Los atentados ocurridos en París el 13 de noviembre ponen sobre el tapete lo que ya existía bajo la alfombra: nos habíamos acostumbrado a recibir noticias diarias de actos terroristas donde morían decenas de personas inocentes en templos, cafés, ferias. El último, cuando sólo una semana antes del 13 de noviembre, ISIS degolló a 200 chicos menores de edad en Siria.
No nos engañemos, este proceso acabará únicamente cuando la moderación le gane al extremismo en el mundo árabe. En Occidente, vivimos por siglos guerras de religión, inquisiciones, empalamientos, degüellos y las más crueles torturas hasta fines del siglo XX. No nos olvidemos que Hitler existió hace sólo 70 años. Pudimos, finalmente, alcanzar la hegemonía de Gobiernos laicos, con división de poderes y prensa libre, mientras que las grandes religiones abandonaban definitivamente el oscurantismo y el atraso.
Pero no por eso está todo resuelto: la pobreza extrema, el narcotráfico y el serio riesgo medioambiental son los otros tres desafíos que acompañan al terrorismo internacional.
La pobreza extrema fue reducida a la mitad entre el año 2000 y el 2015, avance extraordinario que nos debería hacer redoblar los esfuerzos para que, en el 2030, alcancemos el objetivo de eliminarla. Con ella debería desaparecer la desnutrición infantil y ese nuevo estadio de dignidad universal limitará la posibilidad del manipuleo populista que produce la injusticia obscena. Continuar leyendo