Por: Eduardo Amadeo
Con su contagiosa alegría, el papa proclamó en Guayaquil que se necesita un milagro para la familia, una frase que encierra múltiples sentidos. Seguramente anticipa nuevas aperturas pastorales hacia las nuevas formas de familia, hasta ahora excluidas por la Iglesia.
Pero también refleja la angustia por lo que genéricamente podemos denominar como la clara decadencia de la familia como espacio básico de crecimiento y socialización. Y no se trata de un tema religioso, siquiera en el discurso papal. Francisco ve -como cualquier persona que analice el tema con objetividad- que esa decadencia compromete el presente y el futuro de sus miembros, y que expresa una enorme inequidad en sus causas y sus resultados.
En los EEUU las diferencias en la estructura y la permanencia de las familias están directamente asociadas a las diferencias de clase. Algún autor afirmó hace poco que la familia tradicional está desapareciendo entre los más pobres. Y las cifras son clarísimas: el 40 % de los nacimientos corresponden a madres no casadas menores de 30 años y el 70 % de esos nacimientos no fueron planificados. Pero esta cifra es cuatro veces mayor en los pobres y con educación incompleta que en los ricos con grado universitario. De allí en adelante, los problemas se multiplican: la mitad de esos chicos tendrán otro papá en menos de cinco años, con largos tiempos dependiendo únicamente de su mamá. Son muy pocas las familias nacidas de un embarazo adolescente no buscado que perduran y ello tiene un efecto durísimo sobre aspectos centrales de la vida. El último operativo de evaluación (ODE) de nuestro Ministerio de Educación muestra que uno de los factores que más impacta sobre el saber de los alumnos es la estructura familiar: los chicos con un solo padre tienen un índice de éxito en los exámenes que corresponde casi a la mitad de quienes conviven con ambos padres.
La gran mayoría de las familias nacidas desde el embarazo adolescente nacen heridas y por eso nos preocupa ver que la tasa de fecundidad adolescente es desproporcionadamente alta y no ha descendido de la misma manera que la de las adultas. Según estimaciones de CEPAL, la tasa de fecundidad adolescente de la Argentina muestra valores por encima de los observados en países como Haití, Costa Rica y Paraguay y está especialmente concentrada en las provincias más pobres. A esos hijos se les hará muy difícil progresar, porque la pobreza y la falta de padre serán desventajas de la cuna que persistirán a lo largo de toda la vida.
Y para quienes llegan a casarse, el divorcio estará a la vuelta de la esquina: en la capital se divorcia una pareja cada hora y media.
Este modelo de “familia líquida” exige una atención preferencial de las políticas públicas para recuperar sus valores positivos y evitar los impactos negativos. Y, obviamente, no estamos hablando de la dimensión religiosa, sino de muchos otros aspectos que se complementan. Aunque parezca antiguo, es necesario recuperar el valor del amor, el compromiso mutuo y el esfuerzo de construcción y sostenimiento de la pareja. Pero también que los chicos conozcan en profundidad los múltiples aspectos relacionados con el proceso y la trascendencia de la reproducción. La libertad sexual tiene premios, pero también costos, cuando no se conocen todas sus implicancias; que comienzan por el aspecto más elemental de conocer el propio cuerpo y continúan por poder hacer de la paternidad un proceso consciente. Luego habrá que ayudar a sostener la familia con vivienda, incentivos fiscales y sobre todo mucha cercanía del Estado para resolver problemas cuando los miembros de la pareja no pueden solos. El papa propone un camino, la sociedad y el Estado deben tomarlo como prioridad.