Por: Domingo Cavallo
No sé a quién presta atención Daniel Scioli en materia económica. Pero, por lo que dice en sus últimos discursos, está siendo muy mal asesorado. Su apego al gradualismo en materia de cambios en las reglas de juego cambiarias y monetarias, en materia de tarifas de servicios públicos y en relación al mínimo no imponible y las escalas del impuesto a las ganancias, preanuncia que no va a poder sacar al país de la estanflación. Por el contrario, si sigue esos consejos, va a tener que soportar una estanflación cada vez más grave y costosa, tanto en términos económicos y sociales, como en términos políticos.
El gradualismo, cuando se parte de fuertes desequilibrios macroeconómicos y fuertes cuellos de botella sectoriales, acentúa las expectativas de inflación, las pujas distributivas y los costos recesivos. Por ejemplo, hacer el ajuste de tarifas gradual en el tiempo, pero a un ritmo superior al de la inflación y la devaluación en el mercado oficial, lleva a aumentar la inflación esperada porque la gente sabe que los ajustes de tarifas, al haber sido insuficientes, seguirán en el tiempo. Además, al ser parciales, los ajustes no significarán una reducción importante del gasto en subsidios a las empresas prestadoras. Por lo tanto, no se podrá influir sobre las expectativas de inflación argumentando que se está reduciendo el déficit fiscal.
En materia de reglas monetarias y cambiarias, el gradualismo también es perverso. Si se mantiene el cepo y se trata de que la brecha entre el dólar paralelo y el oficial se cierre gradualmente, se necesitarán muy altas tasas de interés en términos reales y la devaluación gradual esperada en el mercado oficial tenderá a aumentar, con el consiguiente impacto sobre las expectativas de inflación y las pujas distributivas. Se trata del mismo efecto del aumento gradual de tarifas.
En materia de recuperación del crédito público y de entrada de capitales, el gradualismo también es perjudicial, porque aunque se lograra que por el cambio de gobierno y el anuncio de que se tratarán de resolver los pleitos pendientes, permitiera conseguir financiamiento externo, éste, en lugar de utilizarse para las inversiones que permitirían ampliar la capacidad instalada en los sectores que hoy se constituyen en cuellos de botella de las cadenas productivas, terminaría financiando los desequilibrios fiscales heredados e inversiones muy poco productivas vinculadas a incentivos perversos creados por favoritismos sectoriales o corrupción.
También es equivocado el consejo de postergar un ajuste integral del impuesto a las ganancias, que actualice el mínimo no imponible, las escalas de las tasas y que disponga el ajuste por inflación, del mínimo, de las escalas y de la propia base imponible del impuesto. Sin este cambio en el impuesto a las ganancias será muy difícil conciliar posiciones en las negociaciones colectivas de trabajo y lograr que las empresas inviertan en capacidad productiva.
Quienes temen que soluciones de shock produzcan un “Rodrigazo”, es decir que den lugar a demandas de aumentos salariales y a un descontrol fiscal y monetario como el de 1975, no advierten la gran diferencia que existe entre un shock bien planeado, al inicio de un gobierno que puede replantear el conjunto de reglas de juego de la economía en la dirección que predomina en el mundo y un shock que termina produciéndose cuando el gobierno ya está desgastado por un largo período de estanflación y se ve obligado a admitir fuertes reajustes sin haberlos planeado y sin que la gente pueda percibirlos como la etapa inicial de un replanteo integral de reglas de juego.
Quienes le recomiendan a Scioli que en caso de ser elegido Presidente aplique cambios gradualistas en relación al cepo cambiario, las tarifas públicas y el impuesto a las ganancias, estarán contribuyendo a que hacia mediados de su mandato, o incluso antes, Scioli corra el riesgo de ser totalmente desacreditado por un shock no planeado que se transforme en un “Rodrigazo”.
Siempre pensé que Scioli, como Menem, era un político con gran intuición y sentido común. Menem, durante su campaña electoral, no habló de planes de gobierno y creo que no lo hizo porque recibía muchas opiniones, las más de las veces contradictorias entre sí. Tenía la ventaja, si lo comparamos con Scioli candidato, de que Menem prometía un cambio frente a un gobierno, el de Alfonsín, que terminaba enfrentando una gran crisis económica. Nadie sabía en qué consistiría el cambio, pero la gente pensaba que no se podía continuar con el tipo de políticas del gobierno precedente. Angeloz presentó planes de cambios sinceros y bien orientados, pero la gente no prestó atención al lenguaje tecnocrático de sus asesores y juzgó que el partido al que representaba no aseguraba un cambio de dirección.
Ahora, la mayoría de la gente quiere también un cambio. Esto, objetivamente no favorece a Scioli que, para sostener su candidatura en el Frente para la Victoria, tiene que sugerir que no va a introducir cambios importantes en la política económica. Si bien el deseo de cambio favorece a la oposición, podría llegar a ocurrir que si ninguno de los candidatos de la oposición llega a 30 % de los votos en la primera vuelta y Scioli consigue 40 %, resulte elegido Presidente. Es asombroso que Macri y Massa no adviertan este riesgo para quienes desean un cambio, pero, por el momento, parece que un entendimiento entre ellos es cada vez más lejano, por lo que no puede descartarse que Scioli gane en primera vuelta. De ahí mi preocupación por el mal asesoramiento que Scioli está recibiendo en materia económica.
La gran ventaja de la oposición, si llegara a ganar la elección, es que podría plantear ajustes iniciales de una sola vez, explicarle a la gente que son la consecuencia ineludible de los desequilibrios creados por el Kirchnerismo, y evitar el riesgo de “Rodrigazo” por producir el shock en forma planeada y en el momento en que tendrá el gran margen de maniobra que da el triunfo electoral. Además, producidos de entrada todos los ajustes necesarios, será mucho más factible lograr una baja inmediata en la inflación esperada y una recuperación rápida del crédito público. La desventaja de la oposición, paradójicamente, es que parece tener una fuerte vocación por la dispersión y la competencia de personalidades.
Publicado originalmente en el blog del autor.