Fuerza

Minutos antes de empezar la marcha, cuando comenzó a diluviar, una persona a mi lado dijo: “Qué suerte que tiene Cristina”; y otra dijo: “¡¡¡Qué suerte que tenemos nosotros!!! Con esta lluvia se demuestra que tenemos fuerza”. Y creo que esta señora tenía razón.

La marcha fue una fantástica muestra de cuánto puede la necesidad de la gente de expresarse por lo que cree, por sus valores, por su futuro.

Del otro lado, intelectuales y dirigentes K trataban de explicar lo inexplicable: cómo hacer para denostar a la gente en la calle, cuando se han pasado la vida aplaudiendo las manifestaciones populares (propias). Es una actitud propia de los burócratas, que proclaman la capacidad transformadora de la voz del pueblo mientras les conviene, y la denigran cuando los critica.

La “más maravillosa música”, de la que hablara Perón, puede convertirse en un aullido insoportable cuando los autócratas se alejan del Pueblo al que hasta ayer creían interpretar.

Lejos de los estereotipos que lanzó el oficialismo en los días previos, personas – ciudadanos de todas las clases sociales, edades y proveniencias– se sintieron hermanados en el reclamos de justicia, pasando del aplauso y el canto al silencio, con consignas simples, no agresivas, que sostuvieran el espíritu con el que fue convocada la marcha.

Todo ello mientras el agua, que no paraba de caer, actuaba como una suerte de aglutinador, incitando a la gente a estar más cerca unos de otros para protegerse en conjunto, pero al mismo tiempo para generar más energía conjunta.

El resultado político es el previsible. La Presidenta ya nos había advertido a la mañana que no aceptaría que le “marcasen la cancha”, por lo que podemos anticipar que solo habrá de parte de ella más encierro. Su mundo pequeño la incitará a seguir adelante, a ir por todo (o por lo que queda del todo) y aumentará el número de fantasmas que quieren frenar su misión mesiánica.

Pero por otro lado y poco a poco, la energía positiva de ayer irá limando las “convicciones” de muchos dirigentes K que saben hacer cuentas y comprenden que el camino que ella les propone los lleva al precipicio.

Sin duda, el mayor impacto de la marcha ha sido el respaldo a jueces y fiscales dignos que han decidido no dejarse apretar por el Gobierno y desarrollar su tarea con independencia y apego a la Constitución y a la leyes. Ellos, que convocaron a la marcha, pueden sentir que no habrá carpetazos, presiones, amenazas que puedan apartarlos del camino que marca su obligación.

Por eso, esta marcha ha sido un bumerang para CFK: la presión que ella puso contra la Justicia, gracias a la gente y a la lluvia, se vuelve contra ella.

Bisagra

La muerte del Fiscal Nisman es una bisagra para este Gobierno y para el funcionamiento de nuestra democracia.

Para este Gobierno, porque la sangre de Nisman ha de teñir lo que le queda aún en el poder. Las pruebas de su investigación sobre el caso AMIA y sus implicaciones para los funcionarios se potenciarán hasta niveles impredecibles, porque se relacionan con infinitas dimensiones de un manejo inmoral, autoritario y desordenado de la política local e internacional.

En la misma investigación sobre esta muerte, el Gobierno ya aparece obligado a probar su inocencia. No solo debe demostrar que no es autor directo, sino también por qué no funcionó la custodia que estaba obligada a proteger al Fiscal. Ya es vox populi en el país que estamos frente a un asesinato político.

Tampoco queda lugar alguno para las ironías, ni para los silencios soberbios, ni las culpas ajenas de un discurso absurdo. Para el Gobierno se acabó la posibilidad de construir la realidad propia y esconder la ajena recurriendo a la fábula de las conspiraciones golpistas y los medios de comunicación complacientes. La muerte de Nisman es una realidad que lo ha de marcar hasta el final y para la cual ya no funcionarán los perversos mecanismos de negación y agresión que hasta ahora han tratado de ocultar corrupciones, accidentes y malas políticas.

Pero la muerte de Nisman también debería ser una bisagra para el funcionamiento de la democracia y para los desafíos a futuro del sistema político. Los otros dos poderes y la oposición deberán tomar este tema como un eje práctico y simbólico de su trabajo. No solo en las responsabilidades fácticas para resolver esta muerte, sino también en la energía necesaria para construir una arquitectura democrática y legal que haga que la perversidad institucional del kirchnerismo se convierta, cuanto antes, en parte de la historia.

Argentina no puede seguir más tiempo en este camino de degradación. Un país en el que es concebible que el dislate que investigaba Nisman pudiera no tener consecuencias; en el que un Vicepresidente puede estar procesado y seguir en funciones; en el que los amigos del poder se dedican a construir la arquitectura de la corrupción con total impunidad; en el que se pretende cubrir todos los cargos de la Justicia con militantes políticos; en el que los servicios de inteligencia tienen total autonomía para violar la ley. Un país en el que puede utilizarse descaradamente la mayoría legislativa para vulnerar derechos e ignorar la Constitución.

La muerte de Nisman, sea suicidio por las presiones que recibió o asesinato por los implicados, fue posible por una democracia débil, fragmentada por la corrupción, contaminada por un autoritarismo que arrastramos desde hace décadas. Por todas esas grietas se cuela la bala que mató a Alberto Nisman.