Por: Diego Rojas
La sabiduría popular, a veces, está sobrevalorada. Los dichos y refranes tienen una validez relativa, ya que sólo podrían ser refrendados en el marco de la experiencia real, de los hechos concretos de la historia, que los convalidarían -cuando tal experiencia no refrenda el refrán, pasa al olvido entonces-. Sin embargo, a veces sucede que estas sentencias tiene un correlato verdadero con la realidad. Existe uno, de extendida difusión, que señala: “Crisis es oportunidad”.
¿Qué podría ser oportuno frente a la devaluación del peso, esa instancia de depreciación salarial y de promoción de la inflación, de hundimiento de los salarios, de carestía? Nada. El gobierno kirchnerista, a través de su ministro de economía Axel Kicillof, asestó un duro golpe a los trabajadores en los últimos días. Fue una decisión premeditada, tal como reveló a través de sus declaraciones Débora Giorgi, quien dijo que habían estudiado la medida durante semanas. O a través de la admisión final del ministro de Economía, ídolo de algunos economistas que habían querido ver en la figura de Kicillof la del ascenso de un marxista o un keynesiano al Estado -ilusoriamente-: “El Gobierno entiende que la cotización que alcanzó el dólar es una cotización de convergencia, razonable para la economía argentina”. Esas fueron sus palabras admitiendo que la devaluación era toda suya, toda kirchnerista, toda del Estado dirigido por la presidenta Cristina Fernández, hoy devaluadora serial. (Debería recordarse que en cierto momento la presidenta Fernández señaló que una devaluación sólo se realizaría bajo otro gobierno que no fuera el suyo. La historia desmintió su pronóstico, benévolo para consigo misma). Esta caracterización no desmiente que haya impulsos de sectores financieros que apunten a una mayor devaluación en pos de sus intereses, ya que -como el escorpión atravesando el río sobre la espalda del sapo- así es su naturaleza. Sin embargo, no se debería eximir -de ningún modo- la decisión del gobierno de devaluar. El ataque contra los trabajadores es suyo, suyo, suyo -como decía Menem, antecesor ilustre del kirchnerismo, acerca de su Ferrari Testarosa-.
De cualquier manera, la mayoría de los analistas locales desecha analizar el contexto internacional en el que se desarrolla la crisis que el país actualmente vive. La devaluación argentina no sólo es un epifenómeno de la crisis económica mundial que comenzó en 2007, sino que es su manifestación más exacta. Las bolsas internacionales sufrieron bajas tremendas luego de la devaluación argentina, mientras la cotización de las acciones de YPF caía raudamente en los mercados internacionales. La crisis argentina no se había realizado solitariamente, también había caído la lira turca, la rupia india y el rand sudafricano. La desaceleración de la economía china es una pesadilla para los popes económicos del mundo. Es en este marco en el que los capitales financieros se retiran del resguardo de las inversiones argentinas y muestran que el país se incorpora a la mayor crisis económica desde la caída de Wall Street en 1929 con todos sus honores. El viento de cola sucumbió, el supuesto “blindaje” no existe más, la Argentina está en medio del marasmo capitalista mundial. Y su gobierno, con Kicillof a la cabeza en la esfera económica, debate el chiquitaje de sus acciones destinadas al fracaso.
Crisis como oportunidad, quizás tal refrán tenga algo de cierto en esta circunstancia. La clase trabajadora, a pesar de ser la receptora privilegiada de las consecuencias nefastas de la devaluación, se encuentra en un sitial privilegiado respecto a otras épocas. Los últimos acontecimientos relevantes de la lucha de clases tuvieron en los trabajadores a actores victoriosos. Hoy pueden avanzar. La burocracia sindical de uno y otro lado está condenada al fracaso. Los oficialistas como Hugo Yasky -ese felpudo del poder que dirige la CTA kirchnerista- ha planteado que se debe apoyar al gobierno frente al complot devaluacionista anti K, sin considerar el complot gubernamental contra los trabajadores mediante la devaluación. Sectores del sindicalismo opositor manifestaron que las paritarias deben postergarse para mediados de año. Hugo Moyano y Luis Barrionuevo apuestan a una política destituyente y negocian, tras bambalinas y públicamente, con Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri. Pero la oposición toda se encuentra totalmente desorientada. Macri saludó la devaluación, la base social de Hermes Binner -los sojeros- destapan champagne frente a los acontecimientos. La oposición está hundida en el fango, tal como el gobierno, que asiste con mareos propios de la debilidad completa a su fin de ciclo.
Hay que hacer notar que los trabajadores no aceptarán, porque de ello depende la vida que llevan, que sus salarios sean recortados de modo crucial, que las paritarias tengan techos convenientes al kicillofismo del 25 % o que se atrasen las paritarias, que ya deberían estar siendo discutidas. La disputa por la sartén del mango encuentra en los trabajadores a uno de sus protagonistas. Más allá de la burocracia impotente, que cede su lugar a los intereses políticos del oficialismo o de la oposición impotentes.
Se ha dicho que la comparación de esta devaluación con la que se produjo durante el periodo conocido como el “Rodrigazo” sería irresponsable, y hasta destituyente. De ninguna manera. Por sus características es el acontecimiento histórico más cercano al momento que vivimos los argentinos. Frente al caos de la economía producido por Celestino Rodrigo y su devaluación, dos fábricas -la Fiat de Sauce Viejo, en Santa Fe, y la Ford de la Panamericana- salieron a la lucha y comenzó en el país la mayor reacción obrera que produjo las huelgas obreras de junio y julio de 1975, que cristalizaron la conformación de coordinadoras fabriles inéditas en el país, y que superaron a la burocracia. Crisis, oportunidad. Depende del modo en el que respondan los trabajadores al brutal ataque económico del gobierno que tal refrán adquiera virtudes verdaderas.