Hace cinco años comenzábamos la aventura de salir a convocar inversores extranjeros para apostar en la Argentina. En aquel entonces, presentábamos al país como víctima de una eterna paradoja, “The Argentine Paradox”: nuestra tierra es, por sus características estructurales, uno de los mejores lugares del mundo para invertir pero, por distintos motivos, se convierte en uno de los peores destinos de inversión.
Mostrábamos estadísticas de población, educación, diversificación de la matriz productiva, recursos naturales, existencia de mercados sofisticados, tecnología, innovación y muchas otras características distintivas de Argentina. Sin embargo, reconocíamos la cantidad de veces en las que los inversores habían sido defraudados.