Si no se elimina el cepo de entrada, al cabo de un año se terminará devaluando mucho más

Tanto los allegados al Gobierno de Cristina Kirchner como los asesores de Sergio Massa acusan a Mauricio Macri de querer provocar una fuerte devaluación del peso y hacer caer los salarios reales al anunciar la eliminación inmediata del cepo cambiario.

Es paradójico, porque quienes hoy denuncian los peligros de una fuerte devaluación son los mismos que desde 2002 en adelante pregonaban la teoría del crecimiento basado en el tipo de cambio real alto y ponderaban la pesificación decidida por Eduardo Duhalde en ese año, que fue la causa de una devaluación mayor al 300 %.

En aquella época parecían no ser conscientes de que el tipo de cambio real alto significaría salarios reales bajos. Puede que ahora hayan aprendido la lección y sinceramente quieran proteger a los salarios en el futuro. Pero lo dudo mucho. Creo que se equivocan, porque no entienden el funcionamiento de la economía argentina y no han reflexionado suficientemente sobre su historia.

No caben dudas de que las exportaciones han perdido competitividad y de que hay fuertes síntomas de atraso cambiario en el mercado oficial. A pesar de que los índices de tipo de cambio real dan cuenta de que este está en un nivel semejante al del año 2001, la pérdida de competitividad de las exportaciones es mayor a la que existía en aquel año. La evolución de las exportaciones, tanto en valor como en volumen, lo demuestran: A lo largo de 2001 las exportaciones crecieron%. En lo que va del año 2015, comparado con los mismos meses del 2014, las exportaciones cayeron 17 %. La evolución de los precios de exportación no fue más desfavorable en 2001 de lo que fue en los últimos 12 meses. Continuar leyendo

El gradualismo que le recomiendan a Scioli acentuará la estanflación

No sé a quién presta atención Daniel Scioli en materia económica. Pero, por lo que dice en sus últimos discursos, está siendo muy mal asesorado. Su apego al gradualismo en materia de cambios en las reglas de juego cambiarias y monetarias, en materia de tarifas de servicios públicos y en relación al mínimo no imponible y las escalas del impuesto a las ganancias, preanuncia que no va a poder sacar al país de la estanflación. Por el contrario, si sigue esos consejos, va a tener que soportar una estanflación cada vez más grave y costosa, tanto en términos económicos y sociales, como en términos políticos.

El gradualismo, cuando se parte de fuertes desequilibrios macroeconómicos y fuertes cuellos de botella sectoriales, acentúa las expectativas de inflación, las pujas distributivas y los costos recesivos. Por ejemplo, hacer el ajuste de tarifas gradual en el tiempo, pero a un ritmo superior al de la inflación y la devaluación en el mercado oficial, lleva a aumentar la inflación esperada porque la gente sabe que los ajustes de tarifas, al haber sido insuficientes, seguirán en el tiempo. Además, al ser parciales, los ajustes no significarán una reducción importante del gasto en subsidios a las empresas prestadoras. Por lo tanto, no se podrá influir sobre las expectativas de inflación argumentando que se está reduciendo el déficit fiscal.

En materia de reglas monetarias y cambiarias, el gradualismo también es perverso. Si se mantiene el cepo y se trata de que la brecha entre el dólar paralelo y el oficial se cierre gradualmente, se necesitarán muy altas tasas de interés en términos reales y la devaluación gradual esperada en el mercado oficial tenderá a aumentar, con el consiguiente impacto sobre las expectativas de inflación y las pujas distributivas. Se trata del mismo efecto del aumento gradual de tarifas.

En materia de recuperación del crédito público y de entrada de capitales, el gradualismo también es perjudicial, porque aunque se lograra que por el cambio de gobierno y el anuncio de que se tratarán de resolver los pleitos pendientes, permitiera conseguir financiamiento externo, éste, en lugar de utilizarse para las inversiones que permitirían ampliar la capacidad instalada en los sectores que hoy se constituyen en cuellos de botella de las cadenas productivas, terminaría financiando los desequilibrios fiscales heredados e inversiones muy poco productivas vinculadas a incentivos perversos creados por favoritismos sectoriales o corrupción.

También es equivocado el consejo de postergar un ajuste integral del impuesto a las ganancias, que actualice el mínimo no imponible, las escalas de las tasas y que disponga el ajuste por inflación, del mínimo, de las escalas y de la propia base imponible del impuesto. Sin este cambio en el impuesto a las ganancias será muy difícil conciliar posiciones en las negociaciones colectivas de trabajo y lograr que las empresas inviertan en capacidad productiva.

Quienes temen que soluciones de shock produzcan un “Rodrigazo”, es decir que den lugar a demandas de aumentos salariales y a un descontrol fiscal y monetario como el de 1975, no advierten la gran diferencia que existe entre un shock bien planeado, al inicio de un gobierno que puede replantear el conjunto de reglas de juego de la economía en la dirección que predomina en el mundo y un shock que termina produciéndose cuando el gobierno ya está desgastado por un largo período de estanflación y se ve obligado a admitir fuertes reajustes sin haberlos planeado y sin que la gente pueda percibirlos como la etapa inicial de un replanteo integral de reglas de juego.

Quienes le recomiendan a Scioli que en caso de ser elegido Presidente aplique cambios gradualistas en relación al cepo cambiario, las tarifas públicas y el impuesto a las ganancias, estarán contribuyendo a que hacia mediados de su mandato, o incluso antes, Scioli corra el riesgo de ser totalmente desacreditado por un shock no planeado que se transforme en un “Rodrigazo”.

Siempre pensé que Scioli, como Menem, era un político con gran intuición y sentido común. Menem, durante su campaña electoral, no habló de planes de gobierno y creo que no lo hizo porque recibía muchas opiniones, las más de las veces contradictorias entre sí. Tenía la ventaja, si lo comparamos con Scioli candidato, de que Menem prometía un cambio frente a un gobierno, el de Alfonsín, que terminaba enfrentando una gran crisis económica. Nadie sabía en qué consistiría el cambio, pero la gente pensaba que no se podía continuar con el tipo de políticas del gobierno precedente. Angeloz presentó planes de cambios sinceros y bien orientados, pero la gente no prestó atención al lenguaje tecnocrático de sus asesores y juzgó que el partido al que representaba no aseguraba un cambio de dirección.

Ahora, la mayoría de la gente quiere también un cambio. Esto, objetivamente no favorece a Scioli que, para sostener su candidatura en el Frente para la Victoria, tiene que sugerir que no va a introducir cambios importantes en la política económica. Si bien el deseo de cambio favorece a la oposición, podría llegar a ocurrir que si ninguno de los candidatos de la oposición llega a 30 % de los votos en la primera vuelta y Scioli consigue 40 %, resulte elegido Presidente. Es asombroso que Macri y Massa no adviertan este riesgo para quienes desean un cambio, pero, por el momento, parece que un entendimiento entre ellos es cada vez más lejano, por lo que no puede descartarse que Scioli gane en primera vuelta. De ahí mi preocupación por el mal asesoramiento que Scioli está recibiendo en materia económica.

La gran ventaja de la oposición, si llegara a ganar la elección, es que podría plantear ajustes iniciales de una sola vez, explicarle a la gente que son la consecuencia ineludible de los desequilibrios creados por el Kirchnerismo, y evitar el riesgo de “Rodrigazo” por producir el shock en forma planeada y en el momento en que tendrá el gran margen de maniobra que da el triunfo electoral. Además, producidos de entrada todos los ajustes necesarios, será mucho más factible lograr una baja inmediata en la inflación esperada y una recuperación rápida del crédito público. La desventaja de la oposición, paradójicamente, es que parece tener una fuerte vocación por la dispersión y la competencia de personalidades.

 

Publicado originalmente en el blog del autor.

Cristina insiste en seguir a contramano

El discurso de Cristina Kirchner sobre el tema de la deuda es un calco del que presenta el periodista y economista Alfredo Zaiat en su libro “Economía a contramano”. Transcribo a continuación las páginas de mi libro “Camino a la Estabilidad” en las que explico las falacias de ese relato.

Es increíble, pero Zaiat demuestra no entender nada sobre cómo funciona el sistema fiscal de un país bien organizado. Sólo así puede atribuir a los economistas ortodoxos, al mismo tiempo, vocación por ajustes fiscales permanentes y apego al creciente endeudamiento público. Es el abc de las finanzas públicas que la deuda pública crece cuando hay déficit fiscal y decrece cuando hay superávit fiscal. El stock de deuda pública, en un determinado momento del tiempo, no es sino la suma algebraica de toda la historia de desequilibrios fiscales del pasado que no fueron financiados con impuesto inflacionario. Esto no requiere de profundos conocimientos económicos, se trata de simple aritmética.

Ya expliqué que una política fiscal expansiva es aquella que logra financiar un déficit fiscal con acceso al crédito público, es decir, con endeudamiento. Y una política fiscal contractiva es la que genera un superávit y permite cancelar deuda. Financiar todo o parte del déficit fiscal con emisión monetaria no es política fiscal sino política monetaria inflacionaria, es la forma de recaudar el impuesto inflacionario que pagan los que más sufren la inflación.

Es rigurosamente cierto que desde siempre, la Argentina ha tenido una tendencia al déficit fiscal muy por arriba de lo que sería recomendable. Se lo puede ver en el gráfico que sigue, que detalla la evolución del gasto público y del déficit fiscal a lo largo de los últimos setenta años. Pero el déficit fiscal fue significativamente más elevado en los períodos 1945-1958 y 1973-1990 que en el último cuarto de siglo. En el primero de estos períodos, el déficit fiscal se financió con inflación y con los ahorros del sistema jubilatorio, prácticamente sin endeudamiento. En el segundo, también se utilizó mucho el impuesto inflacionario, pero los intentos de estabilización requirieron que en algunos años se echara mano también al endeudamiento, especialmente cuando existió fácil acceso al crédito público, como entre 1977 y 1981, mientras el mundo reciclaba los petrodólares.

cavallo 1

Dice Zaiat en la página 249 de su libro:

“El recorrido de la deuda externa argentina tiene rasgos similares a lo largo de toda su historia, desde el primer empréstito otorgado por los ingleses de la Baring Brothers en 1824 hasta el megacanje de deuda diseñado por Domingo Felipe Cavallo en 2001, última estación previa al default. Las características son:”
“-El desvío de fondos obtenidos de los préstamos hacia otros objetivos no previstos al momento de solicitar el crédito externo”
“-La aplicación irregular de los recursos obtenidos”
“-El pago de sobretasas de interés,”
“-Operaciones financieras poco transparentes y corrupción de banqueros y funcionarios.”
“-Definición de cláusulas condicionantes de la política interna por parte de bancos acreedores, primero, y del FMI, después, organismo que actuó como auditor de los acreedores”
“-Ser el canal de alimentación para la especulación financiera y la fuga de capitales.”

“El último ciclo de endeudamiento iniciado con la dictadura militar de 1976 es una referencia ineludible para comprender como participa la deuda en la reestructuración económica y social de un país. También como facilitó la incorporación de la economía nacional en el ciclo de transformación del funcionamiento del capitalismo a nivel global con la desregulación de los sistemas financieros.

“El monto de la deuda pública al final de cada gobierno deja al descubierto el más destructivo ciclo de endeudamiento de la economía argentina.”
“Al final del gobierno de Isabel Perón, en 1976, la deuda pública ascendía a 8 mil millones de dólares; al final de la dictadura militar, en 1983, ascendía a 45 mil millones de dólares; al final del Gobierno del Dr Raúl Alfonsín a 65 mil millones de dólares, al final del gobierno de Carlos Menem, a 122 mil millones de dólares; y al final del gobierno de Fernando de la Rúa a 144 mil millones de dólares.”

Son muchos los errores-o falsedades-que contiene esta cita. Voy a enumerarlas, comenzando por una corrección sobre las cifras de deuda que presenta Zaiat para el final de cada gobierno.

1. La deuda pública, bien medida, al final del gobierno de Raúl Alfonsín no era 65 mil millones sino de 90 mil millones, tal como lo determinaron Melconián y Santángelo en un importante trabajo de investigación publicado en 1996 . La diferencia tiene una clara explicación: durante la suspensión de ejecución de sentencias a favor de los jubilados que dispuso el gobierno en 1987, se acumuló una deuda de 18 mil millones de dólares que se hizo exigible por cientos de miles de sentencias judiciales. Además, las provincias habían ganado juicios por regalías mal calculadas que ascendían a 3 mil millones de dólares y el Tesoro Nacional y las empresas públicas debían a contratistas y proveedores otros 4 mil millones de dólares. La ley de consolidación de pasivos de 1991 permitió transformar esas deudas en bonos previsionales, bonos de regalías hidrocarburíferas y bonos de proveedores, por 28 mil millones de dólares.
Durante el gobierno de Eduardo Duhalde también se acumuló una deuda no registrada del orden de 34 mil millones de dólares, por las compensaciones que se terminaros pagando a los bancos a raíz del efecto sobre sus balances de la pesificación asimétrica y la emisión de los Boden 2012 para compensar a los ahorristas que no se allanaron a la pesificación de sus depósitos y siguieron demandando ante la Justicia. Zaiat sugiere que este endeudamiento es responsabilidad de la convertibilidad, pero la realidad es todo lo contrario. Se produjo por la decisión de Duhalde de pesificar activos y pasivos financieros. Como a la pesificación de depósitos y a las pérdidas de los bancos tuvo finalmente que compensarlas con nueva deuda, el impuesto inflacionario que los tenedores de pesos pagaron durante el año 2002 no fue recolectado por el Estado sino por los grandes deudores, a los que se les pesificaron sus deudas en dólares.
Algo parecido ocurre actualmente. Si uno va a las estadísticas del INDEC encuentra que la deuda pública registrada asciende a 198 mil millones de dólares. Pero no han sido registradas no menos de 30 mil millones con sentencias firmes a favor de los jubilados y acreedores internos y externos. Por consiguiente, la verdadera deuda pública al final de 2013 no es inferior a 228 mil millones de dólares.

Evolución de la deuda

En miles de millones de dólares corrientes

Según Zaiat

Corregida

 Aumento en el período

No registrada
Perón

8

8

Militar

45

45

                       37
Alfonsín

65

90

                       45

25

Menem

122

122

                       32
De la Rúa

144

144

                       22
Duhalde

179

179

                       35

34

2013

198

               228                         49

 

2. Durante todos los períodos, el endeudamiento fue inferior a la suma de los déficits anuales.

 

Fuentes de financiamiento del déficit fiscal

(En miles de millones de dólares corrientes)

Período

Déficit registrado1

Déficit real2

 Financiado con endeudamiento3

Financiado con inflación y ahorros privados

Confiscados4

Militar                   55

55

                  37 18
Alfonsín                   30            55                   48 7
Menem                   44            44                   29          15
De la Rúa                   25

25

                  22            3
Duhalde                    1            35                   35            1
Kirchner                   80          110                   49          61

 

Los préstamos se solicitaron y los bonos se emitieron para financiar el déficit fiscal de cada año. La parte del déficit que no se financió con bonos, se financió con inflación. Puede ser muy criticable tanto el nivel como el destino del gasto público, pero una vez que el gasto se produce no hay otra forma de financiarlo que recurriendo al endeudamiento o al impuesto inflacionario.

Puede resultar asombroso que tanto durante el régimen militar como en el gobierno de Alfonsín, a pesar de que la inflación fuera muy alta, se hay podido financiar mucho menos con impuesto inflacionario que durante el período de los Kirchner. Esto se explica porque desde el Rodrigazo en adelante, la gente huyó de los pesos y la base del impuesto, la demanda de dinero en términos reales, fue muy baja. Durante los años del kirchnerismo, hasta prácticamente el año pasado, la fuerte devaluación de 2002 después de 10 años de estabilidad que había aniquilado a las expectativas de inflación, permitió que la demanda de dinero en términos reales se mantuviera alta. Por consiguiente, se cobró más impuesto inflacionario con una tasa de inflación mucho más baja que durante los setenta y ochenta. Pero más importante que ese fenómeno fue la utilización de diversos mecanismos que actuaron como verdadera confiscación de ahorros privados: alteración de los índices de inflación para contener el aumento del CER, confiscación de los ahorros que administraban las AFJPs para sus afiliados y congelamientos de tarifas de servicios públicos, entre otros controles de precios. Esto se agregó a la inflación como financiamiento no genuino del déficit fiscal. Si bien durante el gobierno de Duhalde también se produjo una enorme confiscación de ahorros privados, éstos no sirvieron para financiar el déficit ni evitar el endeudamiento público, sino para transferir riqueza al sector privado endeudado en dólares, que fue el que motorizó la pesificación.

3. Como se desprende del cuadro anterior, el endeudamiento de los noventa tuvo dos orígenes: la consolidación de deudas que se habían devengado en los años de alta inflación e hiperinflación, que recién se reconocieron en 1992 (fundamentalmente la deuda con los jubilados que se pagó con bocones previsionales y la deuda con proveedores que se pagaron con bocones proveedores) y el financiamiento de los déficits fiscales que comenzaron en 1995, con el impacto de la crisis mexicana en la economía argentina. En general, ese endeudamiento fue a tasas razonables. De hecho, en 2001, por la deuda pública nacional que ascendía a 124 mil millones de pesos o dólares, la factura de intereses era de 10 mil millones de pesos o dólares al año (un 8% promedio, que no era una tasa alta para la época).
La que si había alcanzado tasas muy altas era la deuda de las provincias con los bancos locales, pactada a BADLAR más 7% o dólares, en 2001 obligaba a las provincias a pagar intereses por 3 mil quinientos millones de pesos o dólares. Sin duda ese fue un endeudamiento excesivo e inconveniente que se produjo entre 1997 y 1999, mientras Menem y Duhalde competían por la candidatura presidencial del peronismo, y continuó durante el año 2000, porque desde el Banco de la Nación el gobierno de Fernando de la Rúa siguió financiando a las provincias gobernadas en su mayoría por peronistas que también controlaban el Senado. Pero no se puede confundir este desmanejo financiero de las provincias, especialmente de Buenos Aires, con el manejo de la deuda a nivel nacional, que es al que se refiere Zaiat en su libro.

4. No se pagaron sobretasas de interés, al menos durante el gobierno de Menem y durante el primer año del gobierno de De la Rúa. Las tasas fueron altas durante 2001, tanto para los préstamos que habían tomado las provincias con los bancos locales como para las operaciones del megacanje y las letras que hubo que emitir durante ese año, porque el país ya estaba en crisis y aumentaba todos los días el riesgo país. Para bajar esas tasas era necesario plantear una restructuración de la deuda. Ésta recién tuvo inicio el 1° de noviembre de 2001, porque el Congreso Nacional se negó a permitir que el impuesto a las transacciones financieras que había sido introducido para integrar el Fondo de Crédito Público fuera utilizado para garantizar los servicios de la deuda. Algún tipo de garantía era indispensable para lograr una participación total de los acreedores en un canje que exigiera alargamiento de plazos de amortización y reducción de los intereses originalmente pactados.
Ya con la crisis muy agravada, hacia fines de octubre de 2001, el presidente Fernando de la Rúa estuvo dispuesto a afectar como garantía el Fondo de Crédito Público, por decreto de necesidad y urgencia. Eso permitió lanzar la primera etapa de la reestructuración de la deuda. El primer tramo, que se concluyó el 30 de noviembre de 2001 y abarcó 55 mil millones de dólares, demostró que era factible reducir los intereses y alargar los plazos. Con la transformación de préstamos y bonos en el “préstamo garantizado”, la tasa de interés bajó hasta el 7 % anual, incluso las de todos los préstamos bancarios a las provincias, que hasta ese momento pagaban intereses de más del 20 % y las de los bonos que habían surgido del tan criticado megacanje de mayo de 2001.

5. El endeudamiento público de los 90 se contrató con mecanismos transparentes, cumpliendo con todas las disposiciones de la ley de administración financiera argentina y las normas de los mercados de capitales, tanto de nuestro país como de los otros países del mundo donde se emitieron. No hubo ninguna aplicación irregular de fondos ni cambio de destino y de ninguna manera fue vehículo de especulación financiera y fuga de capitales. Todo lo contrario, los capitales no sólo no se fugaron, sino que entraron en magnitudes que nunca se habían visto en el pasado, ni siquiera en la época de los petrodólares.

Esta columna apareció originalmente en el blog de Domingo Cavallo