Óscar Iván Zuluaga ha demostrado, con creces, que brilla con luz propia. Ha demostrado una gran solvencia al deshilvanar y explicar uno por uno los contenidos de su propuesta programática.
Para sorpresa de los incrédulos y malestar de sus críticos y opositores que lo han pintado como un títere a través del cual quien habla de verdad es el expresidente Alvaro Uribe, Zuluaga tiene criterio y estilo propio y ha mostrado ser un gran conocedor de los problemas de la sociedad y del Estado colombiano.
En los debates televisivos ha sorteado con éxito las difíciles y en veces capciosas preguntas de los periodistas y las cáscaras que afanosamente le tira el presidente-candidato. Habla con claridad, es calmado ante las provocaciones, firme y contundente cuando corresponde. No se deja provocar y soporta estoicamente las burlas y las ironías que le arrojan desde todos los ángulos.
No es un líder político de esos que enfrentan una campaña pensando en triquiñuelas, en la trampa que hay que ponerle al oponente que es en lo que se distingue el presidente-candidato quien confunde la praxis política con apuestas de juegos de azar. No es hombre de rodeos ni de promesas demagógicas de última hora.
De su relación con Uribe no reniega ni se apena como Juan Manuel Santos, que no se sonroja al apropiarse de sus éxitos y lavarse las manos de sus supuestos fracasos de los que fue copartícipe en su calidad de ministro de Defensa.
Zuluaga ha forjado con Uribe una amistad alrededor de identidades profundas sobre la manera de pensar y enfrentar los problemas del país. Reconoce que su programa fue estructurado en numerosos talleres democráticos realizados a lo largo y ancho de Colombia, fruto del esfuerzo colectivo de especialistas, líderes populares, gremiales, de activistas, intelectuales y voluntarios que lo estructuraron a la par que daban vida al partido del Centro Democrático.
De llegar a la presidencia, Zuluaga obrará como presidente de todos los colombianos, hará gala de su autonomía y exhibirá su jerarquía, pero será leal al partido, al programa y escuchará la voz del líder natural de ese movimiento, y, por supuesto, trabajará con los demás poderes del Estado, que es lo que debe darse en cualquier democracia que se precie de tal.
Zuluaga inspira seguridad, tiene talante para asumir retos y situaciones complejas y se ha ganado una imagen de hombre serio. No cambia de opinión según el interlocutor ni el escenario, por eso ha crecido de manera espectacular en la intención de voto hasta el punto de que hoy en día, a diferencia de hace dos meses, derrotar a Juan Manuel Santos es posible.
Ya todo está dicho de su parte, la opinión sabe a qué atenerse, sabe que es un líder coherente, franco y predecible.
En cambio, del lado contrario, observamos un líder presa del miedo a la derrota, desesperado, acompañado por un equipo en el que abundan los caciques que hacen declaraciones disonantes, ofensivas y disparatadas. Por ejemplo, Vargas Lleras en actitud cínica les exigió a beneficiarios de casas gratuitas del Estado lealtad con el presidente y los regañó por exhibir en sus ventanas afiches de Zuluaga. Como quien dice, el gobierno les reclama a los ciudadanos su voto como gratitud por los programas sociales que son deber del Estado. Si las gentes aceptaran el chantaje, estaríamos en presencia del voto más costoso de la historia.
La campaña de Santos atropella el sentido de todo pudor con su marejada de cuñas institucionales oficiales en las que se aprecia una indiscutible y no disimulada semejanza con el lenguaje del presidente-candidato. De esa forma, la publicidad oficial, financiada con recursos de la nación, ha sido puesta a su servicio. En el colmo de los colmos, pusieron a Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador en La Habana, a actuar en cuñas claramente al servicio de Santos. En dos años de negociaciones no había hablado tanto como en estas semanas.
Eso nos indica varias cosas preocupantes: el abuso de posición del presidente, la desviación de recursos públicos para fines electorales de carácter privado, la manipulación del proceso de paz. Nos reafirma en la idea de que el presidente Santos es un hombre que actúa guiado por su interés personal, capaz de arrasar con los límites que impone la democracia a las campañas electorales.
Para coronar, Santos exhibe una gaseosa declaración de principios sobre las víctimas, que las FARC, muy acuciosas, se prestaron a firmar ante la inminencia de una posible derrota. Se repite la maniobra previa a la primera vuelta cuando suscribieron un documento sobre narcotráfico y luego anunciaron cese al fuego, ahora, en documento de corte metodológico del que no se desprende ningún compromiso y cuya concreción podría tomar varios años, las FARC le dan una manito a Santos. Típica jugada de oportunismo electoral. Por eso no es raro el anuncio de una tregua con motivo de la segunda vuelta. No se descartan nuevas picardías de última hora.