La “fuga no fue cinematográfica, la explicación, sí”. Me voy a tomar el atrevimiento de contar otra historia: mientras trabajé como diputada nacional, dos o tres veces al año iba a las cárceles de Ezeiza, la mayoría de las veces a la de mujeres. Cuando comencé a escuchar las demandas, quejas, solicitudes de los internos e internas de estas instituciones atravesé un túnel -no del tiempo-, avancé a un territorio de la ley del más fuerte, de otros códigos, que muchas veces los muestran en las películas.
Una vez llegué a la cárcel de Ezeiza de mujeres, y una interna apodada “Barbie”, porque era rubia y bonita, apareció suicidada. Los esfuerzos del director del penal para que no fuera al lugar del hecho fueron meritorios; igual llegué. La ventana de la cual se había colgado era imposible de alcanzar sin ayuda. Es decir, ¿se suicidó o la suicidaron? Posteriormente hablé muchas veces con algunas otras internas y me contaron otra historia. Barbie se había peleado con una guardiacárcel, le había pegado y se había establecido una pésima relación entre ambas. Según sus compañeras, Barbie había ido al colegio y sabía de los derechos y confrontaba con las autoridades del penal. Lo cierto es que la solución fue impulsar, sugerir, obligar, ordenar a dos internas peligrosas que la mataran en el baño.