Por: Fernanda Gil Lozano
Como nos pasó a casi todos, el domingo quedamos sorprendidos por la noticia publicada por Infobae acerca del funcionario de la Secretaria de Derechos Humanos de la Nación (Carlos Alberto García Muñoz), quien, a pesar de haber estado preso durante 10 años en España por agredir a su ex esposa con una navaja, atarla, violarla y golpearla hasta desmayarla, al regresar a la Argentina fue contratado por el Gobierno Nacional casi con un diploma al mérito por haber sido víctima de la última dictadura militar.
Este personaje daba conferencias a lo largo y a lo ancho de nuestro país como ex detenido desaparecido, destacando la importancia de respetar los derechos humanos, algo que él mismo despreció con el maltrato que le propinó a su ex pareja. Sinceramente no es la primera vez que observo en Argentina que determinadas situaciones te convierten en intocable, limpio, incuestionable y hasta diría casi la encarnación de un ser angélico. Este es el caso de muchas personas que tuvieron experiencias terribles en diferentes momentos de nuestra historia, y que hoy, por el mero hecho de invocar lo sufrido durante los años 70 o los centros clandestinos de detención, se llevan todos los premios a la impunidad, las disculpas y justificaciones de cualquier tipo.
Me tocó trabajar, más de una vez, con personas que padecieron torturas, desaparición de familiares y también años de cárcel por pensar diferente al poder de turno, siendo todos hechos deleznables sobre los que cada día de mi vida trabajo para tratar de evitar que se repitan, pero el desafío es hacer justicia, no privilegios.
La proximidad con algunas de estas personas me llevó a evaluar de manera diferente el papel del dolor, del testimonio y los valores éticos adquiridos, o no, durante sus vidas. Nunca defendí el dolor como aprendizaje de nada y no creo que el sufrimiento vivido convierta a las personas en seres transparentes, que les permita gozar de un altísimo grado de impunidad que nuestra cultura habilita sin cuestionamientos.
Sinceramente pienso que en más de un caso, las situaciones traumáticas, de cualquier tipo, pueden resentir a los individuos, victimizarlos y hasta generar las peores revanchas o compensaciones. Para que se comprenda el punto de mi reflexión quiero agregar que, por mi edad, conozco a mucha gente que sufrió en carne propia las consecuencias de la última dictadura, muchos no pudieron irse, otros no quisieron hacerlo y muchos se fueron y volvieron, pero ese padecimiento no le sumo ningún valor agregado a sus vidas ni los convirtió en seres opuestos a lo que eran.
Los que siempre fueron buenos y dignos lo siguieron siendo y tuvieron muchos años de trabajo personal para recuperar sus proyectos y sus alegrías, pero hay muchos otros que aprovecharon todas y cada una de las prebendas de un relato, que nos duele a todos, para sacar ventajas.
¿Adónde voy con mi comentario? A cuestionar una tara cultural que avanzó para evitar la justicia y ampliar los paraísos impunes de nuestro pasado. Es parte del mismo relato siniestro, cobarde y mentiroso, ver a Milani, indicado como responsable absoluto de la desaparición de conscriptos, ser premiado hoy con la creación de un servicio militar de informaciones. Otra muestra de esas incoherencias, camuflada en el marco de las supuestas políticas de reparación histórica, es la entrega de sumas indiscriminadas de dinero a fundaciones como Las madres de Plaza de Mayo, fomentando los negocios turbios de más de un funcionario de esta gestión.
Es así, como en el Gobierno actual se contrata y embandera a mucha gente simplemente por haber pasado una muy mala experiencia, ejerciendo una generosidad culposa que muy lejos está de hacer justicia con el pasado y mucho menos con el futuro.