La distorsión del repulgue y el relleno del macrismo

Toda manifestación comunicacional exhibe mucho más que el mero discurso que quiere mostrar. De tal modo, es en los silencios, las flexiones y las disrupciones donde el psicoanalista explora la conformación psíquica del paciente; o son las geografías del chiste las que pueden señalar, además del centro hilarante, la esencia de quien lo emite; o se pueden encontrar en los subtextos de lo no dicho de la literatura espacios para otros relatos secretos. No hay motivo para que las narrativas publicitarias se sustraigan de esta mecánica y mucho menos un spot publicitario estatal, ideado y realizado por las usinas comunicacionales del Poder Ejecutivo de la nación, que propone a través de la metáfora de la producción de una empanada una mirada distorsionada de nuestra sociedad, pero que a la vez dice demasiado acerca de cómo concibe el macrismo el papel de las instituciones sociales de la Argentina.

(Una digresión: ¿Qué necesidad lleva a la realización de un spot de campaña de Mauricio Macri y su Gobierno pagado con fondos estatales? ¿El spot de la empanada provee algún tipo de información relevante o se trata solamente de la continuidad de las publicidades electorales en tiempo no electoral y realizado con fondos públicos? ¿Es una distribución de la pauta oficial pero sin sentido informativo, sin utilidad pública ni social alguna, un mero intento de alcanzar una imagen simpática del oficialismo en medio del ajuste que lleva adelante y que sufren, en particular, los sectores populares? El spot de la empanada se trata de las innecesarias cadenas nacionales kirchneristas por otros medios). Continuar leyendo

Un retroceso para la Justicia argentina

José Pedraza, autor intelectual del asesinato de Mariano Ferreyra, cumplirá el resto de la condena a quince años de prisión por el crimen en una lujosa torre de Palermo Chico, en la calle Bulnes entre Libertador y Cerviño. Así lo determinó hoy un fallo dividido entre los jueces que entienden en la causa, miembros del Tribunal en lo Criminal número 21 -aunque dos de los jueces no son titulares. El juez Diego Barroetaveña, quien condenó hace dos años a Pedraza por el homicidio, votó contra el otorgamiento de la domiciliaria. El abogado de Pedraza había pedido el beneficio en función de su edad y supuestos problemas de salud. Sin embargo, los médicos designados para expedirse sobre el asunto concluyeron que ex dirigente ferroviario podía pasar el resto de la condena en prisión y que sólo se precisaba poner especial cuidado en su régimen nutricional. Los jueces subrrogantes -es decir, suplentes- Liliana Barrionuevo y Horacio Barbeli votaron a favor de que el asesino de Mariano Ferreyra modifique su domicilio desde el penal de Ezeiza a una lujosa torre -Pedraza declaró que vivirá en el piso 35- en una de las zonas más preciadas de la ciudad de Buenos Aires.

Es un retroceso.

La condena a José Pedraza y Juan Carlos “El Gallego” Fernández había significado un hecho histórico, ya que por primera vez en el país la justicia dictaba prisión para los autores intelectuales de un crimen político. También a los autores materiales y a los policías que liberaron la zona para que el delito se pudiera cometer. Menos de tres años después del histórico fallo, Pedraza regresa a su hogar.

Pedraza había sido detenido en un piso de Puerto Madero. Hoy comenzará a vivir en otro en Palermo Chico. ¿Cómo logra un trabajador, un representante sindical, vivir en torres de lujo, destinadas a empresarios por lo general? Es sencillo: José Pedraza forma parte de un sector parasitario de los trabajadores, la burocracia sindical que actúa no en función de los intereses de sus representados, sino en los de sus propios beneficios. Esta no es una apreciación subjetiva: Pedraza ordenó ejecutar el ataque patotero contra los obreros ferroviarios tercerizados que reclamaban el pase a planta permanente porque se ponía en juego un negocio del que sacaba grandes dividendos. El ataque patotero (liderado materialmente por el dirigente sindical de la línea Roca y ejecutado por barrabravas y lúmpenes contratados a tal efecto) también provocó graves heridas a Elsa Rodríguez -quien todavía padece consecuencias neurológicas por el balazo recibido en la cabeza y que vive en Berazategui, muy alejada (en todos los sentidos) del rascacielos que Pedraza comenzará a habitar-. Cuando el asesinato de Ferreyra era cometido, Pedraza y “El Gallego” Fernández participaban de un congreso auspiciado por una publicación del sector. El afiche de convocatoria señalaba a la Unión Ferroviaria como una “empresa” auspiciante del evento. No había error: Pedraza era un empresario que extraía sus ganancias sobre la base de la hiperexplotación laboral expresada en la tercerización de los obreros de la cooperativa Unión del Mercosur. En el departamento de Puerto Madero en el que fue detenido se encontró folletería de la cooperativa. Pedraza era un empresario dedicado.

Entrevisté a Pedraza para mi libro “¿Quién mató a Mariano Ferreyra?” y fue la única vez que el asesino habló sobre el crimen con la prensa. La entrevista y el libro fueron señalados como material de prueba por la Justicia, que consideró que en ciertos pasajes Pedraza se autoincriminaba. Por esa razón también fui testigo en el juicio que lo condenó. Hay quienes indican que Pedraza merece la domiciliaria por una cuestión humanitaria. Cuando lo entrevisté, tuve también una primera impresión parecida. Pedraza parecía un abuelo que en cualquier momento iba a retirar a sus nietos al jardín de infantes para llevarlos a la plaza. Pero la entrevista evolucionó y terminó a los gritos. Pedraza había dicho que eran kirchneristas, había hecho un recuento de todos los funcionarios con los que habitualmente hablaba -incluida la presidenta Cristina Fernández, que se había referido a él como representante del “sindicalismo que construye”-, había dicho que los ferroviarios “no eran botones” y que por eso no habían entregado al matador Cristian Favale -que se pavoneaba de haber disparado fatalmente a Ferreyra-, había admitido “que pocos sabían que el ataque se iba a realizar”, es decir, había admitido la planificación anterior del crimen. Y terminó a los gritos, Pedraza acusaba a un delegado combativo de ser un “delincuente”. Pedraza se sacaba la máscara de abuelo para mostrar el rostro siniestro de un burócrata sindical que defendía el crimen que había cometido.

Pedraza había intentado coimear a la Justicia para que no se lo condenara a prisión efectiva. El otorgamiento de la domiciliaria en una torre de lujo lo acerca a este objetivo.