La prudencia realista de Obama

En los últimos meses, el presidente de los EE.UU., Barack Obama, ha tenido que enfrentar algunos serios desafíos a lo que él se propuso como uno de sus principales objetivos: dar un cierre lo más ordenado posible a las intervenciones militares lanzadas por su predecesor George W. Bush en Irak y Afganistán.

La primera fue ya en gran medida concretada y la segunda terminaría de ejecutarse antes de que el demócrata abandone la Casa Blanca. Su otro gran meta era poner en orden la economía americana pos crisis financiera del 2008 y la tercera, de la cual se habla menos, es reforzar la vocación hacia el Pacifico y Asia de los EEUU, tanto en lo que respecta a temas económicos, comerciales y financieros, así como también en presencia diplomática, cultural y militar.

No casualmente, la administración Obama ha dejado trascender de manera más o menos nítida que el Medio Oriente no debe ser un pantano que termine consumiendo energías y recursos que la superpotencia necesita en Asia-Pacifico, entre otras cosas, para gestionar la relación de socio económico y rival geopolítico que le plantea China. La decisión del coloso comunista de desarrollar una política exterior más asertiva en sus aguas e islas cercanas no ha hecho más que reforzar los lazos de EEUU con tradicionales aliados como Japón, Corea del Sur, Taiwan, Indonesia y Filipinas y con viejos enemigos como Vietnam, así como con una India que, pese a su condición de democracia y prácticas occidentales de gobierno, durante la Guerra Fría mantuvo una relación distante con Washington y cercana a Moscú.

El desmadre de la guerra civil siria y un proceso también complejo y caótico en Irak son‎ fenómenos que amenazan la estrategia llevada a cabo por Obama durante sus casi 6 años al frente de la Casa Blanca. Su negativa de regresar a guerras (más aun civiles y con enemigos múltiples) que lo alejen del proyecto de jerarquizar aun más la zona de Asia-Pacifico, ordenar la economía e incrementar el autoabestecimiento energético de su país, quedó en claro durante el encuentro que mantuvo a comienzos de septiembre con una decena de renombrados académicos y especialistas en relaciones internacionales  de los EEUU.

Si bien no ha trascendido el listado completo, de los que se conoció quedó en evidencia la presencia de la crema innata de los especialistas de la escuela Realista. No casualmente dos referentes históricos de la misma y con amplia experiencia en combinar teoría y práctica en la función pública, tal son los casos de Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, han sido voces por demás autorizadas y muy comprensivas con los cursos de acción (o de no acción en algunos casos) que ha venido llevando a cabo Obama frente a los casos de Siria e Irak. Asimismo, desde claustros puramente académicos, íconos realistas como J. Mearsheimer de la Universidad de Chicago y S. Walt de Harvard han salido en defensa del Presidente y han advertido que sus tácticas y estrategias están más en sintonía con la prudencia y visión de largo plazo que pregona el Realismo desde hace dos milenios que los excesos de liberalismo internacionalista del periodo Clinton en los 90 y la agenda neoconservadora de G.W. Bush tas el ataque del 11 de septiembre.

En la visión de estas mentes brillante, la actual Casa Blanca busca una postura distante tanto sea de fobias que tiendan al aislacionismo de EE.UU. así como de cruzadas inútiles y riesgosas, recordando siempre que los golpes más duros contra Al Qaeda se dieron durante la gestión de Obama y que la guerra de Irak en el 2003 fue altamente inútil a los intereses estratégicos de la superpotencia. Tampoco dejan de citar las posibilidades concretas, si bien aún no definitiva, de un acuerdo con Irán que evite tanto el desarrollo militar de su tecnología nuclear cómo también una escalada que derive en ataques sobre tierra persa del poder aéreo estadounidense e israeli.

En la visión de estos profesores, Obama dedica parte de sus fuerzas a resolver malas decisiones del pasado. En el caso de Clinton, el acercar demasiado la OTAN a la frontera rusa y con ello plantar la semilla de la actual crisis en Ucrania y la “guerra por opción” de Bush hijo en Irak, la cual solo derivó en un mayor desorden de la región y la toma del poder de élites políticas y armadas shiitas que responden más a Irán que al mundo Occidental.

Este mundillo de mentes brillantes dista de influenciar en el gran público americano, tal como lo atestiguan las encuestas que anuncian una muy probable mejora de los republicanos en el Congreso en las próximas elecciones legislativas de noviembre y el análisis de opinión pública del prestigioso Pew Research Center, que arroja que una mayoría de los ciudadanos americanos cuestionan la laxitud de Obama frente al desafío de Assad en Siria, de Irán y del ISIS en tierra iraqui y siria.

>Para un Presidente que está ya pensando más en su legado, no es un mal precedente que el milenario Realismo le extienda un manto de apoyo y comprensión. La historia muestra que los que desafiaron agudamente las enseñanzas de Tucidides, Maquiavelo, Hobbes, Bismark, Metternich, Morgenthau, Carr, Kennan, Lippmann y el mismo Kissinger, dejaron pesadas herencias a sus países y sociedades, que incontables veces se dejaron llevar por el exitismo, cálculos de corto plazo y jueguitos para la tribuna.
 

Dos dinastías se asoman para disputar del poder post Obama

La política de los EEUU fue noticia en las últimas semanas por la postura del Partido Republicano de presionar en el Congreso para forzar cambios de la administración Obama en materia de seguro médico. El famoso “Obamacare” es considerado por la oposición como excesivamente intrusivo y costoso. Para lograrlo, recurrieron al mecanismo de cortar la aprobación de fondos básicos para el funcionamiento de parte del Estado. Desde ya, un titular impactante para cualquier país y más cuando se trata de la principal potencia planetaria.

Finalmente, se logró luego de varias semanas un principio de acuerdo. El sector más moderado de los republicanos ganó margen de maniobra frente a los halcones del Tea Party. Cabe recordar que ya Bill Clinton durante su gestión demócrata en la década del ’90 sufrió un “cierre parcial” del Estado. Poco tiempo después, lograría su reelección para un segundo mandato. Su clave: un delicado equilibrio entre contener a las bases demócratas y sus agendas más sociales y conquistar a un significativo segmento del voto centrista que pendula entre los dos partidos dependiendo de la elección y los temas de agenda de cada momento.

Continuar leyendo