Dos dinastías se asoman para disputar del poder post Obama

Fabián Calle

La política de los EEUU fue noticia en las últimas semanas por la postura del Partido Republicano de presionar en el Congreso para forzar cambios de la administración Obama en materia de seguro médico. El famoso “Obamacare” es considerado por la oposición como excesivamente intrusivo y costoso. Para lograrlo, recurrieron al mecanismo de cortar la aprobación de fondos básicos para el funcionamiento de parte del Estado. Desde ya, un titular impactante para cualquier país y más cuando se trata de la principal potencia planetaria.

Finalmente, se logró luego de varias semanas un principio de acuerdo. El sector más moderado de los republicanos ganó margen de maniobra frente a los halcones del Tea Party. Cabe recordar que ya Bill Clinton durante su gestión demócrata en la década del ’90 sufrió un “cierre parcial” del Estado. Poco tiempo después, lograría su reelección para un segundo mandato. Su clave: un delicado equilibrio entre contener a las bases demócratas y sus agendas más sociales y conquistar a un significativo segmento del voto centrista que pendula entre los dos partidos dependiendo de la elección y los temas de agenda de cada momento.

Esta experiencia exitosa en lo electoral ahora podría ser aplicada, si bien readaptada en tiempo y espacio y si su salud se lo permite plenamente, por la esposa de Clinton y ex secretaria de Estado de Obama, Hillary Clinton. De a poco se van calentando los motores con vistas a la contienda electoral de noviembre del 2016. Más aún cuando pasen las legislativas de noviembre 2014 y se vaya perfilando el tramo final de los dos mandatos de Obama.

El gran desafío republicano no estará básicamente en las elecciones de medio término, donde la población históricamente suele desarrollar algún mecanismo de equilibrio y control al poder del presidente. El verdadero desafío es erigir un candidato que logre conservar a parte sustancial de las bases republicanas y al mismo tiempo sumar votantes moderados, así como ser bien recibido por un segmento clave en los EEUU del presente y futuro tal como es el voto hispano en general y el de mexicanos radicados y sus descendientes en particular.

Obama y su equipo de campaña comprendieron perfectamente esto en 2008 cuando le dieron central importancia a activar y alentar a los latinos a registrarse y movilizarse. Las posturas xenófobas y populistas de algunos periodistas y dirigentes afines al Partido Republicano no hicieron más que facilitarle este objetivo estratégico al primer mandatario afroamericano.

El votante hispano volvió a ser clave para su triunfo y reelección en el 2012. ¿Qué dirigente actual de la oposición tendría las credenciales para sacar al partido de esa tendencia suicida en materia de autovetarse en gran medida la viabilidad de acceder al Poder Ejecutivo? Muchas de las miradas se orientan a Jeb Bush. Hijo y hermano de dos ex presidentes, ex gobernador de la Florida y esposo de una mujer mexicana. Este dirigente, que según se comenta era el favorito de su padre para representar a la dinastía familiar en las presidenciales del 2000, se ha caracterizado por su discurso moderado en materia social y con respecto a la comunidad hispana y otras minorías.

Asimismo, por su propia estructura familiar y su base política en la Florida, su vinculación con lo latinoamericano y la cuestión migratoria siempre ha estado presente. Estas credenciales temibles para cualquier rival demócrata, se ve complementada por la buena recepción que, tanto su padre como su hermano, tuvieron al momento de sumar votantes de hispanos y de origen judío. Su desafío, contener a los sectores más duros e ideologizados del Partido que desconfían de él precisamente por éstas credenciales y por su lejanía a la idea cuasi anarquista de Estado mínimo. Como buen político en campaña, podrá intentar conciliar estas diferencias al menos hasta el momento del voto en noviembre del 2016.

En el caso que las primarias republicanas destinadas a seleccionar a su candidato a partir del 2015 le den el triunfo, la eventual postulación de H. Clinton tendrá un doble desafío. Por un lado, enfrentar a un político que le disputa abiertamente al electorado latino y al centrista y ser la heredera de una gestión demócrata como la de Obama que le ha tocado lidiar con los efectos de la gran crisis económica-financiera que estalló en Wall Street en septiembre del 2008, manteniendo desde ese momento una economía con bajo crecimiento y un desempleo relativamente alto para los estándares de las últimas dos décadas.

Tanto Jeb Bush como Hillary Clinton le darán a los EEUU una política exterior alejada de las posturas de “cruzada” militarista de los sectores neoconservadores, que ocuparon la escena post 11-S y que luego fueron perdiendo fuerza e influencia a medida que los pantanos de Irak, y en menor medida, Afganistán se hacían más y más evidentes, así como de los que postulan formas de neoaislacionismo, receta inviable para una potencia que representa el 25 % del PBI mundial, el 47 % del gasto militar del mundo y poseedor de la reserva monetaria más importante como es el dólar. Un aislamiento que sería equivalente a esconder un elefante blanco dentro de un pequeño establo.