Por: Diego Hernán Armesto
Durante los últimos meses de la administración de Cristina Fernández de Kirchner, se popularizó una frase en donde se pretendía sintetizar los logros de doce años de su Gobierno y el de su marido. “No fue magia” era esa frase, y agregaba en aquel momento: “Yo les digo a los próximos Gobiernos que vengan que van a tener que seguir haciendo muchas cosas, porque les vamos a dejar un país mucho mejor que el que nos tocó recibir”, decía la ex Presidente en el spot que remataba con ese eslogan.
En la reciente apertura de sesiones ordinarias, el presidente Mauricio Macri, cumpliendo el mandato constitucional, le dio al Congreso y al pueblo de la nación la información suficiente y amplia sobre el estado en que se encuentra la república y hacia dónde quiere ir su administración de Gobierno. Nos dijo cómo estamos y hacia dónde piensa dirigir sus pasos futuros. Así: “Llevamos años, años donde la brecha entre la Argentina que tenemos y la que debería ser, es enorme […] Lo único que nos trajo fue una inaceptable cantidad de compatriotas en la pobreza; instituciones sin credibilidad y un Estado enorme que no ha parado de crecer y no brinda mejores prestaciones. Tenemos leyes que reconocen muchísimos derechos y quedan solamente en el papel”.
Esa afirmación por parte del Presidente nos invita a pensar que lo mágico se terminó y nos obliga a recorrer las páginas de la Real Academia Española, que, en una de sus definiciones, nos dice que “magia” es ‘el arte o la ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales’.
Aplicando esta definición, podemos deducir que durante estos últimos años, mediante el torpe ocultamiento de información, la falta de calidad institucional, el desprecio hacia el periodismo independiente, el atropello al que fueron sujetas las instituciones, la regresión en cuanto a la calidad educativa y la salud pública, el crecimiento de los índices de pobreza, la corrupción, el aumento de la violencia e inseguridad, no permitieron bajo ningún aspecto cumplir con el programa establecido en la Constitución Nacional. En definitiva, la magia consistió solamente en enmascarar y hacer marketing con resultados contrarios a cualquier buen Gobierno.
Un buen Gobierno no se hace con magia; un buen Gobierno se hace con el respeto a la ley y a la plena vigencia del Estado constitucional y convencional de derecho. Un buen Gobierno —como nos explica el politólogo francés Pierre Rosanvallon— se sustenta en una democracia de calidad donde cada poder cumpla su función establecida; un buen Gobierno tiene una gran responsabilidad y compromiso frente al futuro, por cuanto esto va de la mano de la voluntad y la capacidad de transformar positivamente las realidad. Un buen Gobierno escucha y gobierna; un buen Gobierno debe restablecer la relación entre gobernantes y gobernados para recrear ese vínculo de confianza. La permanente rendición de cuentas ante la ciudadanía, el hablar veraz en contraposición a la mentira o al reino del monólogo, y la integridad están entre las condiciones y las virtudes del buen Gobierno que también enumera Rosanvallon.
Tiene por delante este nuevo Gobierno un gran desafío y el 1º de marzo pasado fue el primer gran paso. Seguramente resultará difícil romper con la magia y los hechizos de la administración anterior. Tanta fue la magia que el Presidente llegó a decir: “Cuesta encontrar un papel”, y seguramente esto también fue parte de la alquimia pasada. Queda entonces afrontar el futuro con decisión y convicción, porque estamos frente a la gran oportunidad de recuperar una genuina y leal relación entre gobernante y gobernados, y así regenerar un vínculo de confianza que permita alguna vez que dejemos de hablar y pensar que la realidad se construye con poderes y acciones sobrenaturales, y podamos empezar a construir el futuro tangible con información y hechos concretos.