Por: Fernanda Gil Lozano
La “fuga no fue cinematográfica, la explicación, sí”. Me voy a tomar el atrevimiento de contar otra historia: mientras trabajé como diputada nacional, dos o tres veces al año iba a las cárceles de Ezeiza, la mayoría de las veces a la de mujeres. Cuando comencé a escuchar las demandas, quejas, solicitudes de los internos e internas de estas instituciones atravesé un túnel -no del tiempo-, avancé a un territorio de la ley del más fuerte, de otros códigos, que muchas veces los muestran en las películas.
Una vez llegué a la cárcel de Ezeiza de mujeres, y una interna apodada “Barbie”, porque era rubia y bonita, apareció suicidada. Los esfuerzos del director del penal para que no fuera al lugar del hecho fueron meritorios; igual llegué. La ventana de la cual se había colgado era imposible de alcanzar sin ayuda. Es decir, ¿se suicidó o la suicidaron? Posteriormente hablé muchas veces con algunas otras internas y me contaron otra historia. Barbie se había peleado con una guardiacárcel, le había pegado y se había establecido una pésima relación entre ambas. Según sus compañeras, Barbie había ido al colegio y sabía de los derechos y confrontaba con las autoridades del penal. Lo cierto es que la solución fue impulsar, sugerir, obligar, ordenar a dos internas peligrosas que la mataran en el baño.
Este caso no me deja dormir y me vuelve como impotencia cuando quise hacer algo, recuerdo el llanto de una de las reclusas que me rogó que la deje, que no iniciara ninguna demanda porque ella no iba a repetir nada de lo que me había dicho, recuerdo su contestación: “Usted se va de aquí diputada, yo me quedo”. Esa vez yo me fui llorando. Muchas veces escuché el precio de los productos de la proveeduría de las cárceles, el mal alimento que les llega y las farsas armadas: te invitan “venga diputada a pasar un día con las internas, tenemos un taller para hacer pan”, y te montan un buen espectáculo en donde comés el pan fabricado por las internas, todo pantalla, dicho por las internas. Tengo la costumbre de creerle a las personas que se encuentran en situaciones desventajosas, es un mal que me acompaña desde que nací.
Otras historias relatadas por internos varones es que el servicio penitenciario los saca por la noche para que roben para ellos: el circuito es perfecto, la persona si se la puede identificar está presa, con testigos que la ubican entre rejas: la mejor impunidad. Si yo tuviera que explicar esta fuga, siempre en el terreno de la suposición, para que ningún funcionario se sienta afectado, diría que los sacaron a robar y se les fugaron 11, ese boquete se hizo para justificar en el recuento que los presos no estaban. ¿Les gusto el cuento? A mí no. No tienen vergüenza, solamente impunidad.