Ernest Hemingway comparaba a su método de escritura con un iceberg: allí estaba, visible, el texto de la superficie, tal como se revela la montaña de hielo para los observadores, brillando blanca sobre el mar. Sin embargo, es en el sustrato de lo no escrito —de aquello no visible de la montaña de hielo— que se encuentra la fuerza literaria de la narración. Una historia textual oculta, tal como la base del iceberg que, recordemos, hizo hundir al Titanic. Debajo del debate sobre Uber sí o Uber no, se encuentra el relato de las miserias de los peones del transporte de pasajeros en el país.
Antes que nada, hay que resaltar que los beneficios y la amabilidad de la aplicación para celulares, como tal, es muy positiva. Sin necesidad de llamar, se obtiene transporte sin demasiadas demoras y con tarifas convenientes en relación con las establecidas por las estipulaciones de los taxímetros. Por otro lado, el registro del usuario y su tarjeta de crédito evitan no sólo el uso de dinero en efectivo, sino que previenen de ese modo los asaltos en los taxis, una modalidad que —si bien es minoritaria— existe.
Nadie podría oponerse a la llegada de la tecnología, sus avances y sus desarrollos, salvo a riesgo de adscribir al ludismo, corriente de personas que ante los avances de la Revolución Industrial se dedicaban a destruir maquinarias porque atentaban contra los métodos de trabajo de antaño. Sin embargo, estos beneficios —la superficie— no señalan lo que subyace bajo Uber. Continuar leyendo