Los relatos y las imágenes recibidos desde Tucumán ponen al descubierto maniobras fraudulentas, aún bastante extendidas en el país. Elecciones amañadas o directamente adulteradas que dejan bajo sospecha la legitimidad de las autoridades públicas.
La indignación de una parte de la sociedad no es fruto de la sorpresa, sino de la obscenidad. Se sabe que existen manejos turbios, pero ahora parece que estamos frente a la gota que rebalsó el vaso de la tolerancia en estas cuestiones.
Sin embargo, un gran fraude necesita de una cultura que tolere pequeños fraudes cotidianos para concebirse. Es imposible pensar que bajo un marco de reglas precisas y justas de competencia política y en una sociedad implacable con la manipulación pueda gestarse un fraude de relevancia.
Antes del hecho electoral, en nuestro país la sociedad no castiga de manera contundente la mentira como arma política. Fraude en estado puro. Un candidato puede proponer medidas inconstitucionales, ofrecer datos errados para sostener su visión o cualquier otro dislate sin correr riesgos exagerados. Continuar leyendo