La prudencia realista de Obama

En los últimos meses, el presidente de los EE.UU., Barack Obama, ha tenido que enfrentar algunos serios desafíos a lo que él se propuso como uno de sus principales objetivos: dar un cierre lo más ordenado posible a las intervenciones militares lanzadas por su predecesor George W. Bush en Irak y Afganistán.

La primera fue ya en gran medida concretada y la segunda terminaría de ejecutarse antes de que el demócrata abandone la Casa Blanca. Su otro gran meta era poner en orden la economía americana pos crisis financiera del 2008 y la tercera, de la cual se habla menos, es reforzar la vocación hacia el Pacifico y Asia de los EEUU, tanto en lo que respecta a temas económicos, comerciales y financieros, así como también en presencia diplomática, cultural y militar.

No casualmente, la administración Obama ha dejado trascender de manera más o menos nítida que el Medio Oriente no debe ser un pantano que termine consumiendo energías y recursos que la superpotencia necesita en Asia-Pacifico, entre otras cosas, para gestionar la relación de socio económico y rival geopolítico que le plantea China. La decisión del coloso comunista de desarrollar una política exterior más asertiva en sus aguas e islas cercanas no ha hecho más que reforzar los lazos de EEUU con tradicionales aliados como Japón, Corea del Sur, Taiwan, Indonesia y Filipinas y con viejos enemigos como Vietnam, así como con una India que, pese a su condición de democracia y prácticas occidentales de gobierno, durante la Guerra Fría mantuvo una relación distante con Washington y cercana a Moscú.

El desmadre de la guerra civil siria y un proceso también complejo y caótico en Irak son‎ fenómenos que amenazan la estrategia llevada a cabo por Obama durante sus casi 6 años al frente de la Casa Blanca. Su negativa de regresar a guerras (más aun civiles y con enemigos múltiples) que lo alejen del proyecto de jerarquizar aun más la zona de Asia-Pacifico, ordenar la economía e incrementar el autoabestecimiento energético de su país, quedó en claro durante el encuentro que mantuvo a comienzos de septiembre con una decena de renombrados académicos y especialistas en relaciones internacionales  de los EEUU.

Si bien no ha trascendido el listado completo, de los que se conoció quedó en evidencia la presencia de la crema innata de los especialistas de la escuela Realista. No casualmente dos referentes históricos de la misma y con amplia experiencia en combinar teoría y práctica en la función pública, tal son los casos de Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, han sido voces por demás autorizadas y muy comprensivas con los cursos de acción (o de no acción en algunos casos) que ha venido llevando a cabo Obama frente a los casos de Siria e Irak. Asimismo, desde claustros puramente académicos, íconos realistas como J. Mearsheimer de la Universidad de Chicago y S. Walt de Harvard han salido en defensa del Presidente y han advertido que sus tácticas y estrategias están más en sintonía con la prudencia y visión de largo plazo que pregona el Realismo desde hace dos milenios que los excesos de liberalismo internacionalista del periodo Clinton en los 90 y la agenda neoconservadora de G.W. Bush tas el ataque del 11 de septiembre.

En la visión de estas mentes brillante, la actual Casa Blanca busca una postura distante tanto sea de fobias que tiendan al aislacionismo de EE.UU. así como de cruzadas inútiles y riesgosas, recordando siempre que los golpes más duros contra Al Qaeda se dieron durante la gestión de Obama y que la guerra de Irak en el 2003 fue altamente inútil a los intereses estratégicos de la superpotencia. Tampoco dejan de citar las posibilidades concretas, si bien aún no definitiva, de un acuerdo con Irán que evite tanto el desarrollo militar de su tecnología nuclear cómo también una escalada que derive en ataques sobre tierra persa del poder aéreo estadounidense e israeli.

En la visión de estos profesores, Obama dedica parte de sus fuerzas a resolver malas decisiones del pasado. En el caso de Clinton, el acercar demasiado la OTAN a la frontera rusa y con ello plantar la semilla de la actual crisis en Ucrania y la “guerra por opción” de Bush hijo en Irak, la cual solo derivó en un mayor desorden de la región y la toma del poder de élites políticas y armadas shiitas que responden más a Irán que al mundo Occidental.

Este mundillo de mentes brillantes dista de influenciar en el gran público americano, tal como lo atestiguan las encuestas que anuncian una muy probable mejora de los republicanos en el Congreso en las próximas elecciones legislativas de noviembre y el análisis de opinión pública del prestigioso Pew Research Center, que arroja que una mayoría de los ciudadanos americanos cuestionan la laxitud de Obama frente al desafío de Assad en Siria, de Irán y del ISIS en tierra iraqui y siria.

>Para un Presidente que está ya pensando más en su legado, no es un mal precedente que el milenario Realismo le extienda un manto de apoyo y comprensión. La historia muestra que los que desafiaron agudamente las enseñanzas de Tucidides, Maquiavelo, Hobbes, Bismark, Metternich, Morgenthau, Carr, Kennan, Lippmann y el mismo Kissinger, dejaron pesadas herencias a sus países y sociedades, que incontables veces se dejaron llevar por el exitismo, cálculos de corto plazo y jueguitos para la tribuna.
 

¿Una nueva versión del triángulo de Kissinger?

Los manuales básicos del pensamiento realista de las relaciones internacionales, desde Tucidides ‎en su obra “La Guerra del Peloponeso” de 2500 años atrás a las reflexiones del aun vigente Henry Kissinger en sus apariciones por grandes cadenas de noticias contemporáneas, siempre enfatizan en la necesidad de no creer en la existencia de enemigos ni aliados permanentes en la anárquica política internacional. Tucidides lo entendió más que bien. Solo medio siglo antes de sus escritos, su amada Atenas peleaba espalda con espalda con Esparta contra el Imperio Persa -para estar en sintonia con la era del “homo videns” cómo nos dice Giovanni Sartori, ver la película “300″-, pasando a ser los espartanos enemigos existenciales junto los persas del poder ateniense.

El propio Kissinger no dudó en 1972 en jugar la “carta China” y comenzar a establecer un vínculo diplomático y de diálogo estratégico con el ya anciano Mao y su régimen más ortodoxamente comunista y impermeable a Occidente que la temida URSS. El famoso “triángulo Kissinger” tomaba forma: EEUU se llevaba “mal” y ya no “pésimo” con Moscú y “regular” con Pekín. En tanto, los sucesores de Lenin y Stalin en Rusia tenían una “muy mala” vinculación con los chinos. En otras palabras, el vértice más fuerte era Washington.

Este sobrevuelo sobre la historia nos lleva a otro caso paradigmático con lo que podríamos llamar -los próximos meses lo dirán- “la carta irani” de Obama. La escalada de la guerra civil en Siria y la ofensiva de las milicias fundamentalistas sunnitas ISIS en el norte y centro de Irak (ver el reciente artículo “El hijo rebelde de Bin Laden conmociona el Medio Oriente“) abre la necesidad de un mayor espacio de diálogo y negociación entre Washington y Teherán. De hecho, en pocos años los medios especializados han pasado de analizar escenarios de eventuales ataques americanos sobre territorio iraní para neutralizar su programa nuclear a debatir si hay espacio para cierto accionar conjunto de ambos contra el ISIS. Cuestiones todas que no dejan de molestar sobremanera a un histórico aliado de los EEUU en la región como son los sauditas, referentes religiosos, políticos y económicos de la mayoría sunni en el Islam.

A partir de los ataques terrorista en setiembre del 2011 de Al Qaeda, la rama extremista de los fundamentalistas sunnita, amplios círculos del establishment de seguridad de Washington se comenzaron a preguntar si el foco de atención a mediano y largo plazo de la seguridad nacional americana en Medio Oriente no debía pasar más por controlar esa hidra del integrismo con epicentro en los ricos países del Golfo Pérsico, Egipto y Yemen más que en países shiitas no árabes cómo Irán. El ejemplo más notable de ello fue sin duda el derrocamiento de la dictadura sunnita laica de Sadam Hussein en Irak en el 2003 de la mano de la intervención americana. El aliento dado por la administración Obama a la “primavera árabe” -es decir, no respaldar hasta las últimas consecuencias a las dictaduras laicas en diversos países de la región- buscó dejar aflorar procesos electorales más democráticos y canalizar la furia y frustraciones de la población.

Más allá de la delicada cuestión geopolítica en Siria, Líbano e Irak, el asunto más delicado que se viene desarrollando en esa región del mundo para la política internacional es la temática nuclear en Irán y su eventual acceso a cabezas atómicas de uso militar. Desde la invasión de los EEUU a Irak, la teocracia persa procedió a dispersar y esconder en todo lo posible su programa nuclear dual, o sea, para uso civil y militar. Con la asistencia rusa, el régimen iranó procedió a reactivar la construcción de la central de generación de energía Atómica de Bushehr, que había sido iniciada en los años 70 por el derrocado Sha con la contratación de empresas de la entonces Alemania Occidental. Asimismo, avanzó decididamente en la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz. Su montaje en un lugar visible aun generaba suspicacias por las trabas a su inspección y dudas sobre algún tipo de manipulación en sus centrifugadoras empleadas para llevar el uranio del 0 al 5 y 20 por ciento empleado para generación de energía eléctrica.

En este clima de amenazas cruzadas entre el eje EEUU e Israel versus Irán, a fines de la década pasada las sospechas y la tensión se acentuó sobremanera con el descubrimiento de una sorprendente, propia de una película de James Bond, planta de enriquecimiento en Fordow. Una instalación secreta cavada en las entrañas de montañas de granito y fuertemente protegida. Las centrifugadoras allí instaladas no estaban ni registradas ni supervisadas por la comunidad internacional por medio de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Como si esto no fuese suficiente, pocos años después los ojos de las potencias occidentales se orientarán también a desentrañar el rol de la instalación militar en Parchin, donde según versiones se habrían desarrollado pruebas con detonadores múltiples y especiales para viabilizar la activación de una eventual carga de uranio enriquecida a grado militar o de plutonio. Imponentes obras de remoción de tierra y otros tareas desarrolladas por el régimen irani en la zona de Parchin, buscaron según los especialistas, dificultar inspecciones de la comunidad internacional.

A mediados de junio de este año, los EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania comenzaron una decisiva ronda de conversaciones con Teherán con vistas a avanzar y darle consistencia a ciertos principios de acuerdo que se dieron en noviembre del 2013. La fecha supuestamente límite para alcanzar el acercamiento entre las posturas antagónicas sería el 20 del mes próximo, si bien se estima que se extendería varios meses más en el mejor de los casos. Mas allá del cambio de gobierno en Irán y la llegada de un presidente considerado más reformista y moderado, pero reconocido como un hábil y duro negociador, lo central cuando se trata del gobierno de Irán post revolución de 1979 son las continuidades más que los cambios.

En ese sentido, el verdadero poder, o sea el líder espiritual, Ali Khamenei, ha marcado una línea roja: su país no se resignará a no tener la capacidad de enriquecer el uranio al menos del 20 porciento. Eso dista de ser utilizable para hacer un explosivo atómico pero también es cierto que llegar a ese nivel es tener tecnológicamente el terreno despejado para arribar sin mayores dificultades al sensible 90 porciento. En otras palabras, lo más complejo es ir del 0 al 20 y no del 20 al 90. Nada muy diferente a lo que busca Brasil o ya tienen Alemania y Japón. Países todos ellos que renuncian en sus políticas, al menos en el futuro previsible, a dotarse de un arsenal de bombas nucleares. Los negociadores occidentales, y con Israel siempre más que atento, buscan que Teherán se límite a poseer capacidades para llegar al 5 por ciento. Mas que suficiente para hacer funcionar centrales atómicas para generación de energía.

En ese tira y afloje se desarrollarán las próximas semanas. Rusia, siempre interesada el limitar y condicionar el poder americano en su zona de influencia, tampoco tiene el mínimo interés que los descendientes del Imperio persa cuenten con un armamento no convencional de esta relevancia. Por su parte, la rica y sunnita Arabia Saudita viene impulsando un imponente proyecto nuclear que en las próxima dos décadas comprometerá más de 100 mil millones de dolares. Por el momento solamente orientado al uso pacífico y destinada a reducir el uso de petróleo, más de 1.5 millones de barriles diarios o sea más de 150 millones, para mover sus grandes plantas de potabilizacion de agua salada a agua de consumo humano y de riego. Pero al mismo tiempo, enviando un mensaje claro: si las grandes potencias no le ponen una barrera clara a las aspiraciones nuclear-militares de los shiitas iraníes, Ryad no dudará en balancearlo con sus propias cabezas y vectores. No casualmente, por primera vez en el masivo desfile de las fuerzas militares sauditas de este año se pudo ver el paso de imponentes misiles  de más de 2500 km de alcance de fabricación china en condiciones de ser cargados con cabezas atómicas. Cabe recordar el fluido lazo político, religioso, militar y económico de la monarquía saudita con el único país musulmán con bombas atómicas y aliado de China, Paquistán.

Para finalizar, la guerra civil siria que afecta a Assad, el principal aliado geopolítico de Irán, la penetracion del terrorismo sunnita de Al Qaeda en el Líbano contra la milicia shiita (pro Irán y Siria) de Hezbollah y el avance del ISIS en Irak‎ y la endeblez política que atraviesa el gobierno shiita de Bagdad son factores a considerar al momento de pensar el marco geopolítico de la negociación nuclear antes citada. La gravedad de la situación del gobierno pro iraní en Irak queda reflejada en lo parece ser el envío a organizar la defensa de Bagdad de nada más y nada menos que al militar y hombre de operaciones especiales más importante de Irán, el General Suleiman, Jefe de la fuerza Qods de los Guardianes de la Revolución.

En otras palabras, Obama tienen algunas buenas cartas para poner sobre la mesa. Washington posee intereses de seguridad nacional en juego vis a vis la amenaza de ISIS y el integrismo sunni, pero Irán se juega su existencia misma si eso se sale de control. A todo eso sumemos las eficientes sanciones económicas que las EEUU y sus aliados han articulado y que parecen tener claros efectos sobre las élites iraníes. Quizás en frente a nuestros ojos se esté dando forma a una nueva versión del “triángulo” de Kissinger, solo que esta vez no son China y la URSS sino Irán y Al Qaeda-ISIS, donde el lado fuerte de mismo, vuelve a ser Washington. El sabio pensador nacido en Alemania y que brilló con sus cargos en la administración Nixon y luego en la de Ford, siempre tuvo una debilidad por valorizar y no despreciar a los pueblos con historia milenarias.

Psicología de una larga relación

Mientras nuestros estadistas y próceres, con algunas excepciones, como Sarmiento, Zeballos y Alberdi, focalizaban su visión internacional en la pujante y poderosa Europa del siglo XIX, los mandos políticos del Brasil del Imperio portugués y luego la monarquía brasileña independizada de la metrópoli, pusieron siempre parte de su atención en esa ex colonia británica que conformaría los EEUU. Quizás por el histórico vinculo de Portugal con Inglaterra y de esta última, en una relación amor y odio, con sus ex dominios en América del Norte, las tierras brasileñas fueron más permeables a intuir o ver el fenómeno del ascenso del poder de Washington a escala hemisférica y luego a nivel mundial a comienzos del siglo pasado.

Ya a principios del 1900, el gran Canciller y ajedrecista de la política exterior de Brasil, el Barón de Río Branco, formulaba algunas de las directrices de la política de inserción regional e internacional de su país. En la visión del Barón, el desafío era equiparar y superar a la ascendente potencia argentina que, de la mano de una elite política con visión, la inserción virtuosa en el mercado como proveedor de materias primas al Imperio británico y receptor de grandes inversiones portuarias y ferroviarias de los ingleses, así como la llegada de millones de inmigrantes laboriosos de Europa, haría que Buenos Aires pasara a ser la capital de la principal potencia sudamericana para 1910.

Habría que esperar a mediados del siglo XX para que el PBI brasileño equiparase el argentino, para ser hoy cuatro veces más grande. La forma propuesta por Río Branco para concretarlo era tener un vínculo fuerte y privilegiado con los EEUU, pero sin que ello derivase en la vía libre a la intromisión lisa y llana de Washington en la zona así como tampoco motivar conflictos bélicos a gran escala con Buenos Aires. La decisión de Brasil de estar del lado de Gran Bretaña, Francia y los EEUU contra Alemania en la Primera Guerra Mundial y su participación directa en la Segunda Guerra Mundial junto a EEUU en Italia y en la concesión de bases en la costa sudamericana para que la Armada americana pudiese operar mejor contra los submarinos alemanes, fue parte de esa orientación. Vis a vis la neutralidad argentina en ambas guerras y algunas que otras simpatías hacia el Eje germano-italiano.

 

Una recorrida por la literatura politológica e histórica sobre la postura Argentina post 1945 muestra diversos autores que exploran las razones por las cuales nuestro país “no se subió” al tren de la hegemonía americana. Si bien dista de ser el propósito de este artículo abordar en detalle las razones, muy exhaustivamente abordadas por Carlos Escudé en sus escritos de la décadas de los 80 y 90, también es interesante ver como existe una corriente historiográfica en Brasil que se pregunta los motivos por lo cual su país “fue bajado” de ese tren post 45. Básicamente, por el menor interés de Washington en América Latina luego Segunda Guerra y su foco de atención en la contención a la URSS en Europa y Asia. Habrá que esperar a la revolución cubana en 1959 para que el temor de la penetración comunista y la difusión del foquismo guerrillero llevara a la superpotencia a retomar una agenda activa o “gran estrategia” en la zona, tal como la articuló a comienzos de los años 30 cuando existió la percepción de una penetración nazi-fascista en la entonces poderosa Argentina y en el Sur de Brasil. Cabe preguntarse si la reciente y creciente penetración comercial y económica de China, activará este mecanismo en Washington, pero esto es tema para otro artículo.

 

Para la década del 50, pensadores geopolíticos brasileños buscaban la forma de darle textura teórica a la relación con los EEUU. De ahí, en ámbitos militares y diplomáticos surgió el concepto de “barganha leal” de Golbery do Couto e Silva, o el intento de establecer un acuerdo implícito o explícito por el cual Washington delegaba la gestión del día a día de Sudamérica al Brasil y este ultimo garantizaría el núcleo duro de los intereses de seguridad de las barras y estrellas. Pero de hecho, ello jamás se concretó. Quizás por el viejo y siempre válido concepto que afirma que las grandes potencias no delegan el poder, solo lo ejercen o lo pierden.

Esta búsqueda de una relación estrecha y privilegiada con los EEUU seguiría y se profundizará en los 60 y en especial a partir del golpe de 1964. A comienzos de la década siguiente, Henry Kissinger, desde su posición clave en la política exterior del presidente Richard Nixon, hizo la famosa referencia a Brasil como “Estado llave” en América Latina. Esto, parecía ser el preludio de la concreción en los hechos de la deseada “barganha leal”. Pero la evolución posterior dio por tierra con esa expectativa. Washington seguía focalizando su interés en la Guerra Fría con los soviéticos, en abrir una puerta diplomática con la China de Mao crecientemente enfrentada a Moscú y en navegar las turbulentas aguas económicas posteriores a la crisis del petróleo de 1973 y la competencia económica de nuevos gigantes como Alemania y Japón.

Por ello, los años 70 comenzarían a mostrar un lento proceso de alejamiento hacia posturas más autonomistas, pero nunca contestatarias o erráticas (pasar de alineamiento a confrontación como la Argentina). Un Brasil que ya se sentía ganador de la carrera hegemónica que tuvo con la Argentina durante fines del siglo XIX y el XX, así como marginado del acceso a la tecnología nuclear estadounidense y afectado crecientemente por el proteccionismo comercial del mundo desarrollado, asumiría una estrategia que combinaría relaciones constructivas con Washington con espacios de debate y disputa así como el intento de consolidar su propia influencia al sur del Canal de Panamá.

La combinación de democracia estable (década del 80), economía estable (a partir de los 90) y boom de los precios de las materias primas que exporta el país (de 2003 en adelante) así como un liderazgo carismático y pragmático como el de Lula Da Silva y la institucionalización del PT y la izquierda del país como fuerza seria y realista, le daría renovadas fuerzas y espaldas a la aspiración de Brasilia de ser el interlocutor privilegiado del mundo en general y con los EEUU en particular en lo atinente a nuestro región. La aspereza de la relación de los países bolivarianos con la superpotencia, si bien nunca interrumpiendo la exportación de más de un millón de barriles diarios de Venezuela a la “potencia imperialista”, y la progresiva y persistente deterioro de la relación argentino-americana del 2005 en adelante, acrecentaba aun más la idea del Brasil como el país que combinaba masa crítica de poder y pragmatismo. Esa realidad, fue y es hábilmente utilizada por diplomacia de los herederos del Barón de Río Branco.

En este escenario, el caso Snowden y la difusión del espionaje de la NSA, una de las 14 agencias de inteligencia de EEUU y dotada de un presupuesto de 50 mil millones dólares, que tienen a Brasil, México y Colombia como los países latinoamericanos más vigilados (un verdadero golpe al ego del eje castrista-bolivariano) se da en momento en donde la presidencia de Dilma Rousseff enfrenta varios desafíos con vistas a su reelección. A las manifestaciones populares que se dieron meses atrás en Río, San Pablo y otras ciudades reclamando por la corrupción y la baja calidad de los servicios públicos, se le sumó la deserción de algunos sectores del PT hacia nuevas formaciones opositoras y la presencia de Lula merodeando y generando versiones sobre si pretende postularse a un nuevo mandato. Todo ello combinado por un enfriamiento de la economía en el 2013, lo cual parecería continuar en los próximos dos años así como un ascenso de la inflación al 6 por ciento anual; considerada amenazante y alta ya para los operadores económicos y amplios sectores de la sociedad.

Por todo ello, el caso Snowden le brinda a Rousseff una bandera para recuperar voluntades e intención de voto (hoy cercana al 35-36 por ciento) luego de haber llegado a tener 70 por ciento de imagen positiva el año pasado. Como comentábamos en un pasado artículo desde esta columna, todos los países dentro de sus capacidades económicas, tecnológicas y humanas llevan a cabo espionaje, contra espionaje y desinformación sobre otros Estados. Aun aquellos que por su subdesarrollo no lo pueden hacer a gran escala, tienden a concentrarse en inteligencia interior. Tanto sea respetando o no los marcos legales. Ni qué decir cuando se trata de no democracias o de democracias delegativas y no republicanas. Por ende, el levantar la voz en el caso Snowden tiene tanto de legítimo como de útil actuación. Por esas vueltas e ironías del destino, a pocas horas del reciente y duro discurso de la primera mandataria brasileña en Naciones Unidas, regresaba al Brasil un submarino de guerra de ese país que había pasado los últimos largos meses en maniobras, sólo reservadas para aliados, con la Armada americana en aguas internacionales. Al mismo tiempo, el gobierno de Obama daba el ok a transferir tecnología sensible de los aviones de combate F18 si Brasilia se inclinaba por comprar 36 de ellos en lugar de hacerlo a competidores franceses y sueco-británicos. También, otras voces diplomáticas y políticas en Brasil, en un sutil off the record, afirmaban que pasado el fragor de la tensión se concretaría una nueva cumbre Obama-Rousseff y que Brasilia usaría esta “cuenta pendiente” de Washington con la potencia sudamericana para buscar erosionar o quebrar la “amistosa negativa” de EEUU de dar el ok para que Brasil sea uno de los nuevos miembros con poder de veto en una futura reforma del Consejo de Seguridad de la ONU junto a otros como Alemania, Japón e India. En el mismo sentido, afirman que este pataleo más que justificado es además un modo con el que la elite brasileña se decide a transmitirle a sus pares americanos que esta es una relación que debe ser más valorada, cuidada y no vista como algo dado. En otras palabras, ser tratados y jerarquizados como una potencia internacional en toda su dimensión. Aun en sus enojos, los Estados Unidos del Brasil (como se denominó oficialmente el país entre 1889 y 1968) no pierde de vista su viejo sueño de un vínculo estrecho, de mutuo respeto y estratégico con su ex homónimo del Norte.

Guerra civil en Siria: caso testigo para la agenda de los derechos humanos

Una de las características básicas del sano y acelerado desarrollo en la agenda internacional de la problemática de los derechos humanos post Segunda Guerra Mundial y mucho más aún a partir de fines de la década de los 60 y comienzos de los 70 ha sido buscar superar las típicas visiones etnocéntricas, nacionalistas y xenófobas que sólo miraban la problemática de la violencia que afectaba a un segmento o grupo afín para dar lugar a otras en donde gana más espacio el ser humano como sujeto a derechos y a obligaciones sin importar su origen, es decir, “los derechos universales del hombre”.

Desde ya, la temática de los derechos humanos ha convivido y convive con agendas e intereses de los Estados. Ya una mente estratégica como la de Henry Kissinger los incorporó en la mesa de diálogo y negociaciones con los soviéticos en Helsinsky en 1975, asumiendo que con ello inoculaba un virus de acción lenta pero segura sobre el totalitarismo comunista. No casualmente uno de los epicentros de las ONG dedicadas a este tema tienen su asiento en los EEUU o son financiadas por fundaciones de esa superpotencia, incluyendo muchas de ellas que impulsan posturas de izquierda y críticas a muchas políticas de Washington y sus aliados.

La miopía selectiva de regímenes de uno o otro extremo ideológico ha sido siempre un clásico. Es decir, usar la temática humanitaria como arma “contra el otro” y obviarla o relativizarla cuando el que transgrede es “propia tropa” real o percibida. Mas allá de ello, es evidente que en las ultimas décadas la conciencia y penetración del debate sobre los derechos ha ido incrementándose y consolidándose. La hipocresía y el calculo frío sigue pero convive con un fenómeno que ha adquirido fuerza real. Tan es así, que los Estados y los factores de poder no pueden cuestionarlos o repudiarlos abiertamente. En todo caso, los distorsionan, buscar manipularlos a su favor o se llaman al silencio.

El uso de lo que parece ser una sustancial neurotóxica letal como el gas sarín por parte de fuerzas del régimen de Bashar Al Assad en Siria contra un barrio de Damasco y la consiguiente muerte de miles de civiles, sin olvidar los 100 mil que ya han muerto en la guerra civil y los 2 millones de refugiados, ponen en el centro de la escena esta tensión entre los intereses políticos y cálculos ideológicos y la agenda humanitaria. En estas situaciones, algunos por ignorancia y otros directamente por conveniencias políticas más o menos relevantes, tienden a poner en el foco del debate la próxima ofensiva militar a escala limitada (quizás semejante a la Desert Fox que Bill Clinton ejecutó contra Irak en 1998) y no la masacre que se viene en dando en tierra siria hace dos años y ni qué decir el uso de armas de destrucción masiva contra civiles.

De más está decir que la operación no pasará por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidad, dado el latente veto ruso y muy probablemente chino. No obstante, dado que el conflicto armado en Siria tiene como uno de los factores centrales el dominio que desde hace décadas ejerce la minoría alawita por sobre la gran mayoría sunnita que vive en el país y siendo los sunnis la gran masa crítica de la orientación religiosa que dentro del Islam existe, seguramente una sustancial cantidad de países árabes y musulmanes respaldarán, y varios de ellos participaran abiertamente, en una acción de Washington y varios aliados de la OTAN. Por ello, mostrar el próximo choque militar como una muestra de islamofobia será por demás difícil.

Cabe recordar que varios países sudamericanos han tomado un camino de liderazgo en temas de derechos humanos, como herencia de la violencia política de la década de los 70. En este escenario, será por demás importante ver hasta qué punto estos Estados están a la altura de las circunstancias frente a las atrocidades que acontecen en territorio sirio.

Una característica básica de la agenda de los derechos es no dejarse guiar por “peros”, como podría ser que la violencia gubernamental en Siria está legitimada por la resistencia a imperialismos externos como supuestamente querrían ejercer los EEUU y sus socios. Más aún cuando esta superpotencia ha sido más que reticente a intervenir en estos dos años de masacres. Una Sudamérica o parte de ella que enfáticamente busca legítimamente mostrarse como tierra de progresismo y sensibilidad humanitaria vis a vis el neoliberalismo del pasado o el autoritarismo aun anterior, debería sopesar hasta qué punto demuestra que el énfasis manifiesto en temas humanitarios no es algo selectivo y sujeto a cálculos mezquinos de naturaleza política, económica e ideológica.

En el caso de priorizar este cinismo, que tanta veces se atribuye a las grandes potencias por sobre lo trascendente que representa el derecho humanitario, se le hará un flaco favor a la coherencia y solidez argumental tan noblemente predicada en nuestra región y en las respectivas políticas domésticas.