Hace pocas semanas el movimiento de lesbianas, gays, bisexuales y trans de todo el mundo estuvo de festejo. La esperada decisión de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos echaba por tierra las pretensiones segregacionistas de importantes grupos de ese país, vinculados a las iglesias evangélicas y el Partido Republicano.
Como lo hiciera con la legalización del aborto en el recordado caso Roe v. Wade en el año 1973, y también con una votación dividida (en esta ocasión la mayoría se logró 5 a 4), el máximo tribunal norteamericano zanjó un debate que la sociedad ya había superado (en Estados Unidos en la actualidad más del 65 % de la gente está a favor del matrimonio igualitario), pero que el Congreso no puede superar (la mayoría republicana nunca hubiera aprobado esta ley, a pesar del importante apoyo social, mediático y político existente).
Semanas antes, Irlanda había hecho historia al transformarse en el primer país en legalizar el matrimonio igualitario por voto popular, y más recientemente el Tribunal Supremo mexicano había emitido un fallo muy similar al norteamericano, pero que no tuvo la repercusión mediática y social que merecía. Continuar leyendo