¿Por qué no hay refugiados sirios en el golfo Árabe?

La portada de El País de España del 8 de agosto lo decía todo. Una imagen habla más que mil palabras, y lo que entonces se veía era desgarrador. Tal como leía el periódico, se veía “el caos” migratorio en el Mediterráneo. Decenas de personas luchando para mantenerse a flote y no ahogarse y quizás, con la gracia de Dios, llegar a salvo a territorio europeo. Se trata, en su mayoría, de desplazados que huyen de la guerra en Siria y buscan establecerse en la seguridad y relativa prosperidad del continente europeo. Por ello, con sus periodistas indignados por la situación, Al Jazeera expresó que dejaría de referirse a los damnificados como “migrantes”, para en cambio reflejar la realidad con el término “refugiados”.

También me llamó la atención una reflexión que se difundió por Facebook. En ella, apelando a la misma fotografía, un profesor de historia se confesaba avergonzado de la civilización o cultura occidental y cristiana, que, de acuerdo con el autor de la publicación, “pasará a la historia como la más cruel, sanguinaria y terrorista que jamás haya conocido la humanidad”. Si no, está Banksy, el famoso artista callejero satírico de Inglaterra, quien montó una imagen compuesta por cuerpos flotando en el agua, en un círculo que mimetiza la bandera de la Unión Europea, con el azul marino de fondo. Continuar leyendo

Qatar, la Copa del Mundo y la yihad

Cuando en diciembre de 2010 Qatar fue escogido para ser el anfitrión, en 2022, de la vigésima segunda Copa del Mundo de la FIFA, comenzó a desentrañarse la trama de corrupción que gravita actualmente sobre dicha organización. De antemano, en aquel entonces se criticó la decisión de montar el torneo en un lugar caracterizado por un clima desértico, adverso al desempeño físico de los deportistas. Solucionado en teoría este problema, moviendo el evento de junio a diciembre, con la promesa de imponentes estadios provistos con las últimas tecnologías de refrigeración, las críticas a la FIFA, además de tornarse en dirección de la flagrante corrupción – algo especialmente cierto en estos días – se volcaron hacia la grave situación sociopolítica del pequeño emirato arábigo.

Pero, ¿por qué Qatar, que nunca calificó para participar de un Mundial, está interesado en invertir millones para organizar la fiesta del fútbol universal? La respuesta se hace evidente con otra pregunta, simplemente, ¿por qué no? Después de todo, el fútbol se ha convertido en una verdadera pasión mundial, y los Estados suelen conceder que mediante el deporte, y más precisamente mediante la copa de la FIFA, pueden ganar dividendos en materia de lustre y poder blando (soft power). En otras palabras, se trata de una oportunidad para ganar prestigio.

Así y todo, en el caso de Qatar hay un diferencial importante que lo separa de los otros países que han servido de sede para el megaevento. El emirato, una monarquía absoluta, no solamente sería el primer país árabe en preparar el torneo, sino que más importante, gracias a los petrodólares, cuenta con una billetera sin fondo para financiar todo tipo de emprendimientos faraónicos. Pese a su insignificancia territorial y poblacional, Qatar viene adquiriendo predominancia como actor internacional, influyendo en la región por intermedio de sus inagotables arcas y de la bajada de línea mediática que es su cadena televisiva Al Jazeera, lanzada en 1996 por la casa real Al Thani; y por cierto la mejor financiada del mundo. En este sentido el mundial 2022 es una arista de una estrategia más abarcadora por adquirir protagonismo en Medio Oriente.

Para situarlo en contexto, Qatar, un Estado peninsular que linda con Arabia Saudita al este, se rige por un código penal ortodoxo basado en la interpretación dogmática de la sharia, la ley islámica. De los 2 millones y 155 mil de habitantes que componen su población, solo el 12 por ciento nacieron en el país. Menos de 300 mil personas constituyen el segmento más rico y desarrollado de la sociedad. Del resto, cerca del 80 por ciento de la población, son trabajadores “invitados” que se ocupan de los empleos menos pagos en el rubro de la construcción y en el sector de los servicios domésticos. A raíz de su exponencial crecimiento económico durante la década pasada, y con un presupuesto de infraestructura que asciende a los 100 billones de dólares, Qatar está construyendo obras a una velocidad y escala sorprendente, y lo viene haciendo desde antes de anunciarse como anfitrión de la Copa del Mundo. Pero para la consternación de los activistas de derechos humanos, las obras se hacen con la sangre, sudor y lágrimas de los miles de trabajadores mal remunerados, que no obstante, frente a la falta de empleo en sus países nativos, viajaron a la península arábiga para mantener a sus familias.

Llama la atención que los trabajadores estén sometidos a un sistema, conocido como kafala, (esponsoreo), por el cual el Gobierno se reserva la potestad de monitorear (ergo, controlar) la estadía del trabajador. Además de ser sometido a condiciones que algunos calificarían cercanas a la esclavitud, el trabajador debe renunciar a su pasaporte. En tanto, el mismo es retenido por su empleador, el inmigrante no puede regresar a su país sin el permiso de las autoridades correspondientes. De acuerdo con la Confederación Sindical Internacional, el año pasado habrían muerto 1.200 trabajadores y según se estima, cuando suene el primer silbato del Mundial dentro de siete años, más de 5.000 personas habrán fallecido construyendo las instalaciones que serán aprovechadas por miles de turistas de todo el mundo.

El caso de Qatar refleja muchas de las contradicciones internas que socaban el desarrollo humano de las monarquías árabes del Golfo. Por un lado se habla de un Estado que invierte cifras astronómicas en relación a su relativamente minúscula población para modernizarse, para ostentar infraestructura de primer mundo, tocar los cielos con edificaciones imponentes, comprar galerías y centros comerciales en las capitales europeas, y – habrá comprobado al mirar la final de la Champions League – comprar espacio publicitario en la camiseta de uno de los clubes más exitosos del mundo.

Ahora bien, por otro lado, Qatar sigue siendo, religiosa y socialmente hablando, uno de los países más estrictos y aletargados del mundo. La fuente virtualmente inagotable de dinero está remodelando la imagen de este emirato, y es en este sentido que la Copa Mundial tiene el potencial de suavizar las apariencias, ofreciendo importantes réditos en negocios y prestigio. Sin embargo, tal como lo remarcaba Julián Schvindlerman en su columna del 30 de mayo, dada la prevalencia de una doctrina religiosa esencialmente antitética con los valores occidentales, el posicionamiento ideológico de Qatar en el tablero regional deja mucho que desear.

¿Qué haría usted si fuera el regente de un país con un tamaño poco mayor al de Puerto Rico y tuviera acceso a un torrente de dinero ilimitada? Según una estimación, las inversiones qataríes alrededor del mudo rondan los 60 billones de dólares. En virtud de los motivos expuestos recién, la política exterior qatarí se basa enteramente en la compra de influencia; la cual, al fin y al cabo, vale tanto como sus reservas. Como si fuera del estipe del rey Midas, la familia real puede cubrir de oro todo lo que toca. El problema es que no ha tenido buen tacto.

Como punto ordenador de su política exterior, Doha ha buscado en la última década convertirse en un jugador que “juega con todos”, el cual, gracias a sus potenciales y generosas donaciones, intercede entre las partes como mediador. Por ejemplo, Qatar ofició en 2006 para mediar entre las facciones palestinas, en 2007 para interceder entre el Gobierno de Yemen y los houtíes, en 2008 para mediar entre las facciones libanesas, en 2009 para sentar a negociar a las partes de la guerra civil sudanesa, y en 2010 para inmiscuirse en la disputa territorial entre Yibuti y Eritrea. Se sabe incluso que pese a no reconocerlo formalmente, Qatar tiene un vínculo comercial con Israel, dado el interés particular del primero por adquirir productos de alta tecnología procedentes del segundo, y de entablar un canal secreto para eventuales negociaciones. Qatar ha oficiado también de mensajero entre Estados Unidos, los talibanes y Al Qaeda. Doha incluso agasajaba a los Assad y hacía tratos con Teherán hasta que las revueltas de 2011 forzaron sobre la capital un cambio de rumbo.

Sin embargo, cuando se habla de Qatar como mediador, debe decirse que no se trata de un socio exactamente honesto, pues al instante que por alguna razón se le cierran las puertas a los rincones secretos de los foros diplomáticos (o sea cuando sus recomendaciones se juzgan en base a su tamaño físico y no al de sus arcas), Doha desdobla su política exterior en una agenda que podría decirse populista, dirigida a ganar la admiración de grandes masas junto con el consentimiento del establecimiento religioso en el mundo árabe.

Los expertos discuten que el emirato reparte millones tanto a las agrupaciones islamistas como a los grupos yihadistas de la región. La red qatarí jugó un papel en aprovisionar y dar refugio a los rebeldes y militantes de Egipto, Libia, Siria y la franja de Gaza –medidas que gozan de cierto grado de popularidad entre las masas del mundo árabe que suscriben a los ideales islamistas. En lo que a poder blando concierne, Al Jazeera se ha encargado de vanagloriar aspectos de la tendencia islamista, indirectamente apelando a las audiencias a creer que la monarquía qatarí es una que está con el pueblo, lo que desde luego es un absurdo.

Empero esta maniobra le ha valido a Doha el fuerte reproche del resto de los países del Golfo, los cuales, a la luz de los eventos de los años recientes, ven con suma preocupación el auge de militantes antisistémicos que podrían volcarse en contra de sus casas reales, pudiendo mermar su legitimidad apelando a eslóganes religiosos populares.

En suma, al menos en las esferas de alta política, Qatar ha ganado reputación como la incubadora de emprendimientos yihadistas. Si usted tiene simpatías hacia un grupo islamista y quiere colaborar en la lucha, y si la causa es medidamente bien recibida entre contingentes considerables de la sociedad árabe, usted puede reunirse con un representante gubernamental encubierto en alguna oficina lujosa -por qué no en el lobby de un hotel ostentoso- y hacer su pitch – su discurso de ventas – y obtener una bondadosa contribución del fisco qatarí. El hecho de que las donaciones se suministren prácticamente en la informalidad, es decir sin el endorso oficial de un sello estatal, le permite a las autoridades qataríes minimizar el desenvolvimiento de su país en la colecta de fondos para la yihad. Esto implica que en este campo oscuro Doha no opera por intermedio de agentes oficiales, ciertamente más identificables y posibles blancos de sanciones por parte de la comunidad internacional. Doha opera sagazmente gracias a particulares y organismos no gubernamentales, lo que le permite el amparo de la negación plausible frente a las críticas externas.

Aun vistas las cosas desde la perspectiva qatarí con pragmatismo, el gran inconveniente de este modus operandi estriba en que simplemente no es posible monitorear a dónde van a parar los fondos, para quien realmente, y eventualmente para financiar qué. Qatar no tiene interés alguno en ver al Estado Islámico (ISIS) consagrarse, pero los analistas sospechan que es muy probable que parte del dinero, destinado por ejemplo al Frente Al Nursa, haya ido a parar al autoproclamado califato mesopotámico cuando el capítulo iraquí de Al Qaeda se ramificó en los tonos ultraviolentos que se atestiguan hoy en día.

En balance, la controvertida política exterior de Qatar dice mucho de las contradicciones domésticas de este pequeño y no obstante pudiente país. Por diestra se rige por cálculos geopolíticos, y busca adquirir prestigio como mediador indiscutido de Medio Oriente. Por siniestra, financia a los rebeldes y revolucionarios que en mejor sintonía están con las grandes audiencias, y que se ajustan medidamente a los postulados religiosos oficiales que dice preservar la monarquía. Lo cierto es que en todo caso Qatar es la gallina de los huevos de oro, y esa dicha le ha permitido al emirato cotizar hoy por hoy como uno de los actores más relevantes de la región. Por otra parte quedará por verse qué tan sustentable resulta esta política de “jugar con todos”. Mientras juega esta carta, Doha merma su propia mano financiando a los bandos que resultan más atractivos en términos de popularidad y que más utilidades dan entre las masas.

Por último me permito agregar que con tantas contradicciones en su accionar, es posible asentar que de no ser por sus activos líquidos, Qatar sería uno de los países más irrelevantes en la escena global. Mas siendo una mira de oro, imagínese usted la desazón y la indignación de Doha si de repente la FIFA es forzada a decidir cancelar el torneo deportivo más popular del mundo. Imagínese si luego de invertir en sobornos millonarios para orquestar la votación del anfitrión del mundial 2022 todo se viene al desplome. Llegado el caso – si es que llega – a Qatar le quedará manifiesto que hay cosas que el dinero no puede comprar.

Kurdistán y el Gran Juego del nuevo Medio Oriente

Cuando en el siglo XIX los estrategas británicos hablaban del “Gran Juego”, se referían a la contienda imperialista entre Gran Bretaña y Rusia por la supremacía de Asia Central. Desde entonces, muchos analistas plantearon que el juego nunca acabó, sino que solamente se reinventó para dar cabida a nuevos jugadores. Esto así, porque tiene mucho sentido analizar la realidad a partir de esta mirada, pues sería muy difícil obviar que existen potencias en constante competencia por ganar mayores cuotas de influencia. Yendo desde Crimea, pasando por Irán y Pakistán, en la actualidad existe un claro tablero geopolítico que reúne, por un lado, a los poderes occidentales encabezados por Estados Unidos, y por el otro, a Rusia y a China. En cuanto a Medio Oriente, podemos apreciar las cosas a través de un prisma similar.

Tras la Primera Guerra Mundial, Francia y Gran Bretaña se dividieron Mesopotamia y el Levante en áreas de influencia, dando creación a nuevos Estados, e instaurando una era marcada por el tutelaje anglo-francés de los asuntos persas y árabes. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética reemplazaron a la cordial alianza europea en el papel de veedores del Medio Oriente, aunque claro, en un rol abiertamente confrontativo. Luego, caído el imperio soviético a principios de los años noventa, las nuevas circunstancias forzaron a casi todos los Estados árabes a ponerse bajo la aegis de Washington. De particular interés, hoy en día, gracias a las insurrecciones que la llamada Primavera Árabe despertó, y gracias al vacío de poder que dejó Estados Unidos tras su retirada de Irak, comienza a deslumbrarse, siempre en términos geopolíticos, un nuevo eje de conflicto alrededor de Kurdistán, el territorio de la etnia kurda repartido entre Irak, Irán Siria y Turquía.

Violentamente reprimidos por los iraníes, y masacrados por los turcos y los iraquíes, los kurdos han tenido el grave infortunio de no conseguir un Estado independiente durante el siglo XX. Si bien en un comienzo, en 1920, los vencedores de la Primera Guerra habrían de asignar una estatidad a los kurdos, la rotunda queja de la entonces flamante República turca de Kemal Atatürk imposibilitó semejante concesión. De este modo, para dar formalmente por finalizada la guerra, en 1923, los aliados debieron ceder frente a las exigencias turcas y sacrificar la autodeterminación del pueblo kurdo. En breves cuentas, desde allí en adelante, se sucedieron y perecieron distintas revueltas orientadas a consagrar un grado de soberanía kurda. Su suerte política cambió decisivamente a partir de la Guerra del Golfo de 1991, la cual debilitó el férreo control de Sadam Hussein sobre el norte de su país, facilitando así la consecución de una zona fácticamente autónoma. Una década más tarde, la segunda intervención norteamericana en Irak reforzó dicha autonomía. La constitución iraquí de 2005 reconoció la existencia de iure del Kurdistán iraquí como una entidad federal, mas lo cierto es que esto ratificaba una realidad ya consumada; dado que en los hechos la región ya era virtualmente independiente. Sumado a esto, ese mismo año se llevó a cabo un referéndum informal, simbólico si se quiere, cuyo resultado reflejó que el 98% de los kurdos iraquíes estaban a favor de la independencia.

El último hito que ha reforzado al autogobierno kurdo situado en Erbil, en claro detrimento de la autoridad central de Bagdad, ha sido sin lugar a dudas el surgimiento del Estado Islámico (EI o ISIS) en el seno de Irak. Por esta razón, no solamente que una independencia formal kurda es posible, sino que hasta parecería ser algo ya inevitable. Irak es a la fecha un Estado fragmentado por la violencia sectaria entre sunitas y chiitas, y el ejército se muestra incapaz de hacer prevalecer el orden, aún con la asistencia logística y aérea provista por la coalición internacional contra el ISIS.

Si hay algo en lo que todos los actores estatales de Medio Oriente coinciden, es que ISIS es una grave amenaza al prospecto de estabilidad. Bien, si hay algo en donde no hay consenso y reina la incertidumbre, es en el análisis que las distintas capitales hacen sobre el mañana, sobre la situación posterior a la desintegración del ISIS, y a la plausible caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria. Esta situación explica en gran medida la vacilación de Turquía en relación a la campaña en contra de los yihadistas. Tayyip Erdogan, el mandamás de la política turca, está obsesionado con ver derrocado a Al-Assad, y al mismo tiempo está preocupado por la plausible independencia del Kurdistán iraquí, sopesando que podría causar gran alboroto entre la importante minoría kurda que habita en Turquía, contada entre 11 y 15 millones de personas.

Condicionada por las inclinaciones islamistas de sus líderes, y empeñada en una política exterior que los analistas han acuñado como “neo-otomanista”, Turquía busca desde hace varios años consolidar una imagen positiva entre los musulmanes sunitas de su histórico patio trasero, y entiende que la caída de Assad es un paso indispensable para consolidar tal ansiado liderazgo. Hasta el año pasado, los oficiales turcos suponían que podrían contar con el ISIS para destrabar el conflicto sirio, inclinando la balanza en favor de los rebeldes, sean de la caña que sean. Pero hoy comprenden que el ISIS representa una barrera manifiesta a los expresos deseos de los kurdos por independizarse, de modo que siguiendo con esta trama, el Gobierno de Erdogan ha, por ejemplo, bloqueado el acceso a milicianos kurdos dispuestos a combatir al ISIS.

Podría decirse que Turquía está apostando a un juego peligroso, cuyo riesgo se justifica en evitar a como dé lugar fortalecer la posición kurda. El escenario es delicado, pero el mensaje que envía Ankara es claro: como potencia regional, Turquía debe cumplir un papel en la resolución de la debacle contemporánea.

Irán busca un rol semejante, y aunque dicho Estado actúa como garante y benefactor del régimen sirio, a decir verdad tampoco puede permitirse tener de vecino a un Estado kurdo. Además de que en Irán viven entre 6.5 y 7.9 millones de kurdos, el supuesto nuevo Estado podría representar una potencial amenaza para la seguridad iraní. Teniendo en cuenta que Israel ya ha asentado que reconocería la estatidad kurda, posiblemente los militares iraníes teman que, desde dicha hipotética entidad, puedan llegarse a lanzarse operaciones en su contra. Existen lazos históricos entre judíos y kurdos, y ambos pueblos comparten una larga historia de persecución y opresión. Así como opina Ofra Bengio, un especialista en el tema,  aunque lo más probable es que de declararse independiente, Kurdistán naturalmente priorice no antagonizar sin necesidad con sus vecinos por la cuestión israelí, podría ser posible que ambos Estados cooperasen militarmente entre las sombras.

Otra cuestión de crucial importancia es la beta energética, siendo que es una de las principales fuentes de tensión entre el Kurdistán iraquí y el Gobierno central en Bagdad. El norte del país regido por los kurdos es una región rica en petróleo, con gran potencial de explotación. De darse la separación, el disminuido Irak perdería una importante fuente de ingresos. Empero, siendo que no solo Bagdad se opone a la separación, sino que Ankara, Damasco y Teherán también, Erbil debe decidir entre un argumento pragmático que llamaría a conciliar intereses y a evitar la independencia, u optar sino por llevar a cabo y respetar el resultado de un referéndum que seguramente dictara la autodeterminación. En este sentido, siguiendo el argumento pragmático, Dlawer Ala’Aldeende, el presidente de un think tank de Erbil (MERI), reconoce que es factible que el Kurdistán iraquí termine incrementando su independencia económica, sacrificando su independencia, pero acomodándose de modo seguro con sus vecinos. Lo cierto es que proyectando a tal hipotético Estado, independiente o no, Kurdistán en esencia no dejaría de ser un enclave sin salida al mar. No obstante, de independizarse, sus vecinos podrían tomar represalias asfixiando al nuevo Estado, prohibiéndole el tránsito o bloqueando sus exportaciones petroleras.

Por otro lado, la posición de las potencias globales no alienta la independencia. Rusia y China se alinearían evidentemente en contra de un Kurdistán autodeterminado. Esto implica que si la dirigencia kurda decide perseguir sus históricos anhelos nacionales, su única esperanza sería el reconocimiento estadounidense. Sin embargo, Washington viene también oponiéndose a dicho proyecto. Reconocer a Kurdistán resultaría en una grave crisis con Turquía, una potencia regional, miembro de la OTAN, y significaría dar por muerto el proyecto de reconstrucción federada de Irak iniciado a duras penas tras 2003.

La única certeza es que la cuestión kurda será de ahora en más uno de los ejes principales del debate geopolítico mediooriental. Sean independientes o no, a la luz de los eventos recientes, no debería sorprendernos que al cabo de pocos años Hollywood glorifique la resistencia kurda contra el ISIS. En mi opinión, los kurdos merecen un Estado propio, y tal vez no tendrán mejor oportunidad para asegurarlo que esta. Su lucha contra el avance de los yihadistas ya constituye para muchos una fuente de inspiración que avala moralmente su derecho a la autodeterminación. Pero siendo realistas, quedará por verse finalmente si lo que primará será dicho principio de autodeterminación, o el principio más egoísta de integridad soberana, indicado por la postura pragmática de los políticos y estrategas.