Por: Diego Guelar
Los atentados ocurridos en París el 13 de noviembre ponen sobre el tapete lo que ya existía bajo la alfombra: nos habíamos acostumbrado a recibir noticias diarias de actos terroristas donde morían decenas de personas inocentes en templos, cafés, ferias. El último, cuando sólo una semana antes del 13 de noviembre, ISIS degolló a 200 chicos menores de edad en Siria.
No nos engañemos, este proceso acabará únicamente cuando la moderación le gane al extremismo en el mundo árabe. En Occidente, vivimos por siglos guerras de religión, inquisiciones, empalamientos, degüellos y las más crueles torturas hasta fines del siglo XX. No nos olvidemos que Hitler existió hace sólo 70 años. Pudimos, finalmente, alcanzar la hegemonía de Gobiernos laicos, con división de poderes y prensa libre, mientras que las grandes religiones abandonaban definitivamente el oscurantismo y el atraso.
Pero no por eso está todo resuelto: la pobreza extrema, el narcotráfico y el serio riesgo medioambiental son los otros tres desafíos que acompañan al terrorismo internacional.
La pobreza extrema fue reducida a la mitad entre el año 2000 y el 2015, avance extraordinario que nos debería hacer redoblar los esfuerzos para que, en el 2030, alcancemos el objetivo de eliminarla. Con ella debería desaparecer la desnutrición infantil y ese nuevo estadio de dignidad universal limitará la posibilidad del manipuleo populista que produce la injusticia obscena.
El narcotráfico ha generado nuevas formas de violencia social en los países más avanzados y pone en riesgo la gobernabilidad de los Estados productores. El desarrollo exponencial de las llamadas “drogas de diseño” está condenando a la prehistoria a las viejas marihuana, cocaína, heroína y hachís.
En el mismo lugar —París— donde ocurrieron los actos criminales del pasado 13 de noviembre se hará del 30 de noviembre al 11 de diciembre la COP21 (el mayor y más ambicioso encuentro medioambiental de la historia). El objetivo de bajar dos grados la temperatura media al final del siglo —en relación con la verificada en su inicio— es alcanzable efectivamente si se crea un organismo supranacional con la autoridad de verificar el cumplimiento de los compromisos propuestos en París.
El siglo XXI debe ser el del medioambiente, la derrota del terrorismo internacional, la eliminación de la pobreza y el control razonable de las adicciones. De cumplir estos objetivos, la humanidad habrá alcanzado —sumado a los avances médicos y tecnológicos—, estándares de justicia y desarrollo inimaginables tan sólo hace 15 años (al fin del siglo XX).
Es esta agenda la que Argentina tiene que encarar desde su lugar en el G-20, en la Unasur, el Mercosur, la Organización de Estados Americanos (OEA), la Organización Mundial del Comercio (OMC) y las Naciones Unidas. No hay tema local que hoy no sea universal.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis que quedan por derrotar galopean por Patagonia, La Pampa, Mato Grosso, Amazonas y la América Andina desde el Pacífico al Atlántico, en forma particular pero con puntos de convergencia y cooperación con las otras regiones del mundo que tienen que enfrentar, en más o en menos, los mismos desafíos. Por eso la patria moderna no se enfrenta con las otras patrias, sino que aporta a la construcción de una gran patria planetaria que nos pertenece a todos. El mundo es ancho y ajeno sólo si nosotros nos aislamos y seguimos mirando para atrás.