El Congreso de la Nación cumple un rol fundamental porque no sólo constituye el ámbito de representación del pueblo, sino que es también quien debe poner un freno a cualquier intento de hegemonía y de prepotencia del Poder Ejecutivo sobre los otros poderes. El Congreso debe ser equilibrio, consenso y armonía. No se trata entonces de una mera máquina de sancionar leyes, sino que además debe ser una herramienta fundamental en la construcción de la república.
Días pasados, el kirchnerismo realizó una movilización al Congreso para exigirle al presidente Mauricio Macri que convoque al Congreso a sesiones extraordinarias. El diputado Marcos Cleri expresó: “Gabriela Michetti y Emilio Monzó no quieren trabajar, quieren cerrar el Congreso Nacional, que es el órgano de la democracia donde se expresa la diversidad y la pluralidad en virtud del voto popular”.
Tales expresiones y fervor republicano resultan llamativos, por cuanto durante doce años el Congreso fue tratado como una escribanía del Poder Ejecutivo nacional. Durante la administración kirchnerista fue una constante que el impulso legislativo en las Cámaras no lo dieron las minorías, sino que la agenda de temas a tratar fue fijada exclusivamente por el oficialismo, lo cual se evidenció notoriamente en la actividad congresional de los últimos períodos ordinarios (que se extienden desde el 1.º de marzo hasta el 30 de noviembre de cada año).
Haciendo foco en las sesiones de la Cámara de Diputados, durante el período 131 (2013) hubo un total de 12 reuniones: 6 especiales, 4 ordinarias y 2 manifestaciones en minoría; en el 132 (2014) hubo 27 reuniones: 14 especiales, 3 informativas, 3 ordinaria y 5 manifestaciones en minoría. En el período 133 (2015) hubo 10 reuniones: 7 especiales y 2 ordinarias. En suma, de las 50 reuniones totales de los últimos tres años podemos contabilizar 27 sesiones especiales, 9 ordinarias, 3 informativas y 7 en minoría. Continuar leyendo