El presidente procesado

Finalizado el Mundial y sin la copa en la mano, la sociedad argentina volvió a prestar atención en forma inmediata al resto de los torneos que día tras día la tienen también liderando los primeros puestos del ranking mundial: inflación, inseguridad, déficit educativo y de salud, y un largo etc. Pero ninguno de todos los anteriores nos ha de llevar a la cima del podio en forma tan espectacular como lo hará -en el campeonato mundial de la corrupción- la breve estancia del encartado Amado Boudou al frente del Poder Ejecutivo Nacional

Si tuvo usted tiempo, amigo lector, de ver por estos días emisiones de TV de afuera, la expectativa por la final futbolística hizo que muchos canales de los cinco continentes se refieran en forma reiterada a cuestiones relacionadas al lejano país sudamericano que, una vez más, enfrentaría a la prolija y ordenada Alemania. He visto y oído hablar de nuestro país con mayor o menor grado de detalle, con precisiones y con subjetividades propias de la visión que tienen de nosotros en distintas latitudes del orbe.

Si por una cuestión de calendario el cierre de la Copa Mundial se hubiera corrido un par de días, el mundo tendría una perla periodística que muy difícilmente podría ser asimilada o entendía con facilidad por las culturas germana, nipona o sajona; muy probablemente tampoco por las mexicana, chilena o uruguaya. Si bien, con sus más y sus menos, ninguna de las comunidades aludidas es ajena a hechos de corrupción que han sacudido en alguna que otra ocasión lo más profundo de sus cimientos institucionales, la delegación de la presidencia de la Nación a un funcionario procesado por la Justicia en una causa por sobornos y con firmes posibilidades de ser procesado en al menos otras dos, constituye un hito periodístico de amplio espectro digno de protagonizar tanto la pantalla de CNN y RTVE como de History Channel o Animal Planet

Podrá en este punto, amigo lector, tildarme de exagerado; unas horas de interinato seguramente no lleven al procesado a la obligación de producir actos protocolares o administrativos que comprometan de manera significativa el futuro de la patria o sus instituciones. Es muy probable que el encartado haya recibido directivas claras de no circular por los alfombrados pasillos del poder, no llamar, no preguntar, ni hacer nada que pueda exacerbar aún más sus “no positivas” relaciones con el resto del equipo gubernamental. Hay que evitarle incluso al jefe de la “devaluada” casa militar, la difícil tarea de –en caso de ingresar Boudou a Casa de Gobierno- ordenar la rendición de honores militares a un procesado; algo que se da de patadas con elementales normas de disciplina castrense. La tradicional fórmula de bienvenida “Buenos días señor Presidente; Casa de Gobierno sin novedad” sonaría casi a cargada; ya que precisamente la novedad sería que la cabeza del PEN se encuentre siendo ejercida por un individuo con varios expedientes abiertos en la justicia penal

Suelen -desde el kirchnerismo- comparar la situación del Jefe de gobierno de la Ciudad con la del vicepresidente; parecen olvidar dos cuestiones muy importantes. La primera es que uno al margen del título rimbombante del cargo, Macri no es más que un intendente municipal. La otra, y tal vez más importante, es que se suponía que esta gestión del FPV era más buena, más transparente y más patriota que todas las demás. En especial que la del alcalde porteño. Nos dijeron que venían a romper con la corrupción, que no dejarían sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, que no permitirían que se le siga robando al pueblo su ilusión y su futuro. (algo creo que dijeron también sobre no robarles su dinero; pero no estoy seguro)

Un vicepresidente es nada más ni nada menos que un “presidente suplente”. Aún imbuido del clima futbolero, me permito reflexionar sobre el excelente papel que jugó Romero en nuestra selección. No hizo falta poner en acción al arquero suplente; pero seguro que Orión o Andujar no eran ni mancos, ni rengos ni discapacitados visuales. Si Sabella los eligió sería porque podrían cumplir su rol con la misma idoneidad que el titular. Eran en suma, hombres de total confianza para el resto del equipo.

Hablando de confianza, me despido con una pregunta que suele hacerse a modo de test de honestidad simbólico -alguna vez se la habrán hecho seguramente: Usted, amigo lector, ¿le compraría un auto usado al vicepresidente Boudou? En este particular caso, la respuesta la tendrá tarde o temprano el juez federal Claudio Bonadio.

Gloria en Brasil, desvergüenza en Tucumán

Quiso el destino que razones profesionales me llevaran por estos días a cruzar el “charco” con destino a la vecina orilla, con la más sana intención de contrarrestar en parte el malestar que reina entre nuestros vecinos, a la luz de los últimos nada amistosos gestos que nuestro poco diplomático canciller y algún que otro funcionario de la secretaria de Transportes le han obsequiado a “nuestros hermanos uruguayos”. Así las cosas, luego de la jornada laboral del día 8 de Julio, pantalla gigante mediante, compartí con camaradas charrúas las alternativas de la derrota brasileña a manos de Alemania. Los sutiles comentarios que llegaban a mis oídos sobre los deseos para la jornada venidera me llevaron a la convicción de acelerar mi partida de tal forma que la salida de Argentina a la cancha me encontrara en territorio menos “hostil”.

A punto de abandonar el hotel, me sorprendieron las imágenes de la celebración del 198° aniversario del verdadero nacimiento de la Patria. Como resistir a la tentación de ser “testigo” de ese triste espectáculo. En realidad, tal vez el adjetivo correcto no sea precisamente el de “triste” pero es muy probable que cualquier otro que utilice me lleve invariablemente a tener que pedir perdón por mis dichos y realmente ninguno de los funcionarios allí presentes se merecen que ciudadano alguno les pida perdón -más bien todo lo contrario.

Un 9 de Julio a puertas cerradas, en un estadio “cuidado” mejor que los precios de igual denominación, con la militancia paga de siempre y un amplio operativo de arriado del ganado a sueldo. Ministros, secretarios de Estado, diputados, adherentes varios y jerarcas militares -entre ellos, el mismísimo jefe del Ejército, portando su desempolvado uniforme de súper gala, ya en desuso desde hace años para actos protocolares, ostentoso como lo no lo es su devaluado ejército nacional y popular y encima luciéndolo para sentarse a escuchar los divagues de un procesado por la justicia.

Creo estimado amigo que coincidirá conmigo si le digo que la cara de pocos amigos con que miraba Florencio Randazzo al Procesado Vicepresidente durante su obsecuente discurso sea tal vez la mejor síntesis de lo que puede sentir cualquier persona con dos dedos frente que es obligada por “obediencia debida” a rendir honores a un encartado judicial (nombre con el que la jerga jurídica denomina a todo delincuente procesado). Por otra parte, mientras la ministra de Industria Débora Giorgi no atinaba a levantar la vista mientras el procesado seguía loando a Néstor y Cristina, el inefable Rossi no conseguía esbozar al menos una tibia sonrisa , y se veía mucho más incómodo que cuando visita una unidad militar.

La postal que mostraban las cámaras oficiales -únicas habilitadas para obsequiarnos a todos y todas las imágenes del evento, aunque sin cadena nacional seguramente por un atisbo de vergüenza oficial- era rica en detalles pintorescos. Uno estuvo constituido por la cantidad de participantes que no demostraban la menor intención de aplaudir las huecas frases del orador, hasta que al ver sus rostros en las pantallas gigantes esbozaban un desapasionado palmoteo así como por las dudas.

Así fue que con la cabeza inundada por esas imágenes casi de ciencia ficción, me hice a la ruta, lugar en el me sorprendió el inicio de la esperada semifinal Argentina versus Holanda. Calles desiertas, rutas desiertas, control migratorio y aduanero desierto ( lo que no está bueno en ningún caso, muchos menores, mucha droga o mucha divisa podría pasar en dos horas de tierra liberada; sería bueno mejorarlo para el próximo domingo). En la más absoluta soledad viví el primer tiempo, el segundo, el alargue… los penales me sorprendieron ingresando a la Ciudad de Buenos Aires, la que de pronto estalló en un solo grito, en una sola consigna, en una sola bandera. La alegría de un pueblo muy castigado por sus dirigentes; el clamor de una sociedad que al menos encontró algo de lo que sentir orgullo, ante tanta vergüenza nacional y popular con la que nos bombardean cada día.

Los últimos kilómetros de mi trayecto contrastaron con las horas de viaje en soledad. La gente en las calles no era conducida por punteros, las banderas no tenían pañuelos extraños, ni nombres propios ni mucho menos flecos amarillos como la que ahora difunde el ministerio de Defensa desde su página oficial. La Plaza, el Cabildo, el Obelisco, las capitales de provincia, todo absolutamente todo se vistió de un legítimo fervor celeste y blanco tan multitudinario como el que ni “Él” ni “Ella” -ni mucho menos sus discípulos- podrían alguna vez conseguir por mucho recurso financiero al que pudieran echar mano.

Y creo, queridísimo amigo lector, que nos merecemos legítimamente disfrutar un poco el ver a la República Argentina, gracias al mérito de nuestros deportistas, entre los primeros puestos de algo positivo. Luego de encabezar tantos índices internacionales de corrupción, de baja calidad institucional, bajo nivel de enseñanza, paupérrima seguridad de incumplimiento de obligaciones financieras y comerciales, y un largo etcéteca.

Pero tenemos que estar atentos y ser conscientes. Mucho cuidado con permitir que nos pretendan arengar el próximo domingo para asociarse a un eventual triunfo o una ya por demás honrosa derrota si no volviéramos con la Copa en la mano. Que ningún caradura desvergonzado, por más “amado” que sea, intente expiar u ocultar sus culpas tras la euforia de un triunfo deportivo. Que ningún genio financiero salga a “prepotear” a jueces y acreedores externos, regalándoles -como ya hizo- algunos cientos de millones de dólares adicionales a los que reclaman, mientras estamos distraídos y para demostrarles que con nosotros “no se jode”.

Si todo sale bien, querido amigo, el domingo píntese la cara. Salte. Grite. Cante. Llore. Tome la bandera. Salga al balcón, a la calle, a la ruta. No permita que nadie le robe su derecho a estar feliz. Pero recuerde que una vez un dictador quiso confundir al pueblo con una causa sublime como Malvinas apropiándosela y el pueblo en la plaza supo responderle con una ingeniosa rima que imagino Ud. recordará. Será cuestión que si se diera el caso, una vez más nuestro tradicional ingenio popular recuerde a nuestros salientes dirigentes con alguna estrofa rimada , que una cosa es la devoción por los actuales portadores de la gloriosa camiseta con el rayado celeste y blanco y otra muy distinta es el desprecio que generan los futuros portadores del famoso y metafórico traje a rayas que identifica a los que abusan de una u otra manera del resto de la sociedad a la que pertenecen.

Héroes olvidados y piratas destacados

Una vez más,  la mística del modelo nacional y popular acaparó en forma compulsiva las pantallas de TV de los hogares argentinos, cadena nacional mediante. En esta ocasión, un público heterogéneo compuesto por empleados públicos especialmente convocados, Madres de Plaza de Mayo, militantes de La Cámpora, entidades afines y -para que el rejunte sea completo- complacientes altos mandos militares con rostros sonrientes (sin quedar claro si por placer o por temor a una agresión inminente).

En esta ocasión, la cita obedeció a la inauguración del Museo de las Islas Malvinas, un coqueto sector de la ex ESMA en el que se ha invertido una considerable cantidad de dinero de todos y todas, no para exponer acerca de la guerra de 1982, sino más bien para reflejar la historia de las islas, su geografía, fauna y flora y alguna que otra miscelánea bélica.

Obviamente el propósito final del emprendimiento es contribuir a afianzar desde lo audiovisual el relato nacional y popular, pero deberemos reconocerle al escenógrafo del modelo que, una vez más, ha sacado agua del desierto, haciendo algo que a nadie se le había ocurrido hacer antes.

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Postales de Comodoro Py

El Comodoro Luis Py obviamente no le debió su grado a la Fuerza Aérea, ya que le tocó vivir en una época en la las aves seguían manteniendo monopólicamente la supremacía en el aire. Luis Py fue un valiente español que a poco de arribar a nuestro país, en 1843, se incorporó a lo que por entonces era la “Escuadra Argentina” (luego Armada Argentina), llegando a servir a la patria como Comandante Militar de la isla Martín García. La nación, generosa con los hombres que sirvieron a ella, lo recuerda a diario ya que su nombre figura en varias localidades del país -incluso en plena ciudad de Buenos Aires una calle lleva su nombre. La arteria en cuestión no es demasiado extensa, pero en los últimos años ha sido testigo de incontables hitos judiciales que han marcado a fuego el rumbo de nuestra sociedad.

Como todos sabemos, en Comodoro Py tienen su sede los tribunales federales en lo criminal y correccional de la Ciudad de Buenos Aires. El fuero criminal federal es el que atiende todas las cuestiones que atañen a denuncias penales contra funcionarios públicos o contra particulares que hubieran afectado los intereses del Estado Nacional. Por sus estrados han transitado, sin solución de continuidad, funcionarios, ex funcionarios, empresarios, militares y, como frutilla del postre, el primer vicepresidente de la Nación en Funciones.

Curiosamente, en la misma calle y justo frente a los tribunales mencionados tiene su sede el Estado Mayor General de la Armada,  el llamado Edificio Libertad. Las escalinatas de ambos inmuebles están prácticamente enfrentadas. He sido testigo muchísimas veces de la partida de muchos militares requeridos por la Justicia, que eran convocados a presentarse en el predio militar, para luego recorrer a pie los pocos metros que separan ambos edificios. En la mayoría de los casos era un viaje de ida, ya que inmediatamente quedaban detenidos para enfrentar cargos por delitos relacionados con la lucha contra la guerrilla de los 70.

Conforme pasaron los años, la mística de la detención fue sufriendo variantes. En un principio, la Armada cumplía institucionalmente un rol de “nexo” entre la libertad y la prisión. Los jueces requerían a la autoridad militar que se ponga a determinadas personas a su disposición, estas personas eran citadas e incluso asesoradas por el cuerpo de auditores navales sobre determinados aspectos del proceso que enfrentarían, siendo incluso acompañados y asistidos en la gestión judicial.

Luego la cosa cambió. El argumento sobre la condición de igualdad ante la ley y la negación de todo tipo de privilegios especiales hizo que ante una orden de detención o de comparecencia ante un magistrado, los citados fueran detenidos o convocados en sus domicilios particulares y que se le ordenara a la Marina abstenerse de prestar cualquier tipo de asistencia “oficial” a quienes debían enfrentar por su exclusiva cuenta y riesgo la responsabilidad por los eventuales delitos por los que eran convocados.

El 9 de junio de 2014, una vez más una de las “orillas” de Comodoro Py se tiñó con la mística habitual que aflora en cada jornada en la que algo importante pasa.

Algunos cientos de manifestantes, en su mayoría trabajadores del Congreso Nacional y de algunos municipios transportados con micros abonados con partidas oficiales, se agolparon con bastante orden para vivar al imputado vicepresidente. Con total naturalidad, un señor que armaba una enorme pantalla gigante confesó ante la prensa que era proveedor del Congreso Nacional, aportando incluso el costo de sus servicios (algo así como $ 20.000) El imputado Boudou solicitó por escrito permiso para llevar cámaras del medio “Senado TV” para inmortalizar su declaración indagatoria -natural recurso de defensa de cualquier imputado por un delito- y además se solicitó permiso para llevar al cuerpo de taquígrafos del Congreso (el Congreso de la Nación; ese cuyos gastos pagamos todos )

Ambas realidades han tenido lugar en un lapso de apenas una década. Un decenio, casualmente, también conducido por una misma gestión política que nos “enseñó” a todos y a todas que en la Argentina no hay privilegios, ni fueros especiales, ni prebendas ni ninguna diferencia entre sus ciudadanos, vistan ropas civiles, uniformes militares o atuendos eclesiásticos. Demás está decir que es perfecto que así sea.

Pero debo confesar que el panorama que rodea la declaración indagatoria del imputado Amado Boudou, al menos el que se vislumbra mirando por un ventanal desde la “orilla de enfrente”, me confunde un poco. Tengo mucho temor que una vez más en nuestro querido país se cumpla con aquella para nada democrática premisa: “ Los argentinos somos todos iguales, pero unos son más iguales que otros”