A partir de una nota del Sunday Express, la semana pasada los medios conjeturaron que alrededor de cuatro mil yihadistas habrían entrado a Europa, camuflados entre los refugiados sirios. Sacando ventaja del enorme flujo migratorio hacia el continente, a suerte de caballo de Troya, el Estado Islámico (ISIS) habría infiltrado a combatientes experimentados con el objeto de reclutar nuevos miembros, formar células locales, y perpetrar ataques terroristas. Lastimosamente, lejos de ser esto solamente una especulación mediática, es una realidad severa que podría llegar a materializarse en un atentado. Cualquier estimación contraria es lisa y llanamente negligencia. Se trata de un escenario adverso que ya ha sido vociferado por varios funcionarios, entre ellos el ministro de Interior español, el ministro de Educación libaneses, el director de Inteligencia estadounidense, e incluso el Papa.
Ahora bien, ya desde un principio no haría falta poner la lupa en los refugiados para sonar la alarma. Europa viene atestiguando en la última década un auge en actividades terroristas llevadas a cabo por musulmanes radicales. En contexto, y para ilustrar, alcanza con pasar revista a sucesos como los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, del 7 de julio de 2005 en Londres, del 29 de marzo de 2010 y del 21 de enero de 2011 en Moscú, entre tantos otros. Más recientemente, entre el 7 y el 9 de enero de este año, los atentados en París (Charlie Hebdo, Hyper Cacher) volvieron a manifestar la vulnerabilidad de las capitales europeas frente al terrorismo. Lo peor del caso es que los responsables, asesinos, cómplices y perpetradores, no siempre provienen de un país musulmán extranjero, pero suelen ser nacionales del Estado atacado -españoles, británicos, rusos o franceses. Continuar leyendo