Seguridad israelí para los aeropuertos del mundo

Los trágicos atentados que sacudieron Bruselas días atrás pusieron de relieve, una vez más, la necesidad imperiosa de aumentar la seguridad en las capitales europeas. Entre lo que está en discusión, el saldo de 13 muertos en el principal aeropuerto belga manifiesta —como quien dice— que hecha la ley, hecha la trampa, y que aún con tantos mecanismos de seguridad, las terminales internacionales siguen siendo territorio accesible para el terrorismo.

El hecho de que se hayan producido explosiones en uno de los aeropuertos más transitados de Europa en la era post 9/11 dice mucho acerca de las deficiencias en materia de seguridad. Pese a las nuevas tecnologías y a los controles espinosos, evidentemente los mecanismos para salvaguardar al pasajero de la ira terrorista no alcanzan. Con justa razón, la prensa ha recogido el caso para relanzar el debate acerca de la seguridad aeroportuaria. ¿Es necesario que las autoridades extiendan los controles más allá de las puertas de embarque, a expensas de la comodidad y la privacidad de los usuarios? Parece evidente que, lamentablemente, la respuesta es sí.

Tal vez Israel tenga respuestas. No por poco, dada su tenaz experiencia con el terrorismo, tiene uno de los aeropuertos más seguros del mundo. En el aeropuerto Ben-Gurión de Tel Aviv, no necesariamente hay que sacarse el cinturón y los zapatos, y, no obstante, a uno lo están mirando constantemente. Si bien este logro no vino sin sus propias polémicas, lo cierto es que la doctrina de seguridad israelí es exitosa y podría ser replicada en las terminales internacionales; especialmente en las occidentales, acaso las más endebles a convertirse en blancos de la furia yihadista. Continuar leyendo

Umberto Eco, Occidente e Islam

Umberto Eco fue un escritor y un intelectual con impronta global. Con motivo de su fallecimiento, el último 19 de febrero, me gustaría, a modo de homenaje, hacer una breve mención sobre sus pensamientos relacionados con mi campo de investigación: el intercambio entre Occidente e Islam (con mayúscula, el mundo musulmán), y el fenómeno del extremismo islámico contemporáneo.

Eco fue, sin lugar a dudas, un espíritu lúcido como crítico. Respetado mundialmente, el docto italiano se sumó al debate que nació a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando intelectuales y comentaristas por igual comenzaron a tratar la tesis del choque de civilizaciones.

Para comenzar, desde el punto de vista del rigor académico, Eco era un tradicionalista que advertía sobre la importancia de lo metodológico en las ciencias. El literato se alarmaba frente a la actitud prepotente de muchos intelectuales, que tratan cualquier tema sin los debidos conocimientos que imparte el estudio. Con esto se refería a los opinólogos que abordan los temas de actualidad como si fuesen oráculos, preparados para dar respuestas instantáneas a cualquier aflicción. Por ello, a razón de esta observación, se puede decir que Eco reconocía honestamente sus propias limitaciones. Un intelectual cauto, prefería recurrir a las enciclopedias antes que a internet. Sospechaba de las nuevas tecnologías mediáticas, porque —según lo insinuaba— competían contra la “función de filtro” que tiene la cultura para determinar lo que es importante de lo que no, como asimismo qué opinión es calificada y cuál no. En su resquemor a los medios, expresaba lacónicamente: “La verdad no se encuentra en el tumulto, sino más bien en una búsqueda silenciosa”. Continuar leyendo

Politizar y relativizar Star Wars

Se estrenó la séptima y la tan esperada entrega de Star Wars, definitivamente (que me perdonen los trekkies) la saga galáctica más popular de todos los tiempos. Vaya si es exitosa la marca y vaya si los ejecutivos de branding de Disney (que compró Lucasfilm en 2012) tienen pocos escrúpulos que existe un repertorio ridículo de productos promocionados con sables láser. Más allá de los juguetes, los utensilios de cocina o las prendas de vestir, hoy en día se comercializa cualquier cosa con el sello vendedor. Hay desde cintas de embalar, afeitadoras y curitas hasta naranjas, uvas y manzanas. Por lo visto se trata de un fenómeno global dentro de la llamada cultura pop y todos quieren ser parte de la fiesta. Tal es así que por nuestra cuenta, los analistas y los politólogos también queremos estar presentes en la movida. Prueba de ello, a la espera del estreno de The Force Awakens, se han publicado algunos artículos que discuten, revisan y cuestionan la moralidad y la relevancia política de esta guerra de las galaxias.

A razón de la coyuntura real que está ocurriendo en la Tierra y visto que el yihadismo está en boca de todos, los comentaristas se han volcado a los medios para plantear analogías entre rebeldes y terroristas que, por lo pronto, se hacen interesantes. En efecto, en estas últimas semanas se ha dado una suerte de revisionismo moral sobre Star Wars, principalmente sobre la trilogía original (episodios IV, V, VI). Aparecieron artículos que básicamente arguyen que la Alianza Rebelde es una entidad compuesta por desadaptados y fanáticos religiosos (los jedi) que buscan, a la usanza terrorista, desestabilizar en pos de una causa radical y maximalista. Es decir, los agentes del Imperio Galáctico, si bien no son caritativos, serían más “buenos” que los rebeldes o, mejor dicho, más convenientes. Esta es una interpretación poco ortodoxa que le podría arruinar los héroes de la niñez a más de uno. Sin embargo, por lo menos entre los fans es evidente que la idea de pensar a Luke como un terrorista es atractiva, pues añade complejidad y sustancia a la trama. Continuar leyendo

Una parálisis institucional que amenaza con continuar

El Líbano viene experimentando desde hace un par de meses una crisis institucional. Catalizada por la parálisis del Gobierno, incapaz de dar con una solución al problema de la recolección de basura, con los desechos amontonándose en las calles de Beirut, desde hace dos semanas hay multitudes saliendo a protestar contra las autoridades. Lo que inicialmente se suponía era una manifestación de ciudadanos preocupados por semejante deterioro sanitario, pronto se convirtió en un movimiento masivo, convocado ya no solamente a raíz de la basura, sino también por otros agravios generales que se desprenden de la escena política del país. Vistas en contexto, las protestas en efecto dicen mucho acerca de la disfuncionalidad crónica que afecta al Líbano, uno de los países más desarrollados culturalmente de Medio Oriente y, sin embargo, uno de los más desgarrados por conflictos.

Bajo el lema viralizable de #youstink (apestas), los manifestantes tomaron el incidente de la basura para convertirlo en una crítica general al estado de las cosas. En la Plaza de los Mártires en la capital libanesa, aquella que diez años atrás presenció la llamada Revolución de los Cedros, los citadinos exigen cambios y, vistosamente, las protestas no llevan una agenda sectaria o partisana. Sintetizada, la consigna es “Que se vayan todos” -que renuncien todos los funcionarios implicados en los sucesos recientes, desde el primer ministro al ministro de Interior. Continuar leyendo

El dilema de Erdogan

Tras sufrir una recaída electoral en junio, con su popularidad en un bajo histórico, Recep Tayyip Erdogan, fiel a su estilo, ha vuelto a apostar a la política exterior para ganar los puntos que le faltan. Apelando a un tono nacionalista, tanteando una ofensiva contra los enemigos del Estado, el oficialismo busca compensar por la gestión que falta en casa y, apalancándose en el contexto actual de guerra regional, busca recuperar los votos que en las últimas elecciones no pudo cosechar. Es la primera vez, desde las elecciones generales de 2002, que la plataforma de Erdogan, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), no logra hacerse con una mayoría parlamentaria.

Pese a ganar las elecciones pasadas, dado que no ha podido formar coalición con otra fuerza política, Turquía llamará a elecciones anticipadas en noviembre. Erdogan intenta cambiar el sistema turco para convertirlo en un presidencialismo moldeado en el ejemplo ruso y, en los tres meses que quedan hasta los próximos comicios, espera recuperar votantes apoyándose en una política exterior fornida. Esta, que en el pasado reciente ha sido duramente criticada por su ambivalencia frente al conflicto en Siria y el avance del yihadismo, en los últimos meses se ha endurecido; y mientras el Gobierno la presenta como el cálculo estratégico propio de los intereses nacionales, la oposición, los periodistas y los analistas sospechan que estriba de intereses políticos bastante limitados, con mira a réditos inmediatos en el plano doméstico. De cualquier modo, vale preguntarse si la política exterior turca es sustentable, como desde ya también inquirir si le saldrá bien o no la apuesta a Erdogan. Continuar leyendo

La verdad incómoda acerca del Estado Islámico

Sea por miedo o por recaudo a no estigmatizar a las comunidades musulmanas, es común que en los debates acerca del fenómeno del yihadismo suelan evadirse términos que son indispensables para comprender mejor la realidad, y que a lo sumo se los reemplace con eufemismos más en sintonía con el discurso políticamente correcto que con la búsqueda de la verdad. El signo más recurrente es la tendencia a evitar hablar de “terrorismo islámico” y, en cambio, aducir que grupos como el Estado Islámico (ISIS), Boko Haram, o Al Qaeda representan a una minoría que secuestra la religión que profesa una mayoría tolerante y pacífica. Esto es, por ejemplo, lo que hizo el presidente estadounidense Barack Obama durante un discurso algunos meses atrás. Ahora bien, ¿es esta una posición responsable ante la amenaza del extremismo religioso homicida?

De un modo u otro, ya sea para calmar ansiedades o para desalentar perjuicios, cuando se insiste directa o indirectamente en que los terroristas en cuestión no son musulmanes, al final de cuentas los yihadistas salen ganando y los valores democráticos salen perdiendo. Si bien desde ya es evidente que la mayoría de los musulmanes no son asesinos en potencia, existen muchísimos fieles que profesan versiones de la fe que no se correlacionan con la contemporaneidad y con la reflexión multiculturalista. Políticos, periodistas e intelectuales ponen axiomáticamente al islam en igualdad de condiciones con otras religiones, como si todos los individuos fuéramos criados con los mismos valores. El problema es que no se toman mucho tiempo para estudiar acerca de religión y política antes de emitir opinión. Continuar leyendo

La yihad no termina con una paz entre israelíes y palestinos

Existe una opinión muy difundida alrededor del globo que consiste en señalar que si el conflicto israelí-palestino terminara mañana, el leitmotiv de la yihad, la guerra santa contra “los pérfidos judíos”, siempre presente en el islam radical, perdería su tono para eventualmente convertirse en un susurro. Esta creencia supone que si los israelíes y palestinos firman la paz, tanto árabes como musulmanes en general no tardarán en verse forzados, dadas las circunstancias, a resignarse a convivir con un Estado judío como vecino. No obstante, si bien esta hipótesis se justifica con algunos argumentos, vistas las cosas en perspectiva, la misma resulta poco realista – y hasta algo ilusoria también.

Recientemente el rey Abdalá II de Jordania suscribió en público a esta idea. El monarca hachemita se dirigió al parlamento europeo, y advirtió que el conflicto entre israelíes y palestinos sirve como un grito de guerra para los yihadistas. Si bien admitió que la lucha contra el extremismo es una tarea que pesa sobre las naciones musulmanas, al final aseveró que el problema de raíz yacía en el fracaso de la comunidad internacional para defender los derechos palestinos. “Este fracaso – dijo – envía un mensaje peligroso”.

Abdalá no es la primera ni será la última personalidad en dar cabida a esta noción. No hace falta ser un experto para percatarse que “judíos descendientes de cerdos y monos” y otros clichés del antisemitismo clásico son piezas inamovibles de la retórica de quienes apelan a la guerra santa islámica como vehículo hacia la rectitud y corrección de todos los males. En defensa de la hipótesis, tiene sentido contar con que una vez erguido un Estado palestino, viviendo en paz con Israel, los yihadistas e islamistas de corte belicista pierdan legitimidad a la hora de levantar el espíritu de las masas. Este feliz escenario se vería potenciado por el hecho de que bajo los auspicios de Arabia Saudita, la Liga Árabe le ofreció a Israel en 2002 el pleno reconocimiento diplomático de sus miembros (menos Siria), siempre y cuando este acordara una solución definitiva al problema palestino. El impacto sería trascendental. Alcanzada una paz avalada por los países árabes, los yihadistas, al menos en teoría, verían su legitimidad disminuida, y pasarían a representar la posición errática de grupos transnacionales, y no así aquella de los Estados musulmanes propiamente establecidos.

Sin embargo, esta línea de análisis presenta un problema elemental. Pone todo el peso por el fracaso de las negociaciones sobre Israel, perdiendo de vista que la primicia del conflicto no es enteramente territorial, pues también es religiosa; especialmente desde el punto de vista del yihadista convencional. Gracias a la irrupción en escena del Estado Islámico (ISIS), esta realidad nunca estuvo tan manifiesta como ahora. Si hay algo que los yihadistas en Mesopotamia demuestran es que Israel, independientemente de cuanta saliva sea gastada para despotricar en su contra, no es la única fuente que incita al terrorismo islámico. Lejos de eso, la guerra del ISIS y sus grupos afiliados se libra contra la cultura misma, contra el legado de la Antigüedad, contra los ritos y costumbres locales, contra quienes no tienen la suficiente virtud religiosa, y contra quienes abrazan las formas modernas y reniegan del dogma.

Comparando el islamismo en sus ramas más extremas con los totalitarismos del siglo pasado, varios autores emplearon, no sin controversia, neologismos como “islamofacismo” o “islamoleninismo” para ponderar las similitudes entre todas estas fórmulas. La comparación se basa en la identificación de una mentalidad semejante, que se opone a lo “mecánico y artificial” de la sociedad industrial, clasista y liberal, para elevar el ideal de un sociedad “orgánica”, romántica, unida por el pasado, y apegada a una causa nacional – o en este caso religiosa. Identificando dicho patrón común, Ian Buruma y Avishai Margalit hablan de “occidentalismo”, lo que en esencia es el sentimiento antioccidental. Así como lo marcan los autores, el occidentalismo religioso tiene un agravante en relación a otros proyectos totalitarios, y es que “tiende a proyectarse, mucho más que cualquiera de sus variantes seculares, en términos maniqueos, como una guerra santa que se libra contra la idea de un mal absoluto”.

Lo importante a destacar aquí es que para el antioccidental los problemas suelen comenzar con los judíos, pero nunca terminan con ellos. Al caso, el nazismo veía a los judíos tanto como representantes del capitalismo como del comunismo, pero además de plantear su destrucción física, la locura hitleriana emprendía una campaña que englobaba la destrucción inexorable de tales sistemas. En tanto estos existieran, siempre habría judíos envueltos en tinieblas confabulando contra el Reich. Dejando de lado las distancias, con el extremismo islámico sucede algo muy similar.

Todo quien haya visitado Israel se percatará que el país constituye un apéndice de Occidente en Medio Oriente. Con una economía de mercado pujante, un sistema democrático y liberal, el contraste con sus vecinos árabes es tajante. Siendo estas sus características, para un yihadista Israel no solo es una calamidad de la peor índole por ser una entidad soberana judía, sino que además el país representa todos los valores que este se ha cometido a destruir. Para el islamista, Israel, además de ser un Estado que ha usurpado tierra islámica, es de lo más abyecto porque corrompe a los musulmanes con los supuestos valores frívolos y artificiales de la sociedad moderna, apegados con Occidente.

Dar por entendido que el fenómeno del yihadismo dejará de existir luego de que israelíes y palestinos convengan una solución pacífica a sus disputas suena razonable, siempre y cuando se crea que la matriz del conflicto es territorial. Existen por supuesto controversias de esta índole, y que de acuerdo a lo pautado históricamente con mediación estadounidense, esperan ser resueltas mediante intercambios de tierras, a modo de acomodar a las partes involucradas. Pero eso no es todo, porque el conflicto esconde una importante faceta religiosa, ciertamente más intangible y difícil de apreciar que la cuestión territorial, mas no por eso menos importante. En este sentido, la tan ansiada paz para unos se convierte en la tan odiada traición para otros.

El yihadismo no finalizará con una paz entre israelíes y palestinos. Quienes por el lado palestino hayan cedido al compromiso se convertirán inmediatamente en blancos antes que los propios israelíes. Análogamente, Estados Unidos y Europa no estarán más seguros frente al terrorismo islámico, porque al final de cuentas la campaña de los yihadistas va conducida contra Occidente en su conjunto, sin importar lo que este haga o deje de hacer. Siempre hay que tener presente que en sus fantasías utópicas, el ISIS busca impartir un califato a escala global, y no se contentará con retener soberanía en Medio Oriente.

Los yihadistas no serán apaciguados una vez solucionado el conflicto israelí-palestino. A estas alturas ha quedo en claro que las primeras víctimas del extremismo religioso son los propios musulmanes, y luego, sin falta, los occidentales.

Así como lo dijo el rey jordano, la lucha contra el extremismo debe pesar sobre las naciones musulmanas. Sin embargo, poner a Israel como condicionante o catalizador de la insurgencia islámica, además de no ser preciso, resulta malicioso en aras de comprender la verdad. Es desconocer el odio a todo Occidente, a sus valores y libertades, inherente en la mentalidad fundamentalista islámica.

ISIS dejará de existir, pero no será el fin del fanatismo islámico

En la columna de Iván Petrella publicada en este medio el 8 de octubre, el académico y legislador porteño afirma que los primeros en condenar el accionar del ISIS (Estado Islámico) son los exponentes del islam. Tal como presenta Petrella, la deslegitimación que pesa sobre el ISIS deriva de la durísima oposición de importantes referentes musulmanes, y de miles de creyentes alrededor del globo, quienes hacen escuchar su voz a través de las redes sociales. El autor correctamente argumenta que no hay que confundir a una minoría con la totalidad de la población musulmana. Sin embargo, hay ciertas cuestiones que considero conveniente debatir.

Antes que nada, tomando como punto de partida las manifestaciones musulmanas contra el ISIS que se citan en su artículo, Petrella sugiere que el conflicto no representa un enfrentamiento entre el Islam y Occidente, sino que en cambio es un conflicto entre una mayoría pacífica y una minoría violenta dentro del credo musulmán. Coincido con Petrella en esto último, pero difiero en lo primero. Si bien es cierto que la dicotomía Islam-Occidente es servicial a los intereses de los yihadistas, no por ello deja de ser verídica. Al analizar la historia, uno puede encontrarse que por regla general, los extremistas políticos y religiosos de toda rama y procedencia han optado por desquitarse primero con la oposición doméstica y luego con la externa.

En el caso del mundo islámico, el polo extremista del movimiento religioso revivalista siempre buscó imponer la purificación del creyente por la fuerza. Si uno no se purificaba bajo los rígidos parámetros ultraconservadores, entonces se era tan pagano o infiel como un no creyente, por más consideración que uno podía tenerse a sí mismo como musulmán devoto. En este aspecto, la purgación casera de los individuos descarriados siempre fue considerada un paso previo y necesario, por lo menos en términos discursivos, a la dominación mundial. La prueba está en que desde las primeras conquistas wahabitas en Arabia en el siglo XVIII, pasando por el Emirato Islámico de Afganistán en 1996, y la actual conformación del autoproclamado califato sirio-iraquí, los yihadistas han buscado fijar que los musulmanes que no se ajustan a una tradición dogmática no son musulmanes.

En términos abarcativos, este argumento es habitual en todas las corrientes totalitarias. Consiste en señalar que aquellos individuos que se han autoconvencido de ser algo que no son, terminan siendo más peligrosos que aquellos que reniegan abiertamente de la fe, la ideología, o el partido, por la mera razón de que propagan el mal ejemplo entre sus pares. El ISIS ejemplifica esta minoría totalitarista. Pero aunque existe una tendencia común entre los totalitarismos a aniquilar a los opositores internos, esto no minimiza el hecho que estos movimientos frecuentemente buscan antagonizar con terceros, no solamente por una cuestión de labia política, sino por un cuerpo de creencias enmarcado en una ideología bien establecida.

No debería sorprender que diversos comentaristas hablen de “islamofascismo” o incluso de “islamoleninismo”, lo que suena a oxímoron, para asemejar al islam político, es decir, al islam ideologizado, con los grandes totalitarismos del siglo pasado. Para ser claros, no es el islam per se como religión el que está enfrentado con Occidente, pero sí son sus formas politizadas, que en distintos tonos, más o menos extremistas, en definitiva persiguen la consecución de un Estado puritano, estrictamente basado en la práctica religiosa. Para los islamistas de toda denominación, el Estado no es un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a un fin.

Basándonos en la columna de Petrella, analizar al ISIS puede convertirse en un ejercicio propio de la paradoja del vaso medio lleno o medio vacío. Para mi experimentado colega, el vaso está medio lleno porque hay indicios positivos de que los propios musulmanes están tomando cartas en el asunto; de que quieren defenestrar la inelástica, anticuada y violenta visión del islam que profesan los extremistas. En contraste, para mí el vaso está medio vacío. Aunque Petrella está en lo correcto en sostener que el islam debe ser parte de la solución, el islam que él cita no es exactamente un ejemplo de progresismo.

Ha habido protestas encabezadas por musulmanes contra las atrocidades del ISIS, pero no de forma multitudinaria, no de forma constante, y no así contra la noción de “yihad armada”. Por otro lado, decenas de miles de musulmanes de todo el mundo se movilizaron para condenar la incursión militar de Israel en Gaza entre julio y agosto de este año, y sin embargo, en términos relativos, los manifestantes prestaron poca atención a lo que venía sucediéndose en Siria y en Irak. Mientras que la guerra en Gaza se llevó la vida de alrededor de 2.000 palestinos, en Siria, según las últimas cifras, la guerra civil viene sumando la cantidad de 170.000 muertos, un tercio de ellos civiles. En cuanto al ISIS, según cifras de Naciones Unidas, hasta comienzos de septiembre, los yihadistas habrían matado ya cerca de 9.400 civiles.

Dicho esto, vale preguntarse con un espíritu crítico, ¿por qué no vemos tantas manifestaciones cuando los musulmanes matan musulmanes, y no obstante cientos de ellas cuando los judíos (israelíes), o los cristianos (norteamericanos) matan musulmanes?

Petrella destaca como positivo que varios países árabes hayan integrado la coalición contra el ISIS. Ahora bien, esta medida no se debe a una cuestión de discrepancia religiosa o rectitud moral, sino a la percepción estratégica de un peligro común, que amenaza, entre otras cosas, la posición de las monarquías en la región. Salvando las distancias, así como en los últimos años del siglo XVIII las casas reales europeas se aliaron contra la Francia revolucionaria (para contener la expansión de sus ideales radicales al orden imperante), hoy son los reales regentes conservadores del mundo árabe quienes han decidido romper la revolución yihadista para evitar que sus cabezas se exhiban en la plaza pública. Notoriamente al caso, si Arabia Saudita ha decidido enfrentarse al ISIS, es porque entendió que a razón de la Primavera Árabe, seguir financiando a los grupos islamistas para promover la versión religiosa ortodoxa que prima en dicho Estado se convirtió en algo contraproducente, algo que podía poner en jaque la supervivencia del régimen. Por eso, tal como lo ha notado un analista, “controlar el discurso religioso se ha convertido en un requisito de seguridad y en una necesidad social, antes que en un redundante llamado a la reforma”.

El hecho de que prominentes clérigos musulmanes hayan decretado al ISIS como un ente ilegitimo es claramente una buena noticia, pero debemos tener sumo cuidado antes de catalogar a estas figuras como “moderados” –un error que a mi juicio los medios repiten bastante seguido. Petrella cita por ejemplo al prestigioso jeque Abdallah bin Bayyah. Como dato de color, es curioso notar que hasta no mucho tiempo atrás, el órgano del cual el jurista era vicepresidente, la Unión Internacional de Juristas Musulmanes (IUMS por sus siglas en inglés), dictaba que la resistencia armada contra los israelíes en Palestina y los norteamericanos en Irak era un deber religioso. Bin Bayyah se distanció de esta esta línea y ha renunciado a su cargo en dicho organismo el año pasado, pero sospecho que esto se debería más a presiones sauditas que a un pleno cambio de corazón. Hoy en día apoyar a un grupo islamista, o peor aún, a un grupo yihadista, se ha vuelto políticamente incorrecto a los ojos de los regímenes árabes, por la razón discutida recién.

Otro clérigo de renombre internacional como lo es Yusuf al-Qaradawi, presidente del IUMS, se mantiene un fiel allegado a los brazos de la Hermandad Musulmana que proliferan en la región. Qaradawi también se expresó en contra del ISIS, mas eso no quita que sea un extremista en potencia, si es que no lo es ya, a punto tal que Estados Unidos le prohíbe el ingreso al país.

¿Es entonces el mundo islámico la solución al fenómeno del ISIS? Afirmar prestamente que sí es una concesión al discurso políticamente correcto que manda en las sociedades libres y pluralistas como la nuestra. En efecto debería serlo, pero en el terreno, salvando algunos casos puntuales, no parece ser así. Pese a su excepcionalísimo, creo que en muchos sentidos el ISIS es solamente la punta de un iceberg. Si existe una tendencia destructiva entre los musulmanes, esa sería la severa aplicación de la tradición religiosa en las sociedades modernas. Sin ser ellos los enemigos declarados de Occidente, esto se ve reflejado en la estricta aplicación de la ley islámica en los países del Golfo, y luego, en las plataformas islamistas que proliferan desde Libia hasta Siria, o de India hasta Indonesia.

El ISIS posiblemente dejará de existir eventualmente, pero su destrucción no signará el final del fanatismo religioso islámico, en tanto las comunidades musulmanas, sobre todo aquellas fuera de Occidente, no se expresen con suficiente vigor en contra de la politización de la religión, sea para el fin que sea, pero especialmente para justificar luchas armadas. Cuando la religión haya medidamente pasado a un segundo plano en la esfera cotidiana, entonces a mi criterio podrá descartarse a lo religioso como un catalizador de violencia y conflicto en Medio Oriente.