Por: Fernanda Gil Lozano
Hace años que desde muchos lugares venimos advirtiendo un cambio cualitativo y un incremento feroz de la violencia. Hablamos de ésta como enfermedad social, espiralada y adictiva. Muchas veces se respondía con el concepto de “sensación”, otras, y de manera contundente, se la observó en sus manifestaciones concretas: linchamientos, violencia de género, doméstica, en el deporte, contra los adultos mayores, de los homofóbicos; en fin, cuesta comprender la expansión y la totalidad de la misma.
A estas variantes de la violencia, se suma la situación de las cárceles en Argentina, una violencia que quedó en el silencio. Los informes sobre la crueldad del trato a los internos, que desde la Comisión de la Memoria se hacían en la provincia de Buenos Aires, los leímos pocos; ni hablar de lo que pasa en provincias como Corrientes, Santiago del Estero y otros.
Pero hoy debemos centrarnos de Córdoba, de donde transcribo la información concreta: “Un caso aberrante se vivió en la cárcel de Villa Dolores, al oeste de la provincia de Córdoba. Un preso denunció haber sido abusado por un grupo de penitenciarios quienes luego de golpearlo salvajemente le introdujeron un palo de escoba en el ano. Fueron imputados el director del penal, un médico y siete guardiacárceles”.
El interno intentó suicidarse muchas veces. Por cuestiones de seguridad no voy a dar su nombre y espero que el sentido común y la sensatez de las autoridades lo saquen de esa provincia. Tanto el director del penal como el médico callaron durante largo tiempo sobre diferentes violaciones a los derechos de éste y otros internos.
El preso afronta una condena por tráfico de drogas, delito en el cual es reincidente por tercera vez y, según dicen desde el penal, tenía problemas con otros reclusos. Una versión muy conveniente, por cierto, para las autoridades. Nada de todo esto justifica que haya estado atado de pies y manos, situación que facilitó el empalamiento.
El preso denunció los hechos, mediante una comunicación telefónica con el fiscal federal, Gustavo Vidal Lascano y el tribunal correspondiente está tomando cartas en este asunto.
Desde hace un tiempo, visito por lo menos dos veces al año las cárceles federales. Mientras fui diputada nacional, tomé contacto con una de las peores formas de violencias ocultas. En muchas notas me referí a “Barbi” una chica jovencita suicidada en Ezeiza, y a un grupo de internas: 12 en total, que se unieron para pelear por sus derechos. En 4 años, se habían suicidado siete. A esto podemos sumarle las falsas fugas, en fin una larga y triste lista de hechos sumamente sospechosos que se fueron dando en muchas cárceles argentinas.
Debemos ser capaces de trabajar para la paz, la justicia y las garantías de absolutamente todas las personas. No podemos pensar que cada situación es un fenómeno aislado propiciado por circunstancias particulares. Cada un@ de nosotr@s debe convertirse en un portador de paz. Lo legal, la justicia, es parte del tema pero no lo único. Hay algo no estamos viendo.
Pido a todas las personas que trabajemos -más allá de lo partidario- en una política que propicie la paz, no podemos tener dudas al respecto. Los únicos beneficiados con la fragmentación son los mafiosos y corruptos de siempre.