A dos años de la agitación popular desatada en Túnez luego de la inmolación de un humilde vendedor ambulante que había sido despojado de su mercadería por parte de las fuerzas de seguridad y que derivó en la caída del déspota laico que regenteaba ese país musulmán, y a casi dos años del estallido social en el siempre influyente y clave Egipto, surgen voces más y más pesimistas acerca de lo que se denominó la “Primavera Árabe“.
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Israel y una profunda mutación de su ambiente estratégico
Un repaso por los medios de prensa del último año o más, nos mostraría una incesante presencia de debates e interrogantes (tanto sinceros como propios de variadas operaciones de acción psicológica) acerca de la proximidad o no de un ataque aéreo y con misiles crucero contra el programa nuclear de Irán. Más precisamente de 4 instalaciones fundamentales del mismo, dos de las cuales altamente protegidas bajo tierra y blindajes varios.
Los comentaristas usualmente más serios e informados de Israel y del aliado mayor, los EEUU, subrayan la profunda división que existe dentro del gobierno israelí y más aun en el establishment de Inteligencia y de Defensa de este país. El premier Benjamin Netanyahu, cuyo hermano murió en la famosa operación de rescate de Entebe-Uganda en 1976 y que pasó a la historia como una de las acciones de mayor alcance en la historia de los despliegues militares de Israel, y Ehud Barak, el Ministro de Defensa y el militar retirado más condecorado de Israel aparecen como los más decididos a impulsar el ataque.
En tanto, desde EEUU el gobierno de Obama advierte acerca de la contundencia que tienen sobre la economía iraní las sanciones económicas y, de manera off the record, no cesa de dejar traslucir la existencia de otros medios que también golpean la infraestructura nuclear de Irán. Tal es el caso de sucesivos virus informáticos y atentados. Esta brecha entre Washington y Tel Aviv se volvió a repetir, como era previsible, pocos días atrás cuando la Agencia Internacional de Energía Atómica –AIEA- dio a conocer un nuevo informe sobre los avances del régimen fundamentalista en el área atómica. Mientras para el gobierno de Netanyahu ese reporte no hacía más que mostrar la necesidad de acciones urgentes y contundentes, la Casa Blanca lo relativizó afirmando que aún hay una ventana de oportunidad. La cercanía de las elecciones americanas, las serias dificultades que todavía afectan a la economía internacional y la necesidad de darle un cierre lo más ordenado posible a las guerras en Irak y Afganistán, fortalecen esta cautela. Sin que por ell0, desde esferas de poder estadounidense se haya dejado de hablar de un posible ataque a Irán para la segunda mitad del 2013 si no se producen progresos en las negociaciones.
Más allá del caso del programa nuclear de Irán, de importancia superlativa sin duda, una mirada más amplia y de largo plazo nos mostraría que algunas fuerzas tectónicas del Medio Oriente están mutando y que Israel deberá hacer frente a un escenario complejo y no necesariamente armónico en el corto y mediano plazo. En primer lugar, la menor importancia relativa que el petróleo y derivados del mundo árabe tendrá para la economía estadounidense. El boom de la exploración y explotación de shale gas y shale petróleo en territorio americano es un hecho cada día más evidente y que está llamado a alterar la ecuación energética mundial. Informes oficiales dados a conocer durante el 2011 y 2012 afirman que EEUU, China y la Argentina son grandes reservas de este tipo de combustibles no convencionales. Siendo EEUU, desde los años 70, un líder indiscutido en el desarrollo de la tecnología necesaria para poder extraerlo. De más está decir que entre los intereses básicos de Washington en su alianza con Tel Aviv figura la posición estratégica de éste último cercanías de la riqueza petrolera árabe y persa. Esa menor importancia relativa que pasaría a tener Israel, se vería en cierta medida compensada por las grandes reservas de gas que el Estado hebreo ha encontrado en sus costas y aguas cercanas a las costas libanesas.
Otro de los factores de indudable relevancia, es la “Primavera Árabe” y la caída de los regímenes laicos y autocrático en Egipto, Túnez, Libia y próximamente en Siria al parecer.
La caída de un “no enemigo” como Mubarak en Egipto y el probable derrumbe de un “enemigo previsible” como Assad en Siria, se constituyen en factores aun en plena fluidez y de difícil proyección. De lo que no cabe duda, es de que ambas cosas determinan un agudo cambio del statu quo existente desde fines de la década de los 70, décadas que están signadas por la ausencia de una guerra a gran escala de Israel contra coaliciones de sus principales vecinos árabes como en 1948, 1956, 1967 y 1973. La buena noticia para Tel Aviv dentro de este torbellino de incertidumbre, seria que el grupo chiíta Hezbolah, que ha sabido combinar guerra asimétrica y terrorismo, perdería una retaguardia estratégica importante con la ida de Assad. Más allá de toda duda, el futuro poder en tierra siria pondrá en el centro de la escena a la actualmente sojuzgada mayoría sunita. De por sí más cercana a Turquía, Arabia Saudita y Qatar que a Irán. Por último y no menor, es la creciente independencia de criterio y protagonismo regional de Turquía. Su popular gobierno islámico moderado ha desmontado los programas de cooperación estratégica que en su momento tuvo Ankara con Tel Aviv. El premier Erdogan ha sabido combinar una activa defensa de la causa palestina, la plena membrecía de Turquía a la OTAN, actuar decididamente para fortalecer la resistencia anti Assad en Siria y establecer canales de comunicación diplomática con Irán sin por ello alienar la relación con Washington.
En otras palabras, el panorama que enfrentará Israel en las próximas décadas no necesariamente será mejor o peor que el existente en los últimos 40 años. De lo que no cabe duda, es de que será muy diferente y que requerirá de una elite política que sepa con prudencia y visión estratégica de largo plazo administrar esa transición. Nada más peligroso o disfuncional para los Estados y las personas, que aplicar recetas de tiempos que ya pasaron así como nada más común que tener la inercia de seguir actuando como si nada hubiese cambiado.