Una vez más, la mística del modelo nacional y popular acaparó en forma compulsiva las pantallas de TV de los hogares argentinos, cadena nacional mediante. En esta ocasión, un público heterogéneo compuesto por empleados públicos especialmente convocados, Madres de Plaza de Mayo, militantes de La Cámpora, entidades afines y -para que el rejunte sea completo- complacientes altos mandos militares con rostros sonrientes (sin quedar claro si por placer o por temor a una agresión inminente).
En esta ocasión, la cita obedeció a la inauguración del Museo de las Islas Malvinas, un coqueto sector de la ex ESMA en el que se ha invertido una considerable cantidad de dinero de todos y todas, no para exponer acerca de la guerra de 1982, sino más bien para reflejar la historia de las islas, su geografía, fauna y flora y alguna que otra miscelánea bélica.
Obviamente el propósito final del emprendimiento es contribuir a afianzar desde lo audiovisual el relato nacional y popular, pero deberemos reconocerle al escenógrafo del modelo que, una vez más, ha sacado agua del desierto, haciendo algo que a nadie se le había ocurrido hacer antes.
Considerando que se ha emplazado la muestra en el predio de la ex ESMA, tal vez su futuro mediato esté atado al que le depare a la totalidad de las 16 hectáreas del centro educativo naval el devenir político y económico del país, ya que el financiamiento de la memoria, en este caso, está ocasionando severos rojos; quizá por ello el Gobierno de la Ciudad fue particularmente diligente a la hora de firmar a libro cerrado la transferencia de los terrenos y edificios a la Nación.
La inauguración dejó un sabor amargo no solo en reductos miliares relacionados con el tema Malvinas; diversas organizaciones civiles que nuclean a veteranos de guerra manifestaron su pesar por no haber sido convocados para participar de tan importante acontecimiento. Muchos fueron también los que se animaron a cuestionar la presencia del imputado vicepresidente Amado Boudou considerando que su actual situación judicial no se compadece con lo que significan las islas para el sentir nacional.
Pero sin lugar a dudas el premio mayor a la hora de confundir las cosas lo aportó la propia Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas (a la que ahora los mandos militares aplauden como si fueran imberbes militantes olvidando que a los superiores no se los aplaude, simplemente se los respeta). La primera mandataria exaltó y ensalzó la figura de 18 jóvenes idealistas de la década del 60 que llevaron adelante la “ travesura” de secuestrar un avión de nuestra línea de bandera (Aerolíneas Argentinas) y desviarlo a las Islas; para ello no sólo llevaban armas de fuego sino que además uno se hizo pasar por sacerdote.
Entre eufóricas risas civiles y tibias sonrisas militares, los presentes en el acto recordaron cómo risueñamente el joven idealista Dardo Cabo y otro aspirante a prócer libertario se acercaron a la cabina del comandante del avión y le dijeron “cambie el rumbo; vamos a Malvinas”. Ante la obvia negativa del comandante – quien no era un pirata inglés sino un aviador argentino- sin dudarlo. los ídolos de nuestra presidente extrajeron sus armas e invitaron al comandante a repensar su respuesta …
Nada se oyó en el discurso presidencial de los riesgos que semejante actitud entrañó para secuestrados, secuestradores y habitantes de las islas: el avión fue obligado a aterrizar en el hipódromo, debiendo evitar cables de alta tensión y la maniobra de frenado de la nave casi fracasa de no ser por la increíble pericia del piloto. Ni que hablar de lo que costó luego hacerlo despegar para regresar al continente ni de las peripecias que pasaron los pasajeros durante su estancia involuntaria en las islas.
También nos ilustró nuestra máxima autoridad nacional sobre su vivencia personal durante la efímera recuperación territorial de 1982, pero poco o nada dijo sobre actitudes tal vez un poco más heroicas que las antes reseñadas y que también fueron protagonizadas por cientos de civiles movilizados al teatro de operaciones durante la guerra. Pilotos civiles, marinos mercantes, personal de Correos, personal de Vialidad, 16 mujeres, sacerdotes, etcétera. Dieciséis marinos civiles perdieron la vida en lucha desigual, eran torpedos o metralla contra manos armadas solamente con amor a la Patria. Para ellos ni una palabra, ni un gesto , ni una sonrisa de agradecimiento por el deber cumplido por parte de ninguno y ninguna en esta ocasión.
Me cuesta resignarme a semejante injusticia; pienso en tantos marineros italianos y españoles que con brazos anchos y manos curtidas lloraron de emoción cuando les dijeron a bordo de sus buques mercantes “vamos a Malvinas”. Me cuesta creer que sistemáticamente desde lo más alto del poder se exalte lo que debería avergonzarnos y se oculta aquello que nos debería enorgullecer. Vuelvo a pensar en las “chicas de Malvinas”: justo esta Presidente -la de la igualdad de género- se esmera en ignorarlas; parece una contradicción. Me cuesta entender lo que nos pasa.
Comienzo a imaginar esta columna mientras camino por la céntrica peatonal Florida; ésa de los manteros que resisten los operativos policiales y municipales contra la venta clandestina; ésa de los arbolitos voceando su predisposición a comprar o vender dólares ilegales a metros de los agentes de la ley que lo deberían impedir. Esa calle famosa por la venta de hardware y software no siempre legal, a precios módicos. La de los arrebatos que los medios concentrados no difunden y que no suman por lo tanto a la sensación de inseguridad. La de las vidrieras que exhiben televisores gigantes saturados de imágenes de un vicepresidente que pronto entrará al libro Guinness por ser el hombre con la mayor cantidad de desgraciadas casualidades en la historia universal. Y entonces, en apenas 4 cuadras, comienzo a comprender lo que nos pasa, y por qué nos pasa. Lo que no me queda claro es si tendremos solución.