A lo largo de la historia abundan los ejemplos de objetos, prendas y colores que, inevitablemente, quedaron ligados a la imagen de una determinada persona o personaje y viceversa. Los anteojos de John Lennon son un ejemplo cabal de esto: es difícil imaginarse al Beatle sin anteojos, pero sin embargo no fue hasta 1966 -14 años antes de su muerte- que Lennon incorporó el elemento que, hoy en día, más se asocia con su imagen. En 1981, seis meses después del asesinato de Lennon, Yoko Ono usó la imagen de los famosos anteojos para ilustrar la tapa de su primer disco solista. Ensangrentados, los anteojos fueron una sinécdoque perfecta, una referencia inconfundible.
El bigote en punta de Salvador Dalí o el bicolor de Charly García, podríamos pensar en miles de ejemplos similares que nos muestran que, estemos atentos o no, el diseño está presente en nuestra vida, en cómo nos mostramos frente al mundo, es parte de nuestra identidad y puede agregar valor a nuestra imagen personalizándola y hasta en algunos casos volviéndola un ícono, a tal punto que un objeto puede hablar de nosotros más que nosotros mismos. Esto es trasladable a un producto e incluso un servicio o una Ciudad y este mensaje es, justamente, la base de la economía creativa: agregar valor usando como insumo el diseño, la creatividad, el talento.