Por: Federico Gaon
Reunidas en Múnich, el mes pasado, las potencias acordaron un cese al fuego en Siria. Se trata de una tregua, de duración incierta, articulada con el fin de que la tan necesitada ayuda humanitaria pueda llegar a las zonas calientes más afectadas por la guerra. No contempla el cese de hostilidades contra el Estado Islámico (ISIS), ni tampoco define pasos a seguir a futuro. Esto significa que no intenta encaminar a los actores involucrados a una verdadera negociación para resolver sus diferencias.
Siendo este el caso, los analistas han tratado la noticia de la tregua con cautela y escepticismo. Desde el punto de vista humanitario, visto en el corto plazo, el cese al fuego, aunque imperfecto, ciertamente es mejor que nada. Desde otro lugar, pensando en un plazo más amplio, si se mantiene el cese al fuego, este será aprovechado por los actores regionales para reacomodar sus fichas en el tablero, en disposición para futuras ofensivas. En efecto, hay indicios de que el escenario bélico sobre el Levante podría densificarse drásticamente en los próximos meses y que, llegado el caso, la violencia podría escalar hasta lograr un alcance virtualmente global. Siria es solamente el escenario más visible de una guerra más extensa por el dominio geopolítico de Medio Oriente.
Un dato curioso que ha pasado desapercibido por los medios, pero que revela la naturaleza frágil del acuerdo es el hecho de que Estados Unidos se refiera a la tregua con una palabra equivalente en árabe, hudna. En un comunicado del Departamento de Estado, se pide a los sirios que reporten a Washington cualquier violación de esta hudna. El uso y el énfasis de esta palabra responden a su connotación religiosa. El término se remonta a un tratado entre Mahoma y la tribu de Quraysh, en el año 628, por el cual no habría hostilidades durante diez años. La tregua, no obstante, se rompió dos años después, para cuando el profeta se encontraba militarmente aventajado. Mahoma aprovechó un incidente menor para decretar la respuesta más enérgica y vencer por medio de la fuerza. Esta es por lo menos la interpretación de los sectores islámicos más duros y, por esta razón, hablar de hudna esconde una ambivalencia entre política y religión.
Para quienes se sienten obligados a combatir en una guerra santa, la tregua es una táctica pragmática que, basada en el ejemplo del profeta, sirve para que los musulmanes agrupen sus fuerzas en paz cuando la guerra se vuelve la opción desfavorable. Desde la óptica yihadista, la hudna es necesariamente temporal y debe ser rota cuando las circunstancias favorezcan la guerra. Paralelamente, en el lenguaje secular, hudna denota el cese de hostilidades, pero no implica el fin del conflicto. Al emplear deliberadamente dicha palabra, lo que Estados Unidos dice es que no aceptará el statu quo en el terreno.
Lo cierto es que esta tregua no llega como un triunfo de la diplomacia estadounidense, sino más bien lo contrario. Signa el fracaso de la administración Obama por contener la escalada de violencia en tal perturbada mas estratégica parte del globo. Antes que recuperar influencia perdida, con esta medida Estados Unidos se presenta impotente una vez más; muestra que se está retirando de Medio Oriente.
En general, a partir de la llamada Primavera Árabe, cuando Barack Obama le soltó la mano a Hosni Mubarak (para luego apoyar a Mohamed Morsi), Washington se ha distanciado de los intereses de sus aliados tradicionales. Puesto por Bernard Lewis, la percepción entre los jerarcas árabes es: “Estados Unidos es un amigo poco fiable y un enemigo inofensivo”. A esto, el pacto nuclear con Irán representa el contrasentido máximo, considerando especialmente el resquemor que está causando entre todos los actores sunitas lindantes.
Este panorama pregona un rol más activo por parte de Irán y Rusia. Sin una verdadera doctrina Obama en lo que respecta al conflicto fratricida de Medio Oriente, las condiciones favorecen la expansión de actores previamente constreñidos por el músculo estadounidense. Para Obama, el eje de las cuestiones estratégicas futuras estará en Asia y en el trato específico con China. Con Estados Unidos alcanzando la independencia energética, algunos analistas prevén que el petróleo del Golfo perderá importancia estratégica en las próximas décadas. Otros sugieren, sea por razones pragmáticas o morales, que Estados Unidos debe replantearse sus compromisos militares para con los regímenes árabes en la región.
Anticipando esta retirada, lo concreto es que los jugadores están preparándose para una contienda duradera. Mientras se involucraba en las negociaciones, Rusia alteró decididamente los hechos a su favor al colaborar en el asedio de Alepo. Gracias a ello, al día de la fecha el régimen de Bashar al Assad está mejor posicionado para resistir el embate de los grupos opositores. Con la asistencia de Moscú, Damasco está cercando a las fuerzas rebeldes, lo que supone una ruptura del estancamiento que hasta ahora había prevalecido en el noroeste del país.
Pese a que el cese al fuego ya es efectivo, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, anunció que su país continuaría los ataques aéreos contra aquellos que considera terroristas, “con una ideología y rutina incompatible con los principios de la civilización humana”. Por descontado, lo que Lavrov sugiere es que Rusia se reserva el derecho a lanzar ofensivas contra quienes perciba (de un modo u otro) como subversivos al orden gubernamental –sean yihadistas o no.
Está claro que, si se respeta el cese al fuego, eventualmente se establecerán fronteras de facto que en la práctica darían cierta legitimación al Estado Islámico y al frente al-Nusra. Assad, en otras palabras, tendría que contentarse con compartir el poder con grupos sunitas insurgentes. Además de que esta convivencia sería inviable, desde el punto de vista castrense es innecesaria. En Medio Oriente los palos hablan mucho más fuerte que las zanahorias, y con la balanza volcada a su favor, no hay razón para suponer que Assad y sus aliados se abstendrán de seguir presionando hasta donde les sea viablemente posible.
La prioridad está en aislar a los rebeldes y en ganar control sobre el borde con Turquía, desde donde se infiltran los elementos insurrectos. El tramo clave es el llamado corredor de Azaz, una de las principales líneas de abastecimiento que conecta, en menos de ochenta kilómetros, a los insurgentes asentados en torno a Alepo con la frontera turca. Para alcanzar dicho objetivo, Vladimir Putin ha conciliado los intereses del régimen sirio con los insurgentes kurdos del Partido de la Unión Democrática (PYD). Los rusos están buscando alejar a los kurdos sirios del paraguas de Estados Unidos, entregándoles armas y asistiéndolos en el bombardeo de bastiones islamistas.
En este sentido, Putin está aprovechándose de la ambivalencia norteamericana para con las aspiraciones del PYD. Aunque Washington ve a la milicia kurda como una fuerza confiable y efectiva, apoyarla conlleva el rencor de las autoridades turcas, que temen la creación de un Kurdistán independiente en su frontera, entre el Mediterráneo y Erbil (en Irak). Para que la pesadilla turca se vuelva realidad, además de apoderarse del corredor de Azaz, los kurdos deberían tomar el control del resto de la zona fronteriza (actualmente en control del ISIS) hasta Yarabulus (en las cercanías de Kobane). Conocido por el nombre de esta ciudad, este tramo tiene 96 kilómetros de largo y representa la otra frontera permeable que le permite al ISIS aprovisionarse.
Se da por sentado que este cálculo estratégico ha llevado a los turcos a coquetear en secreto con el autoproclamado califato. A lo sumo, es evidente que ante la opción de bombardear a los yihadistas o a los kurdos, Turquía prefiere eliminar a los segundos. Por esto mismo, Ankara amenazó con que no permitiría que los kurdos ocuparan el territorio fronterizo. El primer ministro, Ahmet Davutoglu, prometió la “reacción más dura” si este escenario llegara a volverse una realidad. Al mismo tiempo, imitando a Lavrov, el portavoz del Ministerio de Exteriores turco, Tanju Bilgic, afirmó que su país no buscaría el permiso de nadie para combatir a “cualquier organización terrorista”.
Vista así la cosa, podría decirse que esta hudna, además de que llega en un momento favorable para Assad, viene a intentar limitar una escalada que podría alcanzar proporciones peligrosísimas. La tensión entre Turquía y Rusia viene acumulándose desde que el primero derribara en noviembre un caza de combate del segundo. Por ello, sólo hace falta que una potencia cometa una “trasgresión” que ofenda gravemente a la otra para que la tregua quede sin efecto.
Si Turquía fuera a movilizar tropas a Siria —tanto como acción preventiva o como reacción a los movimientos de otros actores—, es muy posible que sucedan escaramuzas, con el detonante agravado de una guerra entre Turquía y Rusia. En tal caso, la violencia podría extenderse a Transcaucasia, donde las tensiones entre Armenia y Azerbaiyán (especialmente en torno a la región disputada de Nagorno Karabaj) son feroces. Mientras que Rusia es partidaria de los armenios, los turcos se identifican étnicamente con los azeríes. Considerando que Turquía es parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, no sería insensato indicar que semejante conflagración, de escalar sin contención, podría llevar al mundo a una tercera guerra mundial.
Para completar el panorama, el mando en los Estados del Golfo, liderados por Arabia Saudita, también está nervioso. Más allá de su apoyo indiscreto al ISIS, un monstruo Frankenstein fuera de control, los sauditas sufren gravemente el deterioro de su situación en el tablero. Con Irán y sus aliados mejor posicionados, a los efectos de alterar las adversidades, Riad se ha sumado al coro de amenazas provenientes de Ankara. Como primera medida, los sauditas ya han enviado cazas de combate a Turquía, la base aérea mediterránea de Incirlik, cerca de la frontera turco-siria. Luego, por si los ladridos no fuesen tomados con seriedad, los sauditas anunciaron que se sumarían a una posible intervención terrestre contra el bloque chiíta.
Para respaldar sus dichos, los sauditas comenzaron ejercicios militares masivos cerca de la frontera iraquí, involucrando —según lo reportado— 2.500 aviones de guerra, 20 mil tanques y 450 helicópteros. Llamada “Trueno del Norte”, la operación sería la más grande de Medio Oriente en su tipo y, además de la presencia turco-saudita, contaría con la participación de los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Senegal, Sudán, Kuwait, las Maldivas, Marruecos, Pakistán, Chad, Túnez, las Comoras, Yibuti, Omán, Qatar, Malasia, Egipto y Mauritania. Para resumir, el conflicto sirio amenaza con convertirse (si no lo es aún) en una verdadera contienda global sectaria entre sunitas y chiitas.
En suma, la tregua o hudna acordada por las potencias es tan frágil como la voluntad de los actores involucrados en aceptar las realidades en el terreno. En tanto, Estados Unidos busca, por ahora sin éxito, una estrategia de salida para la crisis en Medio Oriente; sus aliados —Turquía y Arabia Saudita— podrían arrastrarlo a una conflagración de carácter global. Incluso si este escenario aterrador no acontece y de alguna manera la tregua logra sostenerse, dicho contexto no desaparecerá de la noche a la mañana. Estas tensiones críticas podrían dar forma al devenir de la geopolítica en Medio Oriente durante décadas por venir. Seguramente el tema atormentará al próximo presidente norteamericano tanto como a Obama.
Para ser claros, la historia muestra que los conflictos fratricidas no suelen resolverse mediante negociaciones, sino más bien —lamentablemente— mediante baños de sangre. Mire por donde se la mire, todo apunta a que Siria no será la excepción.