Por: Diego Rojas
La Argentina es una nación que cuenta con numerosos episodios que la ubican como una sociedad de vanguardia y que nutren su orgullo. Repitamos una vez más, entonces, que la Argentina fue el hogar de la birome, del colectivo, del dulce de leche y de las huellas dactilares, entre otros. Sin embargo, también podría ser destacada como una de las sociedades que albergó muy temprano la celebración del Día del Trabajador. El congreso mundial de fundación de la Segunda Internacional Socialista, en su sesión del 14 de julio de 1889 (una fecha significativa, ya que conmemoraba el inicio de la Revolución francesa) y a iniciativa de los obreros estadounidenses, declaró que el primero de mayo las clases obreras de todos los países debían conmemorar el Día Internacional de los Trabajadores en homenaje a los mártires de Chicago. Así se denominaba a los cuatro militantes anarquistas que defendían el derecho a las ocho horas de trabajo y que habían sido ejecutados bajo falsas acusaciones de terrorismo por el Estado estadounidense debido a incidentes ocurridos el primer día de mayo, durante las huelgas nacionales cumplidas por ese objetivo tres años antes.
El primer acto mundial en conmemoración de esa lucha —y de reivindicación de sus objetivos y de homenaje a sus luchadores— se cumplió en la Argentina con rigurosidad. En el Prado Español, ubicado en la actual plaza Francia, más de dos mil trabajadores de diversas nacionalidades y de adscripciones socialistas y anarquistas realizaron el acto al mismo tiempo que se celebraba en las principales capitales europeas y en varias ciudades estadounidenses. La clase obrera argentina, constituida por trabajadores del más diverso origen, se plegaba a la clase trabajadora internacional en una acción global y política en función de sus objetivos históricos estratégicos. Una tradición —no en el sentido fetichista o folclórico del término, ya que supone una jornada de lucha por la perspectiva de estructuración política de la clase— que se mantiene hasta hoy.
Sin intención de realizar una historia de los primeros de mayo en el país, dejaremos anotado, de cualquier manera, que sus conmemoraciones sufrieron represiones y muertes durante los primeros años del siglo veinte, que las distintas dictaduras prohibieron su celebración, que el peronismo cambió su carácter para considerarlo como Día del Trabajo y elegir reinas de belleza populares, y que, en general, el sentido histórico de la fecha sólo fue sostenido por la izquierda mediante actos en distintos lugares públicos o clandestinos. Luego de la crisis de 2001, la izquierda logró ocupar el centro político del país —la plaza de Mayo— para la realización de la jornada política del primero de mayo. Allí se plantearon durante estos últimos años no solamente los reclamos políticos de los trabajadores argentinos, sino que se pusieron de relieve las luchas de la clase obrera de otras naciones, en la seguridad de que no hay fronteras que separen los objetivos estratégicos de los sectores laboriosos y que se trata entonces de una lucha internacional.
En el último período, el Frente de Izquierda —que logró fisonomizarse como la expresión política de la izquierda y los trabajadores y obtuvo los más grandes logros políticos de este sector— fue el convocante al acto del primero de mayo en la plaza. Un hecho que se repetirá una vez más el próximo domingo.
Un sector del Frente de Izquierda decidió no participar del acto en plaza de Mayo para realizar otro el sábado, frente a la embajada de Brasil. Más allá de las consideraciones políticas de la decisión —que implica una subordinación a la defensa del Gobierno del Partido de los Trabajadores brasileño, que incluye el abandono del centro político argentino y se transforma en una postura que atenta contra el desarrollo del Frente de Izquierda y de los Trabajadores como tal—, se podría señalar que incurre en una posición ajena a los métodos históricos de la clase obrera. El frente único en defensa de la estructuración de los trabajadores como alternativa política en el país requiere poner el empeño para lograr ese objetivo. La izquierda conoce de debates en tribunas populares y el domingo se asistirá a la discusión pública sobre el carácter del impeachment de Dilma Rousseff en Brasil: el Partido Obrero, por caso, lo caracteriza como un golpe institucional y plantea que los trabajadores brasileños deben llamar a un congreso para intervenir de manera independiente en la crisis. Izquierda Socialista, otra fuerza del FIT, señala que no se trata de un golpe. La unidad lograda por la izquierda en función de los planteos políticos de los trabajadores no esquiva, y hay que valorar positivamente este hecho, la confrontación pública de ideas contrapuestas en el marco de una lucha común.
Una necesidad fuertísima en medio del ajuste del Gobierno macrista y cuando el kirchnerismo —que ajusta allí donde gobierna— intenta conformarse como “la oposición”. Frente a ello, la izquierda —y su expresión política, el Frente de Izquierda— debe fisonomizarse como la verdadera oposición independiente tanto del oficialismo como de los personeros del anterior Gobierno. El primero de mayo en el país servirá, una vez más y en la plaza de Mayo, para mostrar cómo la lucha de los trabajadores aceiteros logró un 38% de aumento salarial y cómo el paro de los bancarios provocó un aumento del 33%, mientras las burocracias sindicales se niegan a un paro contra los despidos, la inflación y los tarifazos que asolan a los sectores populares de la Argentina. El primero de mayo de 2016 tendrá en el país el carácter de una jornada de lucha y constituirá, entonces, el ascenso de un peldaño más hacia la construcción de la izquierda como una alternativa política para la nación y, especialmente, para sus trabajadores.