Por: Federico Gaon
A partir de una nota del Sunday Express, la semana pasada los medios conjeturaron que alrededor de cuatro mil yihadistas habrían entrado a Europa, camuflados entre los refugiados sirios. Sacando ventaja del enorme flujo migratorio hacia el continente, a suerte de caballo de Troya, el Estado Islámico (ISIS) habría infiltrado a combatientes experimentados con el objeto de reclutar nuevos miembros, formar células locales, y perpetrar ataques terroristas. Lastimosamente, lejos de ser esto solamente una especulación mediática, es una realidad severa que podría llegar a materializarse en un atentado. Cualquier estimación contraria es lisa y llanamente negligencia. Se trata de un escenario adverso que ya ha sido vociferado por varios funcionarios, entre ellos el ministro de Interior español, el ministro de Educación libaneses, el director de Inteligencia estadounidense, e incluso el Papa.
Ahora bien, ya desde un principio no haría falta poner la lupa en los refugiados para sonar la alarma. Europa viene atestiguando en la última década un auge en actividades terroristas llevadas a cabo por musulmanes radicales. En contexto, y para ilustrar, alcanza con pasar revista a sucesos como los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, del 7 de julio de 2005 en Londres, del 29 de marzo de 2010 y del 21 de enero de 2011 en Moscú, entre tantos otros. Más recientemente, entre el 7 y el 9 de enero de este año, los atentados en París (Charlie Hebdo, Hyper Cacher) volvieron a manifestar la vulnerabilidad de las capitales europeas frente al terrorismo. Lo peor del caso es que los responsables, asesinos, cómplices y perpetradores, no siempre provienen de un país musulmán extranjero, pero suelen ser nacionales del Estado atacado -españoles, británicos, rusos o franceses.
También está el hecho de que Europa se ha convertido en exportadora de yihadistas con destino a Medio Oriente. De acuerdo con algunas estimaciones, el número de combatientes extranjeros peleando en Siria y en Irak ha sobrepasado los 20.000. De estos, un quinto procedería de países de Europa occidental. Notoriamente, en las filas de los radicales sunitas, habría alrededor de 1200 franceses, entre 500 y 600 alemanes, el mismo número de británicos y cerca de 440 belgas. Provistos de pasaportes europeos, estos combatientes voluntarios, muchos de ellos “blancos”, despiertan menos sospechas en los controles de seguridad aeroportuarios, y ergo cuentan con mayores facilidades para desplazarse.
He aquí una verdad que no sorprendentemente incomoda. Las circunstancias alimentan prejuicios, dando la impresión de que existe una quinta columna en el seno de las comunidades musulmanas europeas. Teniendo esto en cuenta, los políticos son reticentes a hablar claro sobre estos temas. Solo basta una palabra o expresión desafortunada para que sean vistos por sus constituyentes y descritos por la prensa como xenófobos o islamofóbos. Lo cierto es que para no ofender, para evitar estigmatizar al colectivo musulmán, al entremezclarse religión y política, se busca minimizar el componente ideológico detrás de la campaña yihadista. Se sostiene así el mito de que el radicalismo entre los musulmanes europeos prospera cuando el Estado falla en su labor de ente integrador, asumiendo axiomáticamente que el desempleo y la marginalización son el saldo de la mala planificación de las políticas públicas.
En realidad sucede que los agravios que atormentan a los extremistas distan de ser exclusivamente socioeconómicos. Más bien, la transición hacia el radicalismo, sea del estipe que sea, está fuertemente emparentada con la búsqueda del individuo por sentido y trascendencia en una vida que se percibe frívola, superflua y material. Como han notado decenas de expertos y analistas, la pulsión destructiva de los yihadistas encuentra precedentes y hasta inspiración ideológica en las usanzas de los totalitarismos del siglo pasado. Tal como dice el dicho, los extremos se tocan, y al respecto hay casos de europeos “blancos” que antes de convertirse en yihadistas simpatizaban con plataformas de extrema izquierda.
Para comprender el fenómeno del terrorismo islámico y para comprender cómo es posible que jóvenes europeos dejen atrás el relativo confort del primer mundo para librar una batalla en medio del desierto en otros países uno debe nutrirse con los testimonios de las personas desradicalizadas, expuestas durante años a un mensaje totalitario imbuido con aparente legitimidad religiosa. En este sentido, tal como lo afirma Maajid Nawaz, un británico de ascendencia pakistaní que pasó de ser extremista islámico a ser un político liberal, “los terroristas no vienen solamente de las villas miseria -estadísticamente, un número desproporcionado de yihadistas globales viene de una formación universitaria”. Para ejemplificar, hasta mediados de 2011 el 45 % de las personas condenadas en Reino Unido por afiliación a Al-Qaeda había estudiado en instituciones académicas o de educación superior. Yihadi John (Mohammed Emwazi), el británico que saltó a la infamia por decapitar rehenes en los videos del ISIS, tenía un título de grado en tecnología de la Universidad de Westminster. Esto hace evidente que el primer paso para comprender el terror yihadista es identificar las causantes ideológicas detrás de este fenómeno, en rigor las auténticas detonantes de la violencia en cuestión.
Para ser claros, siempre conviene recalcar que el islamismo y el yihadismo son proyectos con distintos matices que no se condicen necesariamente con la religión islámica como tal. Digo esto porque islam no hay un solo, puesto que su instrucción -liberal, moderada o conservadora- depende en última instancia de la dirigencia de cada comunidad. No obstante, el problema de raíz estriba precisamente en que esta instrucción o educación, mismo en Europa, ha sido tradicionalmente inflexible, rigurosa, y en muchos casos moldeada a la imagen del wahabismo saudita. Vistas las cosas desde una perspectiva amplia, el islam liberal o secularizado es una tendencia relativamente novedosa que aún no se ha desarrollado ampliamente. Por el contrario, si el islam es lo que cada predicador dice que es, nos encontramos con que en el seno de las comunidades musulmanes europeas existen clérigos que fusionan elementos religiosos con aspiraciones políticas modernas, adoctrinado a los jóvenes y empantanando la distinción entre lo piadoso y el activismo político-religioso.
En Francia, de acuerdo con el Ministerio de Interior galo, los extremistas estarían dominando 89 mezquitas. Además, cualquiera que conozca París sabe que existen enclaves, denominados eufemísticamente como Zones Urbaines Sensibles (ZUS), gobernados por la sharia, la ley islámica, en donde ni la policía ni las ambulancias quieren entrar. Sin más, pareciera ser que las ZUS se están convirtiendo un panorama común en varios países de la región.
Por citar tres incidentes particulares, una cámara oculta reveló cómo un maestro en una escuela musulmana en Birmingham enseñaba a los niños: “los infieles son las peores criaturas” y que no podían confiar en los musulmanes liberales. Luego, un portavoz de una mezquita de La Haya dijo que su congregación se opone a la Declaración Universal de los Derechos Humanos “por ser una fundación ajena a Dios”. Finalmente, valiéndome también de la experiencia personal de un amigo alemán que transitó por una comunidad ortodoxa en Dortmund, en algunas instancias se enseña que los judíos lo controlan todo y que el sionismo está detrás de todos los designios malvados del mundo. En este aspecto, al hablar del terrorismo del llamado “lobo solitario” hay que tomar precauciones. Quien le haya inculcado la judeofobia al asesino que mató a tres niños judíos en Toulouse en marzo de 2012 tiene figurativamente las manos ensangrentadas también. Lo mismo aplica para los educadores que hayan instruido al asesino que irrumpió en el Museo Judío de Bruselas y mató a cuatro personas en mayo del año pasado.
Los manifestantes que recurrentemente piden que la ley islámica sobrepase a la ley positiva estatal en las calles europeas adoptan el discurso de sus líderes religiosos. Así como hay clérigos que defienden con honra el valor intrínseco de la nacionalidad, existen otros que alientan una visión antisistémica y revolucionaria, por no decir utópica, confabulando a la religión con tales maquinaciones. Quienes por un motivo u otro no encuentran la razón de ser de sus vidas, la educación fundamentalista provee una poderosa ideología que brinda un sentido de propósito, solidaridad grupal y un espirito de lucha para contrarrestar lo mundano de todos los días.
Por otro lado, en tanto la población musulmana de Europa viene creciendo sostenidamente, los Estados occidentales han introducido currículos escolares con educación islámica, pero, a los efectos de no ofender, no la han condicionado a una lectura racional y crítica de las fuentes religiosas. Asimismo, dado el vínculo cercano entre el islam y la escena política, los funcionarios europeos temen antagonizar con las colectividades musulmanas. Como alegorías de esta realidad, para no ofender a sus musulmanes, en 2012 Bruselas no instaló su tradicional árbol de navidad. Igualmente, para no ofender, este año algunos parlamentarios alemanes rechazaron una propuesta para que todos los estudiantes secundarios de Bavaria visiten los sitios del holocausto como parte del currículo escolar.
Todas estas condiciones dan lugar a un coctel explosivo que tiene a los servicios de seguridad europeos bastante ocupados. Sin embargo, los políticos deben percatarse de una vez por todas de que no se puede apaciguar a las personas con inclinaciones ideológicas totalitarias. Como indican los expertos, es un error tratar a las personas como seres racionalistas en constante búsqueda por maximizar su bienestar material. Siendo el secularismo una etapa relativamente nueva en la experiencia islámica, en términos generales, la solidaridad grupal de los musulmanes, basada en la religión y no tanto en la nacionalidad, es frecuente motivo de choque con las autoridades europeas. El quiebre aparece con el altísimo grado de susceptibilidad, sin parangón en otro colectivo, de los musulmanes hacia las causas que toman como representativas de una nación islámica global. Ejemplo de ello son las multitudinarias manifestaciones alrededor del mundo congregadas, en varias ocasiones, para protestar -no siempre pacíficamente- contra la difamación causada por algún medio gráfico occidental que osó caricaturizar al profeta. Dicho activismo ocurre así también con el acontecer del conflicto israelí-palestino, ruso-checheno, como en su momento igualmente lo demostraron el conflicto serbio-bosnio y estadounidense-iraquí, entre otros.
La buena noticia es que tras los atentados de enero de París, las autoridades han comenzado a poner la lupa en la educación que se imparte dentro de las escuelas musulmanas, hasta ahora ajenas al escrutinio de los Estados. Esto es un primer paso en una campaña que seguramente probará ser bastante extensiva. Por otra parte, al corto plazo, la prioridad con justa razón está en detectar a los yihadistas que ingresan (o reingresan) a los países europeos. Estos representan de momento la principal amenaza a la seguridad del continente. Un par de periodistas han mostrado lo fácil que hoy en día es conseguir un pasaporte sirio con una identidad falsa, la cual perfectamente podría ser utilizada para engañar a las autoridades migratorias europeas, desbordadas con el inmenso número de personas que buscan refugio. Un periodista compró por 750 euros un pasaporte con la imagen del primer ministro neerlandés, Mark Rutte. Otro pagó por documentación similar que lleva su rostro con 2000 dólares y sostiene que quien se la vendió le confió que sus principales clientes son yihadistas que buscan eludir a la seguridad europea.
En el viejo continente se viven tiempos de incertidumbre. Por cuantas cámaras de seguridad sean instaladas, e independientemente del número de efectivos militares custodiando establecimientos susceptibles a ser atacados, penosamente siempre habrá puntos ciegos que el radar no puede detectar. De haber un próximo atentado, este podría ocurrir en algún lugar impredecible, pero el hecho de terror en sí, con este clima, se vuelve bastante predecible. Por añadidura, aquella maravilla de la arquitectura política integracionista que significa el espacio comunitario (Schengen) de fronteras abiertas, no solo está experimentado su mayor desafío hasta la fecha -a razón de los desplazados sirios-, sino que podría convertirse en el arma estratégica más importante de las redes yihadistas europeas.