La Argentina es una nación que cuenta con numerosos episodios que la ubican como una sociedad de vanguardia y que nutren su orgullo. Repitamos una vez más, entonces, que la Argentina fue el hogar de la birome, del colectivo, del dulce de leche y de las huellas dactilares, entre otros. Sin embargo, también podría ser destacada como una de las sociedades que albergó muy temprano la celebración del Día del Trabajador. El congreso mundial de fundación de la Segunda Internacional Socialista, en su sesión del 14 de julio de 1889 (una fecha significativa, ya que conmemoraba el inicio de la Revolución francesa) y a iniciativa de los obreros estadounidenses, declaró que el primero de mayo las clases obreras de todos los países debían conmemorar el Día Internacional de los Trabajadores en homenaje a los mártires de Chicago. Así se denominaba a los cuatro militantes anarquistas que defendían el derecho a las ocho horas de trabajo y que habían sido ejecutados bajo falsas acusaciones de terrorismo por el Estado estadounidense debido a incidentes ocurridos el primer día de mayo, durante las huelgas nacionales cumplidas por ese objetivo tres años antes.
El primer acto mundial en conmemoración de esa lucha —y de reivindicación de sus objetivos y de homenaje a sus luchadores— se cumplió en la Argentina con rigurosidad. En el Prado Español, ubicado en la actual plaza Francia, más de dos mil trabajadores de diversas nacionalidades y de adscripciones socialistas y anarquistas realizaron el acto al mismo tiempo que se celebraba en las principales capitales europeas y en varias ciudades estadounidenses. La clase obrera argentina, constituida por trabajadores del más diverso origen, se plegaba a la clase trabajadora internacional en una acción global y política en función de sus objetivos históricos estratégicos. Una tradición —no en el sentido fetichista o folclórico del término, ya que supone una jornada de lucha por la perspectiva de estructuración política de la clase— que se mantiene hasta hoy. Continuar leyendo