Hace unos años que no menstruo, desde entonces he tenido tiempo de pensarme y pensar en las hormonas, en todos los medicamentos que me indicaron y rechacé. Y descubrí que el mundo de las hormonas es apasionante: controlan y ayudan nuestra conducta. Son parte esencial en los partos, que creo que es el primer oficio que tuvimos las mujeres: parir, dar a luz y después ayudar a otras a hacerlo. Es esa comunicación única de las mujeres que se produce en algún momento de nuestras vidas. En un parto juegan un papel decisivo la oxitocina, las endorfinas y las llamadas adrenalina y noradrenalina. La oxitocina es conocida como la “hormona del amor”, está presente en el sexo, en el amamantamiento, nos ayuda a “querer” más a nuestro bebé. Los niveles más altos de oxitocina en toda la vida se dan justo después del parto. Las endorfinas son la anestesia natural más potente que existe. De nuevo se encuentran en niveles altos durante el sexo, el embarazo, el parto y cuando se da el pecho. Muy en el otro extremo, la adrenalina y la noradrenalina son responsables de que estés alerta y extremadamente sensible durante el parto. Son la respuesta a los peligros, lo que nos hace estar alerta.
Es difícil detectar cuando rompimos la confianza con la información de nuestro cuerpo, pero diferentes discursos desde la ciencia e interpretaciones religiosas abonaron el camino del miedo y del dolor a una de las experiencias más hermosas que como personas podemos elegir tener. Desde hace muchos años luchamos contra la violencia de género, desde el feminismo, desde los partidos políticos, desde los movimientos sociales, desde los Estados, desde los organismos internacionales y las diferentes religiones, sin embargo, los indicadores muestran que la violencia no baja, por el contrario aumenta.