que se incremente la participación de un 40 a un 55%, ha sucedido en ocasiones pasadas. Si se da, habrá un potencial de cerca de millón y medio más de votantes. La lucha será emocionante, palmo a palmo, voto a voto, con mucho dramatismo. Por ello, mi pronóstico objetivo es que habrá un voto finish el 15 de junio.

Si el presidente Santos insiste en su estrategia de dividir a los colombianos entre amigos y enemigos de la paz, como insinuó en su patética y teatral intervención de final de escrutinios, si insiste en apelar a triquiñuelas, patrañas y picardías, si continúa apoyándose en órganos del estado como la Fiscalía y el Consejo Electoral y ciertos Tribunales para judicializar a su rival, si mantiene la instrumentalización de los medios, no cabe la menor duda de que estará cavando su fosa.

Zuluaga es, de lejos, mucho mejor comunicador que su oponente y si logra un cubrimiento de los medio más equilibrado eso le será muy favorable.

El presidente nos divide con su paz

El presidente Juan Manuel Santos decidió, en mala hora, dividir a los colombianos en amigos y enemigos de la paz.

Sin duda, se trata de un recurso de su improductiva campaña por la reelección con el que busca recuperar la imagen perdida. De esa forma, Santos compromete todo su capital político en una jugada desesperada (como en las partidas de póker), apostando al cañazo más difícil: que en La Habana, las FARC le den una ayudita con la firma de algún texto útil para vender la idea de que la paz está al alcance de la mano.

Varios y muy delicados son los problemas que se desprenden de este tipo de movidas. Por ejemplo, se pone en la mesa el destino de la sociedad colombiana y no el bolsillo o billetera del presidente cuando éste deposita una confianza total e incondicional en la supuesta buena voluntad de unas guerrillas que no han dado una señal certera y creíble sobre sus intenciones de ponerle fin al conflicto.

Esa experiencia la sufrimos trágicamente en la campaña electoral de 1998 cuando las Farc ayudaron al triunfo de Andrés Pastrana y luego cobraron, bien duro, ese apoyo para abrir un proceso de conversaciones que terminó en fracaso. La lección es contundente y clarísima. Un presidente o candidato al cargo no puede hipotecar su continuidad o su triunfo con fuerzas que se encuentran en la ilegalidad y que han causado tanto daño a la sociedad y al país. Significaría dar un paso más en la dirección de humillar el Estado.

También es sumamente grave, y por lo mismo irresponsable, que el jefe del Estado se rebaje al nivel de los politiqueros ordinarios que apelan a métodos engañosos para ganar el favor del elector. Santos está en la obligación ética y moral de explicar, más allá de cuñas simplonas y de mensajes románticos e ilusos sobre la paz, quiénes son amigos y quiénes enemigos de la paz.

Santos considera que es el líder del bando de amigos e incluye en él a la guerrilla fariana sin que ésta de muestras reales de estar de su lado. De manera que, sin mediar acuerdos ni compromisos de paz ni cese de fuego, las Farc obtienen el estatus de amigos de la paz mientras continúan matando soldados y destruyendo la infraestructura nacional. Los enemigos de la paz vienen siendo todos aquellos que critican los términos de una política de conversaciones de paz diseñados por un filósofo que no conoce el país. En conclusión, fuerzas políticas a las que perteneció Santos y políticas como la Seguridad Democrática, que él hizo suya cuando fue ministro de Defensa y respecto de la cual se comprometió a darle continuidad en la campaña del 2010, políticos, intelectuales, empresarios, líderes gremiales, víctimas de las guerrillas, son los enemigos de la paz.

No solo es grave que el presidente de todos los colombianos, en su afán por ganar la reelección y en su desespero por la caída en las encuestas, en vez de prestarse para el debate programático, de cara a la nación, de frente a los colombianos, opte por una maniquea división que no tiene lógica, que no es demostrable, que carece de asidero y de las más elementales pruebas que la lucha política requiere para hacer inteligible, argumental y sustentable una decisión.

No creo que la ciudadanía dispuesta a votar se deje impactar por ese tipo de argucias, pues no se precisa de pensamiento complejo ni de teorías o especulaciones filosóficas para entender que los enemigos de la paz no somos los críticos del entreguismo sino aquellos que se encuentran en La Habana impartiendo órdenes a sus frentes para cometer actos de terror. Cuando diversos matices de la institucionalidad afloran, con justas razones, es muy peligroso sembrar cizaña con ese tipo de dislocaciones.

Uno entiende que la lucha política tiende a la polaridad y a la simplificación de los bandos, pero, no se debe olvidar que en democracia, llevar a ese plan las bases de la institucionalidad, la Constitución y demás ideales y valores de la sociedad, puede conducir al camino de la disolución o del triunfo de quienes sí deben ser calificados como enemigos de ellos, como quiera que insisten en la violencia contra los que estamos del lado de la resolución pacífica de los conflictos.

La paz no es de izquierda ni de derecha

Si uno se detiene a mirar el signo ideológico de quienes han sido distinguidos con el premio Nobel de la Paz encuentra de todo, desde fieros guerreros a nacionalistas extremistas, líderes religiosos, comunistas, personalidades de izquierda y de derecha.

Yasser Arafat, que preconizó el terrorismo contra Israel y los judíos, Menahem Begin un ortodoxo judío y el dictador egipcio Anwar Al-Sadat que firmaron la paz después de varias guerras. Obama por haber pronunciado un discurso conciliador entre Occidente y Oriente en El Cairo. La activista birmana Aung San Suu Kyi por su resistencia contra la dictadura militar. La líder indígena guatemalteca Rigoberta Menchú y hasta un militante comunista, el argentino Adolfo Pérez Esquivel.

La bandera de la paz la esgrimen casi todas las tendencias ideológicas, partidos muy diversos, todas las religiones. Pero no todos los gobernantes pueden hablar en su favor siempre, pues las constituciones les obligan a acudir a la guerra para defenderse ante una agresión.

No es pues razonable la idea de agrupar en la derecha o en la izquierda ni en sus respectivos extremos a quienes hablan y proponen la paz o hacen la guerra. Los comunistas, desde el manifiesto de 1848, por ejemplo, han validado la violencia revolucionaria y la guerra para conquistar y realizar sus ideales. Igual sucedió con los nazis y fascistas. El dictador de la Unión Soviética, José Stalin, instituyó el premio de los Pueblos a la paz como una alternativa al Nobel de Paz, mientras adelantaba su carrera armamentista y patrocinaba la guerra en distintos países. A la guerra y a la paz apeló Estados Unidos en defensa de la libertad y la democracia y por ahí derecho para imponer o deponer gobernantes según sus intereses.

Es decir, ni la guerra ni la paz son categorías absolutas que remiten a una sola tendencia del espectro político. Por eso, resulta insólito clasificar a los colombianos en la derecha o en la izquierda o en sus extremos según se expresen en relación con el curso de las conversaciones que adelantan el gobierno y la guerrilla de las Farc en La Habana.

El presidente Juan Manuel Santos fue quien comenzó a usar el recurso macartista de llamar “extremoderechistas” a los que consideraba “enemigos de la paz”. De esa forma, encasilló a todos los que, con diversos argumentos y desde distintos ángulos, han formulado críticas a la negociación como tal y a los términos con los que el gobierno accedió a sentarse de nuevo con esa guerrilla. Hoy ha convertido en enseña de su reelección la bandera de la paz a pesar de haber invitado a no hacer política electoral con ella.

En la galería política y en los medios abundan los defensores de esta forma de estigmatizar a los críticos y opositores. Pienso que entre los defensores de la negociación hay de todo. No creo, por ejemplo, que el presidente Santos se haya volteado hacia la izquierda, ni siquiera ronda por el centro o por la derecha culta. No es un extremista para ningún lado, es un político capaz de hacer lo que sea con tal de alcanzar la gloria y el pedestal de los inolvidables.

En un alarde de pobreza argumental, el director de la revista El Malpensante, que funge de adverso a todo fundamentalismo y dogmatismo, Andrés Hoyos, en su última columna en El Espectador decidió que los críticos de la paz son de extrema derecha.

Si nos atenemos al método del irreverente Hoyos, entonces los que hablan en favor de la paz son de izquierda o de extrema izquierda. Por tanto, personajes como Juan Fernando Cristo, Ernesto Samper, Roy Barreras, Roberto Gerlein, el iletrado Simón Gaviria o el cardenal Rubén Salazar o el exitoso burócrata Silva Luján y hasta habitantes del barrio El Chicó, son izquierdistas o al menos, “progres”.

Sería muy bueno que los amigos de la paz a cualquier costo, de cualquier tendencia, nos ayuden a disuadir el temor que despiertan las tesis del ideólogo de la paz, el filósofo Sergio Jaramillo: 1. Haber igualado a la guerrilla con el estado colombiano. 2. Haber validado el discurso de las causas objetivas del conflicto y por añadidura que en la base del mismo está el problema de la tenencia de la tierra. 3. Sostener que en La Habana en cosa de meses (no de años) no se firmará la paz, porque esta no es un  acto sino un proceso, no es el cese de hostilidades sino la resolución de los conflictos sociales. 4. En consecuencia con la anterior, ofrecer la apertura de un periodo de transición de diez años durante los cuales se pondrán en marcha los acuerdos. 5. La ocurrencia de crear zonas de reserva campesina con más de un millón de hectáreas donde se refugiará y gobernará la guerrilla sin dejación de armas (bastante parecido a la zona de distensión de El Caguán) y, 6. Proponer la creación de circunscripciones electorales de paz en territorios conflictivos con la ilusa idea de que es para campesinos excluidos.

¿Por qué es extremoderechismo exigir a las guerrillas el cese del vulgar matoneo de policías, de atentados contra la infraestructura nacional, de ataques a civiles con sus bombas artesanales y  de producción de toneladas de coca?

¿Es que no tenemos derecho, sin ser espetados de extremistas, como hizo Hoyos con el candidato presidencial Óscar Iván Zuluaga, de hacer reparos ante la perplejidad de nuestros negociadores con el envalentonamiento de los líderes farianos?

Las recientes declaraciones del presidente Santos, comandante supremo de las Fuerzas Militares en el sentido de que “pensaría dos veces” ordenar un ataque contra el jefe guerrillero Timochenko, refrendadas por su ex ministro consejero, Lucho Garzón, persona clave en la campaña de reelección que dijo, sin pestañear ni titubear: “No toquen a Timochenko ni toquen la reelección del presidente Santos”, ¿no son como para tener los pelos de punta?

Ni con insultos ni con amenazas de imposición lograrán acallar las voces críticas.

Darío Acevedo Carmona, Medellín 14 de abril de 2014