La sabiduría popular, a veces, está sobrevalorada. Los dichos y refranes tienen una validez relativa, ya que sólo podrían ser refrendados en el marco de la experiencia real, de los hechos concretos de la historia, que los convalidarían -cuando tal experiencia no refrenda el refrán, pasa al olvido entonces-. Sin embargo, a veces sucede que estas sentencias tiene un correlato verdadero con la realidad. Existe uno, de extendida difusión, que señala: “Crisis es oportunidad”.
¿Qué podría ser oportuno frente a la devaluación del peso, esa instancia de depreciación salarial y de promoción de la inflación, de hundimiento de los salarios, de carestía? Nada. El gobierno kirchnerista, a través de su ministro de economía Axel Kicillof, asestó un duro golpe a los trabajadores en los últimos días. Fue una decisión premeditada, tal como reveló a través de sus declaraciones Débora Giorgi, quien dijo que habían estudiado la medida durante semanas. O a través de la admisión final del ministro de Economía, ídolo de algunos economistas que habían querido ver en la figura de Kicillof la del ascenso de un marxista o un keynesiano al Estado -ilusoriamente-: “El Gobierno entiende que la cotización que alcanzó el dólar es una cotización de convergencia, razonable para la economía argentina”. Esas fueron sus palabras admitiendo que la devaluación era toda suya, toda kirchnerista, toda del Estado dirigido por la presidenta Cristina Fernández, hoy devaluadora serial. (Debería recordarse que en cierto momento la presidenta Fernández señaló que una devaluación sólo se realizaría bajo otro gobierno que no fuera el suyo. La historia desmintió su pronóstico, benévolo para consigo misma). Esta caracterización no desmiente que haya impulsos de sectores financieros que apunten a una mayor devaluación en pos de sus intereses, ya que -como el escorpión atravesando el río sobre la espalda del sapo- así es su naturaleza. Sin embargo, no se debería eximir -de ningún modo- la decisión del gobierno de devaluar. El ataque contra los trabajadores es suyo, suyo, suyo -como decía Menem, antecesor ilustre del kirchnerismo, acerca de su Ferrari Testarosa-.