Los manuales básicos del pensamiento realista de las relaciones internacionales, desde Tucidides en su obra “La Guerra del Peloponeso” de 2500 años atrás a las reflexiones del aun vigente Henry Kissinger en sus apariciones por grandes cadenas de noticias contemporáneas, siempre enfatizan en la necesidad de no creer en la existencia de enemigos ni aliados permanentes en la anárquica política internacional. Tucidides lo entendió más que bien. Solo medio siglo antes de sus escritos, su amada Atenas peleaba espalda con espalda con Esparta contra el Imperio Persa -para estar en sintonia con la era del “homo videns” cómo nos dice Giovanni Sartori, ver la película “300″-, pasando a ser los espartanos enemigos existenciales junto los persas del poder ateniense.
El propio Kissinger no dudó en 1972 en jugar la “carta China” y comenzar a establecer un vínculo diplomático y de diálogo estratégico con el ya anciano Mao y su régimen más ortodoxamente comunista y impermeable a Occidente que la temida URSS. El famoso “triángulo Kissinger” tomaba forma: EEUU se llevaba “mal” y ya no “pésimo” con Moscú y “regular” con Pekín. En tanto, los sucesores de Lenin y Stalin en Rusia tenían una “muy mala” vinculación con los chinos. En otras palabras, el vértice más fuerte era Washington.
Este sobrevuelo sobre la historia nos lleva a otro caso paradigmático con lo que podríamos llamar -los próximos meses lo dirán- “la carta irani” de Obama. La escalada de la guerra civil en Siria y la ofensiva de las milicias fundamentalistas sunnitas ISIS en el norte y centro de Irak (ver el reciente artículo “El hijo rebelde de Bin Laden conmociona el Medio Oriente“) abre la necesidad de un mayor espacio de diálogo y negociación entre Washington y Teherán. De hecho, en pocos años los medios especializados han pasado de analizar escenarios de eventuales ataques americanos sobre territorio iraní para neutralizar su programa nuclear a debatir si hay espacio para cierto accionar conjunto de ambos contra el ISIS. Cuestiones todas que no dejan de molestar sobremanera a un histórico aliado de los EEUU en la región como son los sauditas, referentes religiosos, políticos y económicos de la mayoría sunni en el Islam.
A partir de los ataques terrorista en setiembre del 2011 de Al Qaeda, la rama extremista de los fundamentalistas sunnita, amplios círculos del establishment de seguridad de Washington se comenzaron a preguntar si el foco de atención a mediano y largo plazo de la seguridad nacional americana en Medio Oriente no debía pasar más por controlar esa hidra del integrismo con epicentro en los ricos países del Golfo Pérsico, Egipto y Yemen más que en países shiitas no árabes cómo Irán. El ejemplo más notable de ello fue sin duda el derrocamiento de la dictadura sunnita laica de Sadam Hussein en Irak en el 2003 de la mano de la intervención americana. El aliento dado por la administración Obama a la “primavera árabe” -es decir, no respaldar hasta las últimas consecuencias a las dictaduras laicas en diversos países de la región- buscó dejar aflorar procesos electorales más democráticos y canalizar la furia y frustraciones de la población.
Más allá de la delicada cuestión geopolítica en Siria, Líbano e Irak, el asunto más delicado que se viene desarrollando en esa región del mundo para la política internacional es la temática nuclear en Irán y su eventual acceso a cabezas atómicas de uso militar. Desde la invasión de los EEUU a Irak, la teocracia persa procedió a dispersar y esconder en todo lo posible su programa nuclear dual, o sea, para uso civil y militar. Con la asistencia rusa, el régimen iranó procedió a reactivar la construcción de la central de generación de energía Atómica de Bushehr, que había sido iniciada en los años 70 por el derrocado Sha con la contratación de empresas de la entonces Alemania Occidental. Asimismo, avanzó decididamente en la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz. Su montaje en un lugar visible aun generaba suspicacias por las trabas a su inspección y dudas sobre algún tipo de manipulación en sus centrifugadoras empleadas para llevar el uranio del 0 al 5 y 20 por ciento empleado para generación de energía eléctrica.
En este clima de amenazas cruzadas entre el eje EEUU e Israel versus Irán, a fines de la década pasada las sospechas y la tensión se acentuó sobremanera con el descubrimiento de una sorprendente, propia de una película de James Bond, planta de enriquecimiento en Fordow. Una instalación secreta cavada en las entrañas de montañas de granito y fuertemente protegida. Las centrifugadoras allí instaladas no estaban ni registradas ni supervisadas por la comunidad internacional por medio de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Como si esto no fuese suficiente, pocos años después los ojos de las potencias occidentales se orientarán también a desentrañar el rol de la instalación militar en Parchin, donde según versiones se habrían desarrollado pruebas con detonadores múltiples y especiales para viabilizar la activación de una eventual carga de uranio enriquecida a grado militar o de plutonio. Imponentes obras de remoción de tierra y otros tareas desarrolladas por el régimen irani en la zona de Parchin, buscaron según los especialistas, dificultar inspecciones de la comunidad internacional.
A mediados de junio de este año, los EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania comenzaron una decisiva ronda de conversaciones con Teherán con vistas a avanzar y darle consistencia a ciertos principios de acuerdo que se dieron en noviembre del 2013. La fecha supuestamente límite para alcanzar el acercamiento entre las posturas antagónicas sería el 20 del mes próximo, si bien se estima que se extendería varios meses más en el mejor de los casos. Mas allá del cambio de gobierno en Irán y la llegada de un presidente considerado más reformista y moderado, pero reconocido como un hábil y duro negociador, lo central cuando se trata del gobierno de Irán post revolución de 1979 son las continuidades más que los cambios.
En ese sentido, el verdadero poder, o sea el líder espiritual, Ali Khamenei, ha marcado una línea roja: su país no se resignará a no tener la capacidad de enriquecer el uranio al menos del 20 porciento. Eso dista de ser utilizable para hacer un explosivo atómico pero también es cierto que llegar a ese nivel es tener tecnológicamente el terreno despejado para arribar sin mayores dificultades al sensible 90 porciento. En otras palabras, lo más complejo es ir del 0 al 20 y no del 20 al 90. Nada muy diferente a lo que busca Brasil o ya tienen Alemania y Japón. Países todos ellos que renuncian en sus políticas, al menos en el futuro previsible, a dotarse de un arsenal de bombas nucleares. Los negociadores occidentales, y con Israel siempre más que atento, buscan que Teherán se límite a poseer capacidades para llegar al 5 por ciento. Mas que suficiente para hacer funcionar centrales atómicas para generación de energía.
En ese tira y afloje se desarrollarán las próximas semanas. Rusia, siempre interesada el limitar y condicionar el poder americano en su zona de influencia, tampoco tiene el mínimo interés que los descendientes del Imperio persa cuenten con un armamento no convencional de esta relevancia. Por su parte, la rica y sunnita Arabia Saudita viene impulsando un imponente proyecto nuclear que en las próxima dos décadas comprometerá más de 100 mil millones de dolares. Por el momento solamente orientado al uso pacífico y destinada a reducir el uso de petróleo, más de 1.5 millones de barriles diarios o sea más de 150 millones, para mover sus grandes plantas de potabilizacion de agua salada a agua de consumo humano y de riego. Pero al mismo tiempo, enviando un mensaje claro: si las grandes potencias no le ponen una barrera clara a las aspiraciones nuclear-militares de los shiitas iraníes, Ryad no dudará en balancearlo con sus propias cabezas y vectores. No casualmente, por primera vez en el masivo desfile de las fuerzas militares sauditas de este año se pudo ver el paso de imponentes misiles de más de 2500 km de alcance de fabricación china en condiciones de ser cargados con cabezas atómicas. Cabe recordar el fluido lazo político, religioso, militar y económico de la monarquía saudita con el único país musulmán con bombas atómicas y aliado de China, Paquistán.
Para finalizar, la guerra civil siria que afecta a Assad, el principal aliado geopolítico de Irán, la penetracion del terrorismo sunnita de Al Qaeda en el Líbano contra la milicia shiita (pro Irán y Siria) de Hezbollah y el avance del ISIS en Irak y la endeblez política que atraviesa el gobierno shiita de Bagdad son factores a considerar al momento de pensar el marco geopolítico de la negociación nuclear antes citada. La gravedad de la situación del gobierno pro iraní en Irak queda reflejada en lo parece ser el envío a organizar la defensa de Bagdad de nada más y nada menos que al militar y hombre de operaciones especiales más importante de Irán, el General Suleiman, Jefe de la fuerza Qods de los Guardianes de la Revolución.
En otras palabras, Obama tienen algunas buenas cartas para poner sobre la mesa. Washington posee intereses de seguridad nacional en juego vis a vis la amenaza de ISIS y el integrismo sunni, pero Irán se juega su existencia misma si eso se sale de control. A todo eso sumemos las eficientes sanciones económicas que las EEUU y sus aliados han articulado y que parecen tener claros efectos sobre las élites iraníes. Quizás en frente a nuestros ojos se esté dando forma a una nueva versión del “triángulo” de Kissinger, solo que esta vez no son China y la URSS sino Irán y Al Qaeda-ISIS, donde el lado fuerte de mismo, vuelve a ser Washington. El sabio pensador nacido en Alemania y que brilló con sus cargos en la administración Nixon y luego en la de Ford, siempre tuvo una debilidad por valorizar y no despreciar a los pueblos con historia milenarias.