¿Cuánto durará la tregua en Siria?

Reunidas en Múnich, el mes pasado, las potencias acordaron un cese al fuego en Siria. Se trata de una tregua, de duración incierta, articulada con el fin de que la tan necesitada ayuda humanitaria pueda llegar a las zonas calientes más afectadas por la guerra. No contempla el cese de hostilidades contra el Estado Islámico (ISIS), ni tampoco define pasos a seguir a futuro. Esto significa que no intenta encaminar a los actores involucrados a una verdadera negociación para resolver sus diferencias.

Siendo este el caso, los analistas han tratado la noticia de la tregua con cautela y escepticismo. Desde el punto de vista humanitario, visto en el corto plazo, el cese al fuego, aunque imperfecto, ciertamente es mejor que nada. Desde otro lugar, pensando en un plazo más amplio, si se mantiene el cese al fuego, este será aprovechado por los actores regionales para reacomodar sus fichas en el tablero, en disposición para futuras ofensivas. En efecto, hay indicios de que el escenario bélico sobre el Levante podría densificarse drásticamente en los próximos meses y que, llegado el caso, la violencia podría escalar hasta lograr un alcance virtualmente global. Siria es solamente el escenario más visible de una guerra más extensa por el dominio geopolítico de Medio Oriente. Continuar leyendo

El dilema de Erdogan

Tras sufrir una recaída electoral en junio, con su popularidad en un bajo histórico, Recep Tayyip Erdogan, fiel a su estilo, ha vuelto a apostar a la política exterior para ganar los puntos que le faltan. Apelando a un tono nacionalista, tanteando una ofensiva contra los enemigos del Estado, el oficialismo busca compensar por la gestión que falta en casa y, apalancándose en el contexto actual de guerra regional, busca recuperar los votos que en las últimas elecciones no pudo cosechar. Es la primera vez, desde las elecciones generales de 2002, que la plataforma de Erdogan, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), no logra hacerse con una mayoría parlamentaria.

Pese a ganar las elecciones pasadas, dado que no ha podido formar coalición con otra fuerza política, Turquía llamará a elecciones anticipadas en noviembre. Erdogan intenta cambiar el sistema turco para convertirlo en un presidencialismo moldeado en el ejemplo ruso y, en los tres meses que quedan hasta los próximos comicios, espera recuperar votantes apoyándose en una política exterior fornida. Esta, que en el pasado reciente ha sido duramente criticada por su ambivalencia frente al conflicto en Siria y el avance del yihadismo, en los últimos meses se ha endurecido; y mientras el Gobierno la presenta como el cálculo estratégico propio de los intereses nacionales, la oposición, los periodistas y los analistas sospechan que estriba de intereses políticos bastante limitados, con mira a réditos inmediatos en el plano doméstico. De cualquier modo, vale preguntarse si la política exterior turca es sustentable, como desde ya también inquirir si le saldrá bien o no la apuesta a Erdogan. Continuar leyendo

La efectiva intransigencia de Netanyahu

En diciembre de 1969,Isaac Rabin, en ese entonces embajador de Israel en Estados Unidos, le confió a Menachem Begin que “no es suficiente que un embajador israelí aquí [en Washington] diga simplemente estoy actuando en pos de los mejores intereses de mi país de acuerdo a las reglas. Para promover nuestros intereses, un embajador israelí tiene que sacar provecho de las rivalidades entre los demócratas y los republicanos. Un embajador israelí que no quiere o no es capaz de hacerse su camino a través del complejo panorama político norteamericano para promover los intereses estratégicos de Israel, haría bien en empacar e irse a casa”. Cuarenta años más tarde, si hay algo que la última querella protagonizada por el presidente Barack Obama y el primer ministro Benjamín Netanyahu demuestra, es que claramente la premisa pragmática de Rabin no ha perdido validez.

Es indudable que Netanyahu es capaz de entrometerse por la trastienda política estadounidense y, al menos de momento, salirse con la suya.Efraim Halevy, prominente figura ya retirada de la inteligencia israelí, ha descrito al premier como “una persona inusualmente inteligente, que ha dominado el arte de gobierno con relativa facilidad y que es excepcionalmente dotado en utilizar a los medios, especialmente los electrónicos, a su favor”. Esta es una descripción con la que los detractores del reelecto líder israelí estarían de acuerdo. Desde esta posición, aunque Netanyahu está lejos de convertirse en un estadista, su genio político es evidente. Primero sabe apalancarse de las emociones de su electorado, luego tiene maña para los arreglos a corto plazo para sostener su Gobierno, y por último tiene una fluidez nata para aprovechar la enorme influencia conservadora en Estados Unidos, y mermar con ella la política exterior adversa de la Casa Blanca.

Si bien la mala relación entre Netanyahu y Obama empeoró en este último tiempo por la citada cuestión iraní, la rispa y la desconfianza mutua viene en aumento desde hace tiempo. La mala sintonía entre estos dos líderes se debe en gran parte a las nociones diferentes que tienen sobre la proyección de sus países en el mundo. Netanyahu cree que un Estado palestino pronto se convertiría en un semillero de yihadistas, y cree que Obama no comprende las eventualidades contemporáneas. El presidente norteamericano por su parte cree que el acuerdo entre israelíes y palestinos es indispensable para cementar confianza, pulir la imagen de Estados Unidos, y eventualmente contribuir a la estabilidad de Medio Oriente. El problema entre ellos aparece cuando Obama se encasilló en echarle toda la culpa por el fracaso a los asentamientos judíos en Cisjordania.

La pugna entre un presidente estadounidense y un primer ministro israelí no es una crónica novedosa, y ciertamente no es la primera vez que las incompatibilidades de carácter y personalidad entre los respectivos dignatarios se vuelven manifiestas. En 1977 Menachem Begin quiso aleccionar al presidente Jimmy Carter sobre la situación israelí utilizando mapas, para mostrarle el “big picture” de la situación en la región. Netanyahu hizo lo mismo con Obama en 2011, y como Begin, se discute que su posición dura – algunos dirían “dogmática” – peligra la relación de Israel con Estados Unidos.

Por otro lado debe ser dicho que la desazón no se sustrae solamente a un clivaje entre izquierda y derecha, o a una factura entre una cosmovisión demócrata y otra republicana (en el sentido estadounidense de los términos). Isaac Shamir, tal vez el más maximalista entre los líderes del Likud, mantuvo una tensa relación con George H.W. Bush (republicano) debido a la rotunda oposición del primero a ceder en la cuestión de los asentamientos. En 1991 Jerusalén necesitaba de la ayuda económica de Washington para absorber a centenares de miles de inmigrantes provenientes de la difunta Unión Soviética. Frente a la negativa de Shamir a comprometerse a frenar la construcción de asentamientos en los territorios palestinos, Bush congeló garantías de préstamos por 10 billones de dólares durante más de un año, hasta que el liderazgo israelí cambió y pudo concretar un acuerdo con Isaac Rabin en agosto de 1992.

Akiva Eldar, renombrado columnista de Haaretz, el matutino de izquierda más importante de Israel, dijo que “Netanyahu es Shamir sin bigote”, y que ambos se caracterizan por dominar “el arte de la intransigencia”. Sin embargo, mientras la intransigencia a Shamir le costó el cargo, pues perdió frente a Rabin en los comicios de 1992, la intransigencia a Netanyahu le ha dado resultado. Por lo menos eso es lo que ha quedado confirmado con el devenir electoral de hace un par de semanas. Shamir se vio perjudicado por la falta de interés de los votantes en su visión redentora de los asentamientos. En aquella oportunidad, las preocupaciones del israelí promedio se vinculaban con asuntos de la cotidianidad urbana, que la oposición laborista supo identificar y resumir con el eslogan: “dinero para los barrios pobres, no para los asentamientos”.

El ciudadano israelí de hoy también vota en función de su bolsillo pensando en la situación socioeconómica. No obstante, el éxito en la intransigencia de Netanyahu frente a Obama descansa, en que a diferencia de Shamir, el actual primer ministro ha sabido llevar a tierra las abstracciones de los revisionistas. Aunque todos los dirigentes del Likud han siempre remarcado su oposición a comprometer la seguridad del Estado, Netanyahu ha sabido, en sintonía con la coyuntura, darle un sentido práctico a las aspiraciones mesiánicas de los sectores más duros. Como resultado, preparó una retórica con la cual gran parte de los israelíes puede consentir. De un modo u otro, si la inestabilidad regional y el auge de los movimientos islamistas y yihadistas no le dio a Netanyahu la razón, todos están de acuerdo que estas condiciones le ayudaron a posicionar su agenda.

El precio de la retirada estadounidense de Yemen

La situación en Yemen puede derivar en un escenario como el de “Irak, Siria y Libia”, indicó Jamal Bonomar, el enviado especial de las Naciones Unidas para este país, en una videoconferencia con el Consejo de Seguridad. Formalidades aparte, este escenario ya es una realidad que no sorprende en lo absoluto, pues Yemen, uno de los países más corruptos y pobres de Medio Oriente sino el mundo, tiene una larga trayectoria de penosas divisiones marchando desde hace siglos.

La comunidad internacional ha tomado nota de la gravedad de los sucesos recientes en el país arábigo, librado a una guerra civil entre militantes chiitas zaidíes de Ansar Allah, “partidarios de Dios”, mejor conocidos como los hutíes, y las fuerzas leales al presidente sunita Abdu Rabu Mansour Hadi, derrocado a finales de febrero. Sin embargo, tomar nota no necesariamente implica tomar cartas en el asunto, o por lo menos no en función de la resolución del problema. En este sentido, lo que los círculos diplomáticos naturalmente se preguntan es cuál será la acción de Estados Unidos. De momento la respuesta parece apuntar a un “nada”. Después del golpe que depuso al presidente Hadi, Washington decidió cerrar su embajada en Saná, la capital, tras lo que Londres y París hicieron lo mismo. Finalmente, este sábado se anunció que el Pentágono retiraba a un centenar de tropas del país, debido al deterioro de la seguridad y la inestabilidad creciente.

Como lo sugiere el comentario de Bonomar, la pregunta que vale es qué pasará con Yemen. Estados Unidos y sus aliados europeos indirectamente han dejado en claro que por ahora no intervendrán. Además, por más voluntad política que pudieran tener por hacer algo y preservar los intereses occidentales, lo cierto es que no están en condiciones de plantear una estrategia. Ya bastante problema es la situación en Siria y en Irak con el clan al-Assad y el Estado Islámico (ISIS), y aún no hay indicios de que Estados Unidos haya adoptado una estrategia contundente para poner coto a las ambiciones de dichos actores. ¿Qué esperar entonces del futuro de Yemen?

La respuesta viene dada por las fuentes de conflicto. La cita atribuida a Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima” cobrará aquí mucho sentido.

Las raíces del conflicto

El conflicto se sustrae a las históricas diferencias sectarias entre sunitas y chiitas. Mientras que el primer grupo representa el 65 por ciento de la población, el segundo compone el 35 por ciento restante. Desde la generalidad, la minoría chiita resiente el trato de la mayoría sunita, culpa a sus dirigentes por la pobreza y el estancamiento del país, y maldice los intentos que estos han llevado a cabo por crear una identidad común yemení basada en las preferencias confesionales de la mayoría. Visto en perspectiva, la inestabilidad resultante de este clima no es nueva. De acuerdo con la historiadora Jane Hathaway, “los zaidíes han sido un elemento volátil desde la adquisición formal de Yemen por el Imperio otomano en 1538”.

Los zaidiés, resumiendo su beligerancia en pocas líneas, lanzaron en 1566 una importante revuelta – una jihad, “guerra santa” – contra la potencia sunita de la época, casi expulsando a los otomanos del territorio yemení, y eventualmente lográndolo en 1635. En 1872 los otomanos volvieron a intervenir, en parte como respuesta a la ocupación británica de Adén de 1839, y retuvieron su presencia, aunque con severas dificultades, hasta la desintegración del Imperio luego de la Primera Guerra Mundial.

Con el colapso del Imperio otomano, los chiitas, mayoría en el norte, declararon un imanato alrededor de Saná, a la par que los sunitas, mayoría en el sur, constituyeron sus vidas bajo dominio inglés alrededor de Adén. El imanato duró hasta 1962, cuando nacionalistas partidarios del líder egipcio Gamal Abdel Nasser tomaron las riendas del poder, dando no obstante lugar a una sangrienta guerra entre revolucionarios y reaccionarios que se prolongó durante ocho años. Por otro lado, en el sur, con el proceso descolonización y la subsecuente retirada de los efectivos británicos en 1967, pronto apareció en escena un Estado comunista afín a la Unión Soviética.

En el contexto de la Guerra Fría, Yemen quedó dividido en dos Estados de orientación secular, y dejando de lado algunos traspiés, la línea de fractura religiosa no fue tan importante como lo fue la fractura política entre socialistas y conservadores. Sin embargo, la guerra en Yemen del Norte deterioró la situación de los chiitas considerablemente. Vale recalcar que en términos de jurisprudencia religiosa, el zaidismo fue el principal lazo de solidaridad entre los yemeníes del norte desde finales del siglo IX, cuando se formó está rama dentro del chiismo.

Siguiendo la unificación de Yemen en 1990 bajo la dirección del dictador Alí Abdalá Saleh (depuesto en 2012) aparecieron los primeros indicios de que las fisuras de índole religiosa comenzaban a reabrirse. Fue precisamente a comienzos de los años noventa cuando los hutíes dieron sus primeros pasos para “promover un renacimiento zaidí”. A raíz de la creciente violencia que sacude Yemen, varios medios internacionales han reportado que la invasión estadounidense de Irak en 2003 fue el catalizador de la insurgencia de esta milicia chiita. Si bien esto es cierto, lo que no ha sido tan difundido es que los hutíes aparecieron antes que nada como una reacción ante la también grave influencia de los wahabitas; intencionalmente alimentada por una Arabia Saudita preocupada ante la marca que sus vecinos chiitas meridionales, acaso en liga con Irán, podrían dejar sobre sus asuntos domésticos.

Sunitas contra Chiitas

El wahabismo es considerado como la rama más ortodoxa y militante dentro del sunismo. Para los wahabitas, los chiitas no solamente son herejes por identificar y deificar a una línea de descendientes de Mahoma, pero lo que es más, en este caso antagonizan particularmente con los zaidiés por su proclividad hacia lo que en la terminología legal islámica se conoce como ijtihad o “pensamiento independiente”. Esto se ve reflejado en que los zaidiés son más laxos que otros chiitas en cuanto a la sucesión del imanato, y sus líderes religiosos permiten la innovación religiosa – la formulación de nuevas leyes basadas en la interpretación de las fuentes islámicas. Un rasgo clave de los partidarios de ijtihad es el reconocimiento que el Corán y los hadices (los dichos orales de Mahoma) deben ser juzgados a la luz del contexto en el que son estudiados. Esta es una actitud que los wahabitas aborrecen, porque se atienen a que la religión es lineal e inflexible, y no consideran que los recados divinos estén sujetos a ningún tipo de innovación, de modo que despotrican contra la interpretación humana de las fuentes.

Paradójicamente, pese a que los zaidiés son los chiitas que más se parecen a los sunitas en ritos y costumbres, esta diferencia teológica prueba encrudecer el conflicto intestino yemení, y empaparlo con toda la tenacidad de la conflagración que se está dando entre sunitas y chiitas en todo Medio Oriente. Yemen es uno de los principales bastiones de Al Qaeda, la renombrada organización wahabita y terrorista; y no obstante, si uno tuviera que guiarse por los eslóganes de las facciones, a simple vista esta organización estaría perfectamente de acuerdo con el lema de los hutíes: “muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, muerte a los judíos, victoria al islam”.

Dadas las vicisitudes propias de cualquier país configurado sobre una polarización sectaria latente, en la última década el Gobierno yemení pasó a cortejar abiertamente a los elementos wahabitas para diluir la influencia zaidí. Como suele ser el caso en los anales de Medio Oriente, la autoridad central temía que la primera minoría sea una quinta columna en potencia, con intereses y sentimientos ajenos a aquellos de la mayoría, y que ergo conspirara contra ella. En la medida que los hutíes tomaron predominancia en el norte del país, el Gobierno acusó al grupo zaidí de querer revivir el tradicional imanato a costas de la unidad nacional. La guerra entre las fuerzas gubernamentales y las milicias houtíes comenzó en 2004, y condujo a una crisis humanitaria extensiva que no tiene final en vista, y que ha dejado ya un saldo de decenas de miles de muertos y desplazados.

Al inicio de la contienda, los houtíes enmarcaban la sublevación contra el Gobierno en agravios de índole socioeconómica, la corrupción, y la política exterior del país cercana a Washington. Por estas razones, “los partidarios de Dios” ciertamente cumplieron un rol directo en la caída de Abdalá Saleh en 2012. Mas la “primavera árabe” terminó temprano para los houtíes, en la medida que pronto se sintieron excluidos del nuevo Gobierno, por cuestiones que ya no solamente hacían a una mera disputa de poder. Si hace unos años se hablaba de que el conflicto “se había transformado de uno ideológico y religioso a uno más relacionado con una insurgencia clásica”, con el trasfondo contemporáneo, todo apunta a que esto podría estar corriendo a la inversa.

Crónica de un fracaso anunciado

Además de las complicaciones derivadas de las divisiones sectarias, desde el punto de vista de la gobernabilidad, al analizar Yemen hay que sumar sus características topográficas. Las zonas montañosas en el interior del país han entorpecido los esfuerzos por sentar una administración central en el pasado bajo distintos gobernantes, y las montañas seguirán causando el mismo efecto en el futuro. Fue debido a ellas que los zaidiés pudieron obstaculizar los anhelos otomanos por dominar el extremo sur de la península arábiga, y es gracias (o pese) a ellas que todos los intentos por asegurar un dominio férreo del país sostenidamente en el tiempo se verán severamente perjudicados.

El fracaso de Estados Unidos en retener Afganistán e Irak en el tiempo pone de manifiesto que las fuerzas sociales del sectarismo y las condiciones naturales de la geografía son barreras implacables al fatídico proyecto de democratización y estabilización. Desde una lógica pragmática, la “Primavera Árabe” ha dejado en claro que este primer interés puede resultar contraproducente a los efectos de resguardar este último. Pero aun así, dejando de lado la agenda de “libertad y progreso”, la estabilidad regional prueba ser elusiva, y la administración de Barack Obama da la sensación de haberse rendido frente a la adversa realidad desplegada sobre su mesa.

El dilema de los estrategas castrenses y civiles estadounidenses en relación a Medio Oriente es ahora cómo promover una agenda de estabilidad sin invertir demasiado dinero, ni sacrificar vidas norteamericanas en el proceso. La débil respuesta de Obama al Gobierno sirio y al ISIS, y su determinación por apaciguar a Irán para que este abandone su programa de desarrollo nuclear son ángulos de este dilema.

La retirada estadounidense de Yemen es por supuesto simbólica, siendo que el número de tropas es muy reducido. Ahora bien, al corto plazo tendrá un precio elevado, que se verá reflejado en la falta de información de primera mano sobre lo que ocurre en el país. Más importante, el hecho motivará a los militantes y terroristas de todo espectro del islamismo a plantear batalla a Occidente, añadiendo sustancia a la ya difundida creencia entre los yihadistas de que “Estados Unidos es un tigre de papel”. En este aspecto, la comprensible baja tolerancia de la sociedad norteamericana a las bajas civiles y militares en países lejanos, por causas que no se comprenden del todo, es uno de los principales capitales que los yihadistas han aprendido a aprovechar para el reclutamiento y motivación de sus miembros. Por otra parte, la de la retirada estadounidense también asienta la creencia de que Estados Unidos eventualmente abandonará a sus aliados cuando el panorama se oscurezca – “tirándolos debajo del bus”, para utilizar la expresión norteamericana.

Al largo plazo, lo más triste, trascendental e importante es que la retirada estadounidense no influye en el pronóstico: Yemen estará condenado al fracaso por el futuro previsible. La guerra civil no tiene instituciones públicas que atrofiar porque en principio no hay instituciones por las cuales velar. Dado su historial, falta de estabilidad y pobreza sistémica, Yemen viene en camino a convertirse en Irak, Siria y Libia, pero también en Afganistán y en Somalia. Yemen es el ejemplo rotundo de que no todo Estado puede ser salvado por una intervención militar internacional.

El caso contra las “técnicas mejoradas de interrogación”

La semana pasada se dio a conocer el informe del Senado estadounidense sobre el programa de detención e interrogación llevado a cabo por la CIA, en “la guerra contra el terror”, durante la administración de George W. Bush. Alabado por la bancada mayoritaria demócrata y duramente criticado por la bancada republicana, la confección del informe llevó cinco años, consumió $40 millones de dólares, y arrojó 6.000 páginas –que aún no han sido desclasificadas en su totalidad.

Por descontado, enhanced interrogation techniques – “técnicas mejoras de interrogación” – es un eufemismo elegante para decir tortura. ¿Pero es legal la tortura llevada a cabo por una democracia en momentos de riesgo críticos? El debate no es nuevo, y en este aspecto, el informe del Senado llega como una crónica ya anunciada. Nadie ha quedado sorprendido por las anécdotas ahora desglosadas, que narran la tortura llevada a cabo en los centros de detención estadounidenses. La pregunta fundamental pues, es sí es posible tolerar cosas como “el submarino” (waterboarding), la privación forzada de sueño, fuertes golpizas, o la simulación de una ejecución súbita, todo en pos de extraer información crucial para la seguridad nacional.

Si de pros se trata, si usted está familiarizado con series de TV como 24 o Homeland, entonces puede percibir el argumento republicano de inmediato. En ellas, ocasionalmente los protagonistas torturan a los cómplices de los terroristas (o a los terroristas mismos) de forma extrajudicial, y lo hacen por su cuenta, estando plenamente conscientes de la ilegitimidad de sus actos. De acuerdo con la trama, de no tomar la difícil decisión de actuar al margen de la ley, sea por lo burocrático del sistema, o la necesidad urgente de dar con una bomba a punto de estallar, al final de cuentas la vida de millones de personas estará en riesgo. En otras palabras, aquí se está hablando de perdonar una trasgresión en función de cuidar el bien común de toda una sociedad: torturar permitiría obtener información crucial rápidamente. Así lo ven muchas personas, quienes sostienen además que dar a conocer los secretos de la CIA perjudica la relación con los aliados de Estados Unidos, a la par que expone a ataques al personal norteamericano apostado en el extranjero. Según el SITE Inteligence Group, la divulgación del informe ha provocado una fuerte movida en la comunidad islamista, por lo menos en las redes sociales, y el Departamento de Estado ya ha emitido alertas a las embajadas norteamericanas en lugares como Afganistán, Pakistán y Tailandia. El temor es que se produzca otra incursión como la que ocurrió con el consulado en Bengasi dos años atrás, causando la muerte de cuatro diplomáticos, incluyendo la del embajador en Libia.

Es inútil ponerse a debatir si, con independencia de las circunstancias, la tortura podría llegar a ser legal. En lo general, las normas escritas difícilmente pueden prever todo el espectro de situaciones críticas que se pueden dar en el dinámico mundo de hoy. No hay, por ejemplo, fuentes consuetudinarias contra fenómenos recientes como el ciberterrorismo, y de hecho no hay consenso internacional en lo que respecta a la condena del terrorismo – debido a que siendo un asunto polémico como sensible, prueba ser muy difícil dictaminar quién es terrorista y quién no. La controvertida Ley Patriota (USA Patriot Act) sancionada en octubre de 2001 fue la medida que impulsó la administración Bush para intentar llenar este vacío, pero a costa de darle luz verde a los servicios de inteligencia para interceptar las comunicaciones privadas de los ciudadanos, o incluso para secuestrarlos a discreción, de creerse que presentaran una amenaza. Por ello, volviendo al tema de la tortura, no es casual que los prisioneros de Al-Qaeda no hayan sido transferidos a suelo estadounidense propiamente dicho. Como la tortura es ilegal, para dar amparo legal a las acciones de la CIA, la administración Bush se valió de la opinión legal de algunos juristas, quienes convenientemente presentaron el caso de que la tortura sería permisible siempre y cuando fuera consumada en el extranjero. En concordancia, como el “submarino” no está explicitado como tortura, varios funcionarios públicos justificaron su empleo durante la década pasada, incluyendo a Mitt Rommey, candidato a presidente durante las últimas elecciones.

Bien, ¿funcionó la tortura? Están quienes desde ya dicen que sí, y que gracias a esta se pudo encontrar y matar a Osama bin Laden, y quienes dicen que no. Si la vida fuera una serie de televisión, deberíamos esperar al último capítulo para esclarecer lo sucedido, pero en concreto lo cierto es que el informe del senado no inclina la balanza en favor de la CIA, y deja a Estados Unidos en una posición de desprestigio importante.

Algunas voces, incluidas aquellas de políticos y de algunos exinterrogadores, sostienen que la tortura no solo no funcionó, sino que llegó hasta demorar el proceso de extracción de información. En este sentido, aunque parece una obviedad, vale la pena recalcar que las personas pueden llegar a decir cualquier cosa – lo que el torturador quiere – total de poner fin al agonizante castigo. De acuerdo con Ali H. Soufan, ex agente del FBI involucrado con la investigación de los eventos que llevaron al 9/11, la tortura resulta de lo más contraproducente. Su oposición no se basa en razones morales, sino en razones prácticas, porque al fin de cuentas es ineficaz, y añade más atracción al discurso de los terroristas que buscan reclutar miembros para vengarse de los norteamericanos.

Existe de hecho evidencia que muestra que la tortura, que en definitiva funciona como una terrible humillación, puede radicalizar profundamente al prisionero. En su bestseller, Lawrence Wright demuestra como la tortura cometida por los militares egipcios actuó de catalizador para convertir a islamistas, algunos más moderados que otros, en fervientes radicales que pasaron a integrarse a Al-Qaeda luego de su liberación. El más notorio entre estos quizás es Ayman al-Zawahiri, mano derecha de Bin Laden, quien “entró a prisión hecho un médico, y salió hecho un carnicero”. Varios estudios realizados por expertos han confirmado que la humillación, producto de los fuertes abusos físicos, contribuye a la radicalización del sujeto torturado; aumentado su odio y resentimiento hacia todo lo que puede intuir como próximo a su torturador.

Desde lo personal, lejos de sensibilizarme con el dolor de los miembros de Al-Qaeda confinados y torturados en bases estadounidenses, comparto la opinión de que la tortura es contraproducente y representa una flagrante violación a los principios que rigen a una democracia. El hecho de que una democracia cruce tal línea roja en materia de derechos humanos, emprendiendo en un campo de expertiese dominado por los regímenes autoritarios, es un preocupante precedente – el cual seguramente dará sustento a denuncias que acusarán la existencia de dobles raseros por parte de Estados Unidos y sus aliados. Sintetizado en una oración, esto significa que los norteamericanos estarán complicados a la hora de denunciar los abusos cometidos por Gobiernos como dictaduras totalitarias, dondequiera que se encuentren. Dicha realidad no hace más que entorpecer la causa de la democracia y la libertad.

Por tanto creo que la publicación del informe es un resultado positivo, esencialmente debido a que recuerda que Estados Unidos, a pesar de sus flagelos y desafíos por delante, sigue siendo una de las democracias más funcionales del mundo. El hecho de que diez años después – desde el punto álgido en la guerra contra el terror – el Senado estadounidense confirme oficialmente los ilícitos de los servicios de inteligencia, es algo que muestra que Estados Unidos es un país de derecho que asume sus errores y responsabilidades.

También destaco como positivo que el Senado no busque iniciar una cacería de brujas contra aquellos “patriotas”, aquellos agentes que trabajaban para proteger la seguridad de millones de estadounidenses – llamados así tanto por George W. Bush como por Barack Obama. Existen por supuesto razones de necesidad política para que la actual administración no busque alienar o antagonizarse de más con el personal de la CIA. Pero incluso siendo así, creo que sería un error de juicio si más adelante se intentara proseguir a miembros clave de la gestión Bush (incluido el ex presidente) por su rol en dirigir o aprobar la tortura a confesos terroristas y milicianos de Al-Qaeda. Debe ser tomado en cuenta que, según lo indican las encuestas, la mayoría de los norteamericanos opina que la tortura está siempre (19%), a veces (28%), o raramente justificada (16%) cuando de lidiar con personas sospechadas de ser terroristas se trata.

Finalmente, creo que la preocupación de los republicanos, vinculada con el peligro de ataques contra intereses estadounidenses en el extranjero, es a lo sumo exagerada. Los yihadistas podrían encontrar mil y una razones para buscar perpetrar ataques contra instalaciones norteamericanas además de la provista por la divulgación del informe. Como he dicho al comienzo, el informe solo viene a confirmar la multiplicidad de reportes privados ya publicados y conocidos desde hace varios años.