En la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, como suele pasar todos los años, se escucharon discursos a través de los que cada mandatario buscó enviar mensajes al público internacional, pero, como dice la famosa frase -“toda política es doméstica”-, básicamente a sus tribunas internas.
Una referencia casi obligada es la atinente a la necesidad de más multilateralismo, cooperación, coordinación, justicia, críticas al abuso de poder de los Estados más fuertes o de algunos de ellos depende convenga, la relevancia de la Ley Internacional, etcétera.
En algunos casos, esto se combina con discursos electorales en medio de una elección inesperadamente peleada y pareja, como la que se está dando en el Brasil. Si Marina Silva estaba viendo la alocución en la ONU de la presidenta Dilma Rousseff, puede sentirse más que satisfecha, dado que fue otra cabal muestra que el PT la considera un desafío más que preocupante y concreto a su continuidad en el poder.
Es casi el paseo obligado y retórico de los países menos poderosos el hacer referencias a las injusticias y desequilibrios del sistema internacional, antes mencionados. En algunos caso, más que cuestionamientos son reclamos de poder sumarse ellos mismos a algunos de esos privilegios. Como por ejemplo, la larga y persistente lucha del Brasil por una banca como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Por esas vueltas y paradojas, un buen lote de esos países menos influyentes y carentes de poder económico, tecnológico y estratégico militar (lo que más cuenta finalmente en los balances globales, más que mensajes ingeniosos y punzantes en twitter y otros medios masivos) por sus dificultades socioeconómicas, subdesarrollo económico, crisis recurrentes, y otros, tienden a tener sistemas políticos en donde los mecanismos de frenos y contrapesos entre los poderes del Estado no siempre funcionan de la mejor manera. En algunos casos las élites de esos países ven esto como una deficiencia a corregir, de manera más o menos sincera, y en otros se asume que las prácticas republicanas son cosas del pasado o, peor aun, “inventos” eurocéntricos y de los EEUU para sojuzgar y controlar a estos países.
A este otro segmento de las élites que no tiene una mirada crítica de sistemas cesaristas, democracias delegativas o no republicanas o directamente sistema de partido único, siempre y cuando se den de mano de dirigentes y sistemas de ideas que les agradan y les convienen, no debería llamarle particularmente la atención los desequilibrios, injusticias, desmesura que se producen a escala global con el accionar de las grandes potencias en general o de una superpotencia como son los EEUU. En todo caso, a nivel doméstico de estos países en vías de desarrollo, los que tienen el poder tienden a descreer de los frenos y contrapesos antes mencionados, a ver a los límites a las reelecciones como artilugios injustos y a cambiar, a las instituciones como estorbos en la relación directa entre líder y masa y a las oposiciones políticas como anti patrias y títeres de poderes externos.
En otras palabras, la crudeza y la anarquía del sistema internacional tiene más de una semejanza con lo que sucede al interior de este tipo de Estados. Un dirigente político de un país así no se comporta a nivel interno muy diferente a la de una superpotencia o grandes potencias vis a vis el resto de los Estados.
Los desequilibrios de poder, sean domésticos o a escala global, son semejantes a un niño frente a una enorme y variopinta caramelera sin padres o abuelas cerca que pongan límites a la gula. Esto se acentúa más en escenarios como el del momento unipolar americano que se dio pos colapso de la URSS en 1991 y del ideario comunista con China adoptando el capitalismo en 1979. La presidencia de George W Bush pos ataque terrorista del 11.9.01 generó un “vamos por todo” a escala internacional, que derivó en una errada e innecesaria guerra en Irak entre otros temas.
El mundo, con el correr de los años, está entrando lentamente a una estructura de poder más multipolar en la cual está claramente el poder económico, tecnológico y militar de EEUU, pero también comienzan a figurar más claramente China, Rusia, Japón, Alemania y la India. Por ello, los frenos y contrapesos se están comenzando a dar. Lo cual no necesariamente implicará paz, armonía y cooperación, pero sí seguramente un mayor autocontrol de los Estados más fuertes. Ya no dependerán meramente de una prudencia y visión de largo plazo autoimpuesta por el líder de turno. En muchos países en vías de desarrollo y con prácticas republicanas no consolidadas no se podrá decir lo mismo, lamentablemente.