Abundan en el mundo entero los casos de personas que, habiendo militado con el credo y en organizaciones comunistas, enfrentan, a la hora de renunciar o renegar de tales experiencias, una tormenta de insultos, anatemas y descalificaciones morales.
La doctrina marxista en la medida en que se cristalizó en programas de partidos se asimiló cada vez con mayor fuerza a una vivencia religiosa o, si se quiere, a una religión civil. Por eso, abandonar el dogma era considerado un acto de traición y el mayor pecado. El marxismo se vendió como un pensamiento científico o una ciencia, pero, a diferencia de esta, no toleraba la duda, la incertidumbre ni los cuestionamientos a las altas directivas o al gran líder.
De manera que dejar de ser o cambiar de ideas, algo normal en todo sistema de pensamiento crítico, siempre ha sido objeto de punzantes comentarios y agravios en las esferas comunistas y en las de otras ideologías de corte fundamentalista. Continuar leyendo