Los nuevos republicanos

Diego Hernán Armesto

El Congreso de la Nación cumple un rol fundamental porque no sólo constituye el ámbito de representación del pueblo, sino que es también quien debe poner un freno a cualquier intento de hegemonía y de prepotencia del Poder Ejecutivo sobre los otros poderes. El Congreso debe ser equilibrio, consenso y armonía. No se trata entonces de una mera máquina de sancionar leyes, sino que además debe ser una herramienta fundamental en la construcción de la república.

Días pasados, el kirchnerismo realizó una movilización al Congreso para exigirle al presidente Mauricio Macri que convoque al Congreso a sesiones extraordinarias. El diputado Marcos Cleri expresó: “Gabriela Michetti y Emilio Monzó no quieren trabajar, quieren cerrar el Congreso Nacional, que es el órgano de la democracia donde se expresa la diversidad y la pluralidad en virtud del voto popular”.

Tales expresiones y fervor republicano resultan llamativos, por cuanto durante doce años el Congreso fue tratado como una escribanía del Poder Ejecutivo nacional. Durante la administración kirchnerista fue una constante que el impulso legislativo en las Cámaras no lo dieron las minorías, sino que la agenda de temas a tratar fue fijada exclusivamente por el oficialismo, lo cual se evidenció notoriamente en la actividad congresional de los últimos períodos ordinarios (que se extienden desde el 1.º de marzo hasta el 30 de noviembre de cada año).

Haciendo foco en las sesiones de la Cámara de Diputados, durante el período 131 (2013) hubo un total de 12 reuniones: 6 especiales, 4 ordinarias y 2 manifestaciones en minoría; en el 132 (2014) hubo 27 reuniones: 14 especiales, 3 informativas, 3 ordinaria y 5 manifestaciones en minoría. En el período 133 (2015) hubo 10 reuniones: 7 especiales y 2 ordinarias. En suma, de las 50 reuniones totales de los últimos tres años podemos contabilizar 27 sesiones especiales, 9 ordinarias, 3 informativas y 7 en minoría.

Para ser precisos, las sesiones ordinarias o sobre “tablas” son aquellas que se celebran en las horas y días establecidos por el cuerpo; las informativas son aquellas donde el jefe de Gabinete se presenta ante alguna de las Cámaras con el fin de brindar el informe respectivo; las sesiones en minoría tienen lugar cuando fracasa una sesión especial —en ellas, el presidente autoriza las expresiones en minoría de aquellos diputados que hayan suscrito la nota de convocatoria—; y, finalmente, las sesiones especiales son aquellas que se celebren fuera del horario y día establecidos, por resolución de cada Cámara, a petición del Poder Ejecutivo, o por un número no inferior a diez diputados, dirigida por escrito al presidente y debiendo expresarse en todos los casos el objeto de la convocatoria.

Durante muchos años la mayoría reinante en la Cámara de Diputados hizo uso de las sesiones especiales como método, y así imponer la agenda del Poder Ejecutivo. Por eso  resulta llamativo que los que hoy reclaman la convocatoria a extraordinarias son los mismos que imponían la prepotencia de los números y los debates se cancelaban con frases tales como “Acá se hace lo que pide la Presidente” o “No se aceptan modificaciones”, contrariando cualquier búsqueda de diálogo en el ámbito donde todas las voces deban ser escuchadas.

Raúl Zaffaroni dijo en la Asamblea Constituyente de 1994: “En una democracia no basta con que la mayoría decida o con que se decida por mayoría. Por supuesto que eso es necesario, pero no es suficiente. Es necesario que decida la mayoría pero con cuidadoso respeto por los derechos de las minorías”, es por ello que los nuevos republicanos deberían tomar nota de lo expresado por su referente jurídico.

El sistema democrático se define también por el equilibrio de fuerzas, evitando así caer en las tentaciones hegemónicas. Los últimos años bastaron para saber lo que no se debe hacer, por ello es importante que los nuevos republicanos hagan de estos principios una constante y no sea un discurso hipócrita y de ocasión, cuando ya no sean capaces de sostener mayorías circunstanciales..