Días agitados atraviesa la Argentina y no tiene modo el ciudadano de respirar tranquilo ni hacer caso omiso ante tanto estímulo político exaltador. Dijo alguna vez el periodista Jon Lee Anderson —que recorrió cinco continentes para realizar sus crónicas y así se convirtió en maestro de maestros del oficio— que los países que más discutían de política en el mundo eran la Argentina e Irán. Que la política, decía, se introducía en las mesas de almuerzo y en los diálogos nocturnos. Que no tenía parangón con otros lugares en el orbe. Seguramente tenía razón. Estos últimos días lo demuestran. Vivimos una nación signada por los hechos políticos.
Imposible evitar el discurso político cuando la inflación amenaza con dar un salto exponencial luego de los tarifazos en las facturas de energía y transporte. De un día para el otro viajar hacia el trabajo o hacia cualquier destino cotidiano costará el doble —cuando los salarios no aumentaron en esa proporción ni por asomo— o prender la luz, usar la estufa, llamar por teléfono o bañarse tendrán también un aumento sideral en sus costos —cuando los salarios no aumentaron en esa proporción ni por asomo. Imposible evitar el diálogo político cuando una ola de despidos se cierne sobre los ciudadanos mismos, los vecinos, los amigos de los amigos, los parientes. Y mientras tanto suben los precios de los artículos de la canasta familiar a un ritmo prepotente. Es de esta manera que se manifiesta en estos lares el ajuste. De un modo brutal. Continuar leyendo