Una de las principales banderas de la coalición electoral que ganó las pasadas elecciones presidenciales en la Argentina y en distritos claves, como la provincia de Buenos Aires y la capital federal, ha sido el regreso del país al sistema internacional. Buscando relaciones maduras, constructivas y no de sermoneo a las principales potencias, y en especial a las dotadas de sistemas políticos republicanos y democráticos.
En ese contexto, de más está decir que en esa hoja de ruta ocupan un rol central los Estados Unidos. Todavía la principal potencia económica del mundo y más aún en el campo militar. Como dato cabría recordar que la inversión de defensa de Washington casi triplica la del segundo, en este caso, China, y es ocho veces mayor a la de Rusia. Sin olvidarnos desde ya del peso central de la potencia norteamericana en nuestra vida cotidiana, ligada a la tercera revolución industrial o la era de internet y la redes sociales. El lector podría hacer una revisión rápida para comprobarlo con sólo mirar las aplicaciones en los teléfonos inteligentes, las tabletas y las computadoras. Por último, el aún inefable dólar como moneda de reserva internacional, incluyendo la del mismo Banco Central de China.
Es justamente en Estados Unidos donde se disputará el próximo noviembre una elección presidencial clave, quizás todavía más que usualmente para ese país y para el mundo. El emergente de un candidato no convencional, proveniente del mundo empresario, con un discurso duro, efectista y que provoca escándalo y escozor en los bien pensados y políticamente correctos, como es Donald Trump, le aporta un condimento inédito. Una visión preliminar nos mostraría que este tornado político tiene algunas de sus raíces en la combinación de la crisis económico-financiera que estalló en el 2008 y el miedo al terrorismo fundamentalista. Una mirada un poco más amplia y estructural pondría en evidencia indicadores que muestran que desde hace al menos tres décadas las condiciones de vida de sectores medios y medios bajos no mejoran, en algunos casos todo lo contrario, con respecto a la edad de oro del sueño americano (1945-1970).
Como placebo, algunos analistas y dirigentes en otros países afirman que Trump tiene una alta imagen negativa y que su retórica lo aleja de un voto clave, como es el hispano y en especial el Mexican-American (un 75% del total de voto de ciudadanos descendientes o provenientes de América Latina sobre un total del 10% de los registrados para sufragar). Potenciales factores estresantes a esta tranquilidad es que Trump sólo presenta 5 puntos más de imagen negativa que su rival demócrata Hillary Clinton y que cerca de un 41% de los votos que ha tenido Trump en las primarias han venido de ciudadanos que usualmente han votado por candidatos demócratas. ¿Eso implica que Trump ya ganó? Claro que no: Hillary y su esposo son una de las más formidables maquinarias políticas de los Estados Unidos de los últimos 30 años. Lo cual no impidió que en el 2008 perdiese la primaria demócrata con el joven y poco conocido Obama. Esa maquinaria política a la que nos hemos referido quizás también sea una potencial debilidad si efectivamente hay un clamor antipolítica y antipolíticos (tradicionales) en amplios sectores de la población que se moviliza para registrarse y luego votar en noviembre. Una versión Primer Mundo del “Que se vayan todos”. En especial de los amplios sectores medios y medios bajos blancos y de origen anglosajón, que siguen siendo una amplia mayoría.
Si recurriremos a una imagen cómica o forzada, pero no por eso sin poder explicativo, podríamos decir que Homero Simpson y Forrest Gump están enojados y quieren que se note. Trump es el vehículo que han elegido para hacerlo. Del otro lado, tienen a un titán de la política (tradicional). Ergo, una polarización perfecta entre el intento de destrucción y de continuidad. Dado que todo indica que aún es un resultado abierto y sujeto a sorpresas y golpes de efecto, lo mejor que puede hacer el Gobierno argentino y su diplomacia es no tomar partido ni dinamitar puentes con ninguno de los dos candidatos. Partiendo de la premisa de que en política internacional no hay amistades o afinidades, sino intereses y, como dicen en el campo, “el fuego se hace con la madera que hay”, no con la que uno preferiría. Más aún para el Gobierno argentino recientemente asumido, que tiene en la existencia de un vínculo constructivo y pragmático con los Estados Unidos un factor de central importancia en lo que se refiere al campo financiero.
Cabe recordar que un hecho relevante en la crisis de gobernabilidad de la Argentina en el 2001, más allá de la rigidez del tipo de cambio, la devaluación del real en Brasil en 1998, la disputa por el modelo económico a seguir entre Raúl Alfonsín y el Presidente y la renuncia del vicepresidente, fue la decisión de la administración republicana de discontinuar, posteriormente al 11 de septiembre 2001, el respaldo a la Argentina frente a los organismos financieros internacionales y Wall Street.
Para enero de 2017, la economía argentina podría estar recorriendo los primeros meses de crecimiento económico y progresiva reducción de la inflación luego del sinceramiento de variables claves de la economía en el 2016. Por eso mismo, a lo cual habría que sumarle la batalla política clave que serán las elecciones legislativas a fin del año próximo, sería poco prudente por parte de nuestro país caer en declaraciones testimoniales o pseudo principistas sobre los contendientes de la elección en los Estados Unidos. A las recientes palabras de Trump de que si gana Clinton, el país se transformaría en algo parecido a Argentina y Venezuela, la respuesta de nuestros decisores podría ser explicarle al equipo del candidato republicano y a él mismo lo que el Gobierno de Mauricio Macri viene llevando a cabo y sus objetivos, más que enojarse o inclinarse por Clinton como favorita.