El fallecimiento de Hugo Chávez Frías produce consecuencias fundamentales en su país y en la región.
En el caso de Venezuela resulta imposible reemplazar a un líder de un carisma imbatible, que a lo largo de 14 años de gobierno acumuló todos los poderes, convirtiéndose en el único capacitado para tomar decisiones. Los vicepresidentes, ministros, gobernadores y otras autoridades menores dependían del dedo de Chávez en forma absoluta. Todas las decisiones de gobierno pasaban por sus manos y nada se hacía sin su conocimiento y aprobación. En mis dos años y siete meses en Caracas pude comprobar que el Comandante tenía la última, y decisiva palabra, en cualquier determinación de su gobierno. Recuerdo que en su primera visita oficial a Buenos Aires, en 2004, se habían negociado con las autoridades venezolanas todos los textos de los acuerdos a firmar, pero me indicaron que, antes de poder pasarlos para su firma a los Presidentes de ambos países, debían consultarlo a Chávez. Me pareció una medida dilatoria, pero para mi sorpresa a las dos horas volvieron con correcciones del puño y letra del Presidente venezolano. Es por todo ello que veo muy difícil su sucesión, máxime cuando lo único que une a sus seguidores era su liderazgo carismático. Ni Nicolás Maduro, ni Diosdado Cabello, ni Adán Chávez, ni ninguna otra figura relevante le llegan a la punta de los zapatos en capacidad comunicacional. El Ejército, cuya modernización y equipamiento fueron centrales en el gobierno chavista, va a jugar sin duda alguna un papel preponderante en la sucesión. Mi impresión es que la lucha por el poder no va a ser pacífica, ya que hay mucho en juego en lo económico y en lo político. Simón Bolívar decía allá por 1820 que Caracas era un cuartel, Bogotá una universidad y Quito un convento. Desde su independencia en 1827 Venezuela ha estado gobernada por caudillos militares, salvo entre 1958 y 1999, durante la Cuarta República. Por ello, es muy posible que, tras un período de lucha por el poder, surja en este sufrido país un nuevo caudillo, continuando una lamentable tradición histórica.
En el caso de la región, donde Chávez jugó un papel central, especialmente desde su consolidación en el poder tras el fracaso del golpe en su contra de abril de 2002 y del frustrado paro petrolero de fines de ese año y principios de 2003, la muerte del mentor y líder indiscutido del bolivarianismo o socialismo del siglo XXI también va a producir importantes consecuencias. Sin los recursos petroleros de Venezuela, manejados discrecionalmente y sin ningún control, es muy difícil que países con graves problemas económicos como Ecuador, Bolivia o Nicaragua intenten tomar el cetro vacante. También mucho dependerá de quien tome el poder en Caracas si el grifo de petróleo subsidiado sigue auxiliando a países tan vulnerables como Cuba, Nicaragua y muchas otras islas del Caribe anglófono.
Está en los genes de los líderes carismáticos no generar sucesores y destruir implacablemente a todo aquel que pretenda levantar cabeza. Esto, que es bueno para retener el poder, conspira inexorablemente para el fracaso de la herencia tras la desaparición del líder. Creo que en diez años sólo recordaremos a Chávez como un episodio más en la trágica historia de doscientos años de frustraciones en la región.
Cuando uno piensa en lo que pudo hacer un gobernante bien encaminado para el verdadero desarrollo de su pueblo, con los precios del petróleo en los últimos años, produce verdadera desazón. Si comparamos a Venezuela con Arabia Saudita, ambos países petroleros con poblaciones similares, y analizamos sus indicadores sociales vemos con tristeza cómo se ha dilapidado la renta petrolera sin mejorar sustancialmente la calidad de vida del pueblo venezolano. Los niveles de pobreza y de concentración de riqueza, los más de 24.000 muertos anuales en hechos de violencia, verdadero récord mundial, la catastrófica infraestructura que se arrastra desde la dictadura constructora del General Marcos Pérez Jiménez en los años 50, el pavoroso déficit habitacional que uno ve desde que arriba a Caracas, en fin, son todas demostraciones de un fracaso de gestión.
Lo que debemos destacar sí es que Chávez encarnó como nadie al venezolano de la calle, que se identificó con su líder a pesar de una gestión más publicitada que real. Pero también es cierto que así como una gran parte de su pueblo lo idolatró, otra mitad lo odió sin medida, generándose una difícilmente superable división del pueblo venezolano. Allí no había adversarios, había, y hay, enemigos.
Es de esperar, que tras la desaparición física del Comandante de la Revolución Bolivariana, los venezolanos puedan sentarse a dialogar y aprovechar los beneficios que una naturaleza pródiga le ha dado a ese pueblo, sentado sobre una de las mayores reservas petroleras del mundo. Sólo así, dialogando y encontrando un proyecto común, podrá Venezuela salir de la pobreza, la exclusión, la inseguridad y la frustración. Creo que el ejemplo de países como la España posfranquista, de Chile, de la misma Alemania pueden ser vistos como un paradigma a seguir.