Con su contagiosa alegría, el papa proclamó en Guayaquil que se necesita un milagro para la familia, una frase que encierra múltiples sentidos. Seguramente anticipa nuevas aperturas pastorales hacia las nuevas formas de familia, hasta ahora excluidas por la Iglesia.
Pero también refleja la angustia por lo que genéricamente podemos denominar como la clara decadencia de la familia como espacio básico de crecimiento y socialización. Y no se trata de un tema religioso, siquiera en el discurso papal. Francisco ve -como cualquier persona que analice el tema con objetividad- que esa decadencia compromete el presente y el futuro de sus miembros, y que expresa una enorme inequidad en sus causas y sus resultados. Continuar leyendo